Tres horas de charla con Mirtha Legrand en la intimidad de su hogar, en el recuerdo de quien la entrevistó

Confesiones de una artista irrepetible

A los 96 años, la gran diva del cine y la televisión nacional regresa el sábado con su ciclo, en la que se anuncia como su temporada final. La ocasión es propicia para evocar un reportaje memorable.

Una vez más, a los 96 años, Mirtha Legrand vuelve a la TV. Cuando aún no había llegado a los cincuenta me brindó un memorable reportaje para la revista Siete días, que aún hoy sigue siendo altamente revelador y actual.

“Mire, señora, vamos a contratar a la más corpulenta de sus mellizas, en tanto que la flaquita mejor que se dedique a otra cosa. No tiene ningún talento, no sirve para nada”. Estas palabras de uno de los jueces del concurso cinematográfico donde se elegían nuevos valores, iban dirigidas a la madre de quien hoy, y tras una extensísima carrera en las tablas y en la televisión, es un personaje mítico en el mundo del espectáculo argentino: Mirtha Legrand, née Rosa María Martínez, apodada por sus íntimos ‘Chiquita’.

“La desahuciada era yo, -sonreía la actriz frente a mí, en su casa de Palermo Chico-. Recordé ese episodio hace pocos días, cuando leí que Jack Nicholson al recibir el Oscar al Mejor actor dijo: ‘Dedico este premio a mi primer representante que me aconsejó que me ocupara de otra cosa, ya que para actor no servía’. Me parece una frase graciosísima cuando el que la rememora es un triunfador. En mi caso, le dieron el papel a mi hermana Silvia, cuando la que tenía una auténtica vocación artística era yo y no ella”.

A pesar de eso, Mirtha niega que entre las hermanas haya existido rivalidad. “No sólo somos hermanas, no sólo somos mellizas, sino que hasta somos gemelas”, enfatizaba. “El hecho de haber sido alimentadas simultáneamente por nuestra madre, significa que estamos profunda, íntimamente ligadas. Además, desde la muerte de mi madre, Goldy, o sea Silvia, se ha transformado en mi consejera y confidente, ya que es más centrada y cerebral; yo vuelo demasiado con mi imaginación. Es que tengo un carácter rápido, que me he hecho incurrir en algunos errores. Amo la justicia y si veo que se atenta contra ella, intervengo con excesiva celeridad. Por ejemplo, si en la calle hay un accidente me irrita que la gente no reaccione. A lo mejor tienen razón y no hay que tocar al accidentado, pero yo no me puedo quedar quieta y ese donquijotismo me ha producido disgustos”.

UN RECORD

El living, dividido en tres secciones, ocupa todo el largo de la casa. Las paredes están recubiertas de madera hasta el cielorraso y de ellas penden telas de Basaldúa, Soldi y Castagnino. Libros conteniendo reproducciones de cuadros famosos se desparraman -con afectado descuido- sobre una mesa baja, mientras que en otra se yerguen en sus puestos las piezas de un ajedrez, juego que la dueña de casa no practica. Las estanterías están atiborradas de libros en francés y castellano, cuyos autores van de Alejandro Dumas a Hugo Wast. En el centro del living y frente al ventanal, que deja entrever el coqueto jardín y la piscina, se alza un barcito provisto de botellones de whisky y licores. Una multitud de diversos objetos -armas antiguas, monedas de oro y estatuillas de todo tipo- salpican la estancia, que huele a incienso, un ingrediente que se ajusta bastante bien a la escena.

En ese ambiente, y por espacio de casi tres horas. Mirtha me volcó lo que ella misma definió a la hora de la despedida como “casi una confesión, el reportaje más largo de mi larga carrera”.

-Tratemos de obviar lo que todos ya conocen. ¿Por qué no me muestra a la persona antes que al personaje?

-De acuerdo, pero eso no es fácil. Yo misma no sé si me conozco. Además, una está tan embebida del personaje, tan metida dentro de él, que ignora donde termina el ser humano y empieza el mito. Son dos entes muy fusionados. Pero tratemos de desligar a Chiquita Martinez de Mirtha Legrand. En mi infancia, transcurrida en la provincia de Santa Fe, ya soñaba con ser un personaje, llegar a ser famosa algún día.

-Evidentemente, lo ha logrado. ¿Pero ese triunfo le ha dado, por ejemplo, la posibilidad de vivir sin miedos?

-No. Creo que todos los seres humanos vivimos con demasiados miedos. Mi angustia mayor sería dejar de contar con el apoyo popular, que no me quieran o que mis acciones estén en baja, que las cosas no funcionen bien. Cuando una se habitúa al éxito es muy difícil pasarse sin tenerlo, sobre todo para mí que me acostumbré a él desde muy chica.

-Parecería que los aplausos del público tienen el efecto de una droga.

-Yo no lo llamaría una droga, sino un aliciente para seguir viviendo. Es un alimento, el pan diario. Un pan espiritual muy gratificante. De pronto pienso: ‘¡que horror si fracaso!’ Y, como yo, deben pensar cada uno de los que se dedican a este metier, porque todos quieren tener éxito, nadie trabaja para fracasar.

-¿Quiere decir que nadie trabaja para el arte mismo?

-Nadie. El arte por el arte, no. Al menos que yo sepa. A mí el éxito me encanta, se transforma en una borrachera casi sensual. La sensualidad del éxito existe y es una cosa fascinante: es como la sensualidad del poder. Cuando viajo al exterior lo que más extraño es que no me reconozcan por la calle, me falta esa calidez de la gente.

-Sin embargo hay famosos que afirman extrañar el anonimato.

-Es mentira. Si luchan es para ser famosos. Por ejemplo, leí en Siete Días que Carlos Monzón no ve la hora de volver a ser simplemente el señor Monzón. Quizá sea porque es muy tímido. No sé. Pero cuando en el cuadrilátero lo aplauden debe sentirse muy feliz. Yo lo he visto pelear y oí como lo aplauden, es algo increíble, fabuloso. Claro que en la misma nota él dice que le rayan el auto, un Mercedes. Pero yo no recibo agresiones, ¿se da cuenta? Nunca. Quiere decir que hay distintos grados de amor y admiración. Quizá hay mucha gente a la que le molesta el éxito de Monzón, pero igual él debe ser muy feliz con todo lo que ha conquistado. En el fondo le debe gustar. Además, es una cuestión de agradecimiento. Hay que agradecer a Dios y al cielo todo lo que nos da, ¿no? Por otra parte, yo no creo en el éxito de minorías sino sólo en aquel al cual la gente concurre masivamente. Las torres de marfil no sirven. Claro que de pronto hay un caso como el del cineasta Ingmar Bergman, que a fuerza de ser celebrado por muchas minorías se transformo en un artista admirado por las mayorías. Pero es una excepción. Yo sólo creo en el apoyo masivo.

INTERRUPCIÓN

El timbre la interrumpe. Ha llegado el actor Alberto Argibay, citado por el marido de Mirtha, el director de cine Daniel Tinayre, y la actriz lo recibe cálidamente. Tras intercambiar algunas frases regresa al living. El fotógrafo Dubini comienza a acribillarla con sus dos cámaras y Mirtha posa cual eximia modelo, pero al rato me pide que interrumpa momentáneamente la charla. "No se puede tratar de salir mona y ser inteligente al mismo tiempo", sentencia con franqueza.

Minutos más tarde reanuda la conversación, expresando su entusiasmo por la reedición de los famosos almuerzos. Cuenta que el periodo de inactividad forzada la deprimió sensiblemente al principio, pero luego comenzó una temporada de teatro con amplio eco de público y recuperó su buen genio. "Soy una persona que ante la adversidad se agiganta, en vez se achicarse", se jacta. Y para probar su aserto evoca la silbatina que provoco su película ‘Bajo un mismo rostro’ en un festival cinematográfico celebrado en Alemania. "Me sentí espantosamente mal y lloré mucho -confiesa-. Al día siguiente tenía lugar la conferencia de prensa. Quizá lo más astuto hubiera sido no ir. Pero no me achiqué, fui valiente y concurrí: hasta me aplaudieron".

Ese aplauso no fue la única satisfacción que la película proporcionó a la actriz, ya que se vendió a distintas distribuidoras europeas, y gracias a una artera modificación de su título -fue rebautizada como ‘La monja y la prostituta’- se convirtió en un suceso de taquilla. "Los fracasos, como los éxitos, hay que analizarlos y no aceptarlos simplemente como un hecho del cielo. Detrás del resultado, positivo o negativo, hay un porqué. Yo siempre trato de descubrirlo", explica.

-Dígame entonces el porqué de sus exitosos almuerzos en TV.

-Pienso que se debe en gran parte a que acompañamos a un montón de gente que está sola al mediodía. Antes, la gente que vivía sola no veía televisión mientras almorzaba. Y de pronto ahora se topa con mi programa, donde tiene la posibilidad de conocer a una cantidad de personas interesantes, oírlas hablar, expresar ideas, intercambiar opiniones, también polemizar y verlas comer: a los argentinos les encanta ver comer. Yo he recibido montones de cartas de señoras que me dicen: ‘desde que usted no está, mis chicos no comen’. Evidentemente, ver comer da apetito.

-O sea que su programa tiene un valor nutricional…

-¿Usted se refiere al gancho de almorzar? Eso es lo de menos, creo que tiene todo tipo de valores. Y de defectos también, aunque en menor cantidad. En realidad, yo no le doy importancia al almuerzo en sí sino al hecho de hacer conocer a una serie de argentinos que realizan cosas positivas y el de mezclarlos entre sí: un futbolista con un intelectual, un señor de la villa con un artista, un canillita con un científico, una ama de casa con un político. Mezclar a la gente sin distinción de clases es otra muestra de que me es ajeno el elitismo. Mire, yo voy a hacer gimnasia a un establecimiento muy tranquilo y allí me siento muy cómoda. Somos ocho o nueve alumnas y había una que se obstinaba en aseverar que yo no era Mirtha Legrand. Cuando le pedí que se explicara me dijo: ‘Mirtha Legrand no vendría acá; iría a un gimnasio grande y sofisticado’. Entonces me di cuenta de que la gente la va etiquetando a una, le va haciendo una aureola, transformándola en un mito. Quizá esta mujer pensó: ‘¡Que amarreta, venir a este lugar!’ Y yo no voy por amarretismo sino porque me queda cerca y formamos un grupo que me gusta. Pero la gente piensa que Mirtha Legrand tiene que ir a un lugar mucho más caro: no puede pagar 80 mil pesos, debe pagar 500 mil. A una la meten a la fuerza en esos cánones preestablecidos.

-Pero esa aureola no se la endilgan a todo el mundo.

-Bueno, puede ser que yo haya fomentado una cosa así. Tratando de vestirme elegante, de arreglarme, de vivir bien, sabiendo cultivarme a través de los años, apreciando todo lo estético. Es que me encantaría ser muy linda, tener un cuerpo sensacional, caminar bien, poseer un gran sentido de la plasticidad. En el fondo, lo que me gusta es gustar. ¡Es tan lindo seducir! Todos están muy apurados por vivir y nadie se esfuerza en seducir. Seducir es un arte.

-¿Se animaría a esbozar un decálogo de ese arte?

-Si se lo cuento, todo el mundo lo va a poner en práctica…Pero está bien, le voy a decir lo que hago yo. Trato de ser armoniosa en todo, por dentro y por fuera, irradiar calidez, mirar a los ojos, exhibir una sonrisa que guste, no mover mucho las manos, como lo estoy haciendo en este momento. Además, hay que tener conciencia de los propios defectos y adelantarse a decirlos antes de que el otro los note. Por último, no hay límite de edad para seducir. Lo que pasa es que no basta con ser linda. Es preciso también tener encanto personal, una cierta gracia.

-¿Con esas artes se puede seducir a cualquier persona?

-No. Hay gente que no se deja seducir por nadie ni por nada. Pero a mí no me interesa conquistar a todo el mundo.

SEPTIMO VELO

En ese momento Osvaldo Dubini, exitoso como fotógrafo y como seductor (muchas chicas de tapa habían caído en sus redes) terció en el diálogo para expresar su desacuerdo: según él, con tiempo y constancia se puede llegar a conquistar a cualquier persona que uno ponga en la mira. Mirtha no se deja convencer por los argumentos del reportero gráfico, pero lo cierto es que ella exuda efluvios seductores a cada momento. De hecho, su primera actitud al flanquearme la puerta fue también, irrefutablemente, de seducción. "¡Como se parece usted a Alain Delon! -exclamó- ¿Nunca se lo dijeron? Sí, sí. ¡Esté seguro que es así!" Pero el reportaje no sólo comenzó sino que también fue rematado con un toque seductor. "Usted me ha corrido el séptimo velo -me lisonjeó la actriz-, nunca me he sincerado tanto, o al menos no han sido tan hábiles como usted para hacer este tipo de interrogatorio. Siempre fueron reportajes más triviales, más superficiales. Nunca tan sesudos y profundos".

Yo estaba en mis veinte años, ella orillaba los cincuenta, y me pareció prudente desviar el tema de mi supuesto parecido al “hombre más bello del mundo”.

-¿Cómo eran sus padres? ¿Seductores también?

-Mi padre era un hombre muy buen mozo, alto, con ojos oscuros lindísimos, estilizado y de piel aceitunada. Además, era un gran trabajador y gran emprendedor y tenía chochera por sus hijos. Pero falleció cuando teníamos ocho o nueve años. Mi madre, en cambio, nunca trató de halagarnos y le debemos el hecho de que nunca nos sentimos niñas prodigio. Siempre nos censuraba y nos criticaba mucho. Era muy firme.

-¿Usted también es autoritaria?

-Sí. De algún modo lo soy. Creo que soy terminante. O quizá impaciente sea la palabra adecuada. Soy bastante rápida mentalmente y quiero todo ya mismo. Voy a comprar algo y cuando me dicen ‘se lo podemos hacer’ me voy con las manos vacías, porque si no me lo dan enseguida, no lo quiero. Si me dicen ‘llamamos mañana’, yo me niego y digo: ‘no, llamamos ya’.

-Todo se tiene que hacer inmediatamente y a su manera…

-¿A mi manera? No. Por lo común escucho las opiniones de los demás, y si están en lo cierto, admito mis errores. Esa es una de mis cualidades: sé pedir perdón en el momento adecuado.

-¿Le cuesta hacerlo?

-No, no. Es que soy humilde de verdad. Digo que me he equivocado y pido perdón. La gente debería pedir perdón más a menudo. Sin embargo, comete errores e injusticias y nunca lo hace. Yo nunca encontré a un periodista que haya escrito algo fuera de lugar y luego lo admita. Siempre va a decir: yo no fui.

-Pero usted suele tener actitudes de diva.

-Mucha gente me dice que no tengo poses ni hago desplantes y opino que están en lo cierto. Por otra parte, es muy cansador no ser natural. Un amigo de María Félix me contó que cuando ella llegaba a su casa de una fiesta estaba totalmente agotada por haber permanecido todo el tiempo con aire hierático.

-¿Quizá esa actitud se tome para preservar la intimidad? ¿Para que no lo acosen a uno?

-¿Para interponer una pared? Puede ser, pero entonces son personas que no tienen interés en un cálido contacto con los seres humanos.

-En general, usted toma actitudes didácticas, ¿es asi?

-Sí. Soy un poco maestrita. Si no fuera lo que soy, me hubiera gustado ser profesora de geografía. Pero no enseño de una manera pedante o deliberada sino que surge en mí espontáneamente. Sin embargo, también me encanta estudiar, perfeccionarme, cultivarme. Quisiera que me hablaran de Sócrates o de Sófocles y que yo entendiera todo. Me gustaría entender cabalmente a Borges, ya que muchas de sus obras son incomprensibles para mí. Quizá mi inteligencia y mi grado de cultura no den para tanto, pero pienso que no soy la única. Además, no por eso dejo de admirarlo profundamente. Muchos me preguntan: ‘¿Qué le gustaría ser cuando sea vieja?’ Y siempre respondo: ‘Una mujer cultísima, leer mucho y tener gente alrededor para poder volcarle esa cultura que he adquirido a través de los años.

-¿Y que tipo de enseñanzas le gusta transmitir?

-Más que nada, intento dar consejos a la gente que le va mal, y también intercedo por ellos, porque cuando una persona famosa da una mano eso vale algo. Hace unos días me encuentro con la actriz Elsa Daniel y le digo: ‘Elsita, no puede ser que te quedes en tu casa, así nadie te va a llamar, hoy en día nadie llama a nadie, metételo en la cabeza’. Y muchos me hacen caso. El otro día tomé un taxi y el chofer, que me reconoció, me contó que tenía una hija de profesión constructora que no trabaja porque el marido es ginecólogo y gana muy bien. Entonces le pregunté si su hija era feliz. Me respondió que no, que la chica preferiría trabajar. Antes de bajar le di el siguiente consejo: “Dígale a su hija que trabaje, porque si no se va a sentir frustrada y su vida matrimonial se va a ir deteriorando paulatinamente. En cambio, si se ocupa se sentirá feliz”. ¿Quiere creerme? A los dos días vuelvo a tomar el mismo taxi y el chofer, sonriente, me cuenta: ‘Le di su consejo a mi hija y va a comenzar a trabajar’. A veces hasta creo saberlo todo, pero no es así.

-Esa conducta suya trasluce paternalismo.

-Puede ser. Pero a mí también me agrada que me den consejos, aunque, la verdad, no los tomo demasiado en cuenta porque me gusta manejarme con la intuición.

Soy una intuitiva en todo: los negocios, el trabajo artístico, mi vida afectiva. Y generalmente me da buenos resultados.

APARIENCIAS

Interrumpiéndola, entra el marido de la actriz, Daniel Tinayre, y le recuerda que tiene una cita. Mirtha me pide que apresure el trámite, pero al rato parece olvidarse del mundo que la rodea y relata, orgullosa, que para prepararse a almorzar con Favaloro estudió hasta las seis de la madrugada todo lo referente a la técnica quirúrgica del by-pass. “Pero a veces también me gusta jugar -confiesa con un mohín pícaro-. Suelo aparentar que ignoro algo y, en realidad, domino el tema. Lo hago porque me divierte. Me encanta sorprender al otro, pero no para propinarle un golpe bajo sino para hacerlo pensar: ¡A la fresca, esta sabe! Como le dije, no me gusta pasar inadvertida”.

-¿Qué pautas de conducta rigen su vida personal?

-Los principios morales y las buenas costumbres.

- ¿Podría definirlos?

-La moral es una sola y está basada en principios religiosos y éticos. Todos los seres humanos sabemos que es lo que está bien y lo que está mal. Hay que procurar no transgredir normas morales. En cuanto a las buenas costumbres, se trata de no herir y no molestar al semejante. Creer en Dios forma parte de la moral. Quizá todo esto que digo sea muy antiguo, pero yo soy hija de españoles, que son bastante cerrados, y me han inculcado estos conceptos.

-¿Sigue aceptándolos? ¿No ha cambiado?

-Bueno, mis hijos me han hecho evolucionar. Pero todavía hay ciertos temas que me disgusta que se toquen en mi casa, como los sexuales. Cuando se habla de estos temas, mis chicos se ríen de mi. ‘Mirá la cara que pone -dicen- mirá que no le gusta, mirá que se enoja’. Es que yo tengo pudor. Por ejemplo, jamás me desvisto delante de nadie, así sea mujer.

-¿Ni delante de su hija?

-Ni de mi hija, ni de mi hermana. Es una cuestión de pudor natural. Quizá sea antiguo, pero me han educado así y me da vergüenza. Pienso que a la gente le hace falta un poco de vergüenza. Es mi forma de ser, pero no soy retrógrada, no censuro a la gente que lo hace, simplemente me abstengo de practicarlo yo. A veces me pregunto si es un exceso de pudor o un sentido exacerbado de la estética. A lo mejor, si tuviera un cuerpo divino y fuera perfecta mi pudor no sería tan grande. Soy muy sincera en confesarlo, ¿no? Pero no me disgusta ver a Nélida Lobato o a Ethel Rojo desnudas, o a Susana Giménez: me parecen fantásticas, sensacionales como mujeres. En tanto que yo misma no podría hacer lo que hacen ellas, ni siquiera siendo joven. Es que hay una cosa que se llama principios, pudor y prejuicios. Sin embargo, esto no me ha restado felicidad. Al contrario, en mi caso ha sido un contrapeso muy positivo, ya que mi marido es muy liberal en ese sentido. Además, se que a mis hijos, en el fondo, les encanta mi forma de ser aunque hayan salido a mi marido. Yo he sido un dique de contención para que no se desborden.

-¿Entonces usted no cree que los prejuicios sean negativos?

-Tengo prejuicios y no creo que sean negativos, al menos a mí no me molestan. Aunque también he evolucionado. Cuando me casé, si me hablaban de una mujer que vivía con un hombre sin haber contraído matrimonio y tenía hijos con él me parecía muy mal. Ahora soy comprensiva. Es que a una la educan de una manera muy severa. Nosotros ni siquiera nos atrevíamos a fumar delante de nuestra madre, que murió hace seis años. Yo me casé muy chica, a los 17, y fui evolucionando.

-¿Esa evolución la ha llevado también a aceptar el divorcio?

-No se lo reprocho a otros, pero yo me casé para toda la vida. A mí me gusta mi marido, aunque a veces discutimos. La discusión es divertida, mientras lo que destroza al matrimonio es el aburrimiento. Los matrimonios que están demasiado de acuerdo se aburren.

-¿Ha tenido crisis graves en su matrimonio? ¿Cómo las sorteó?

-Si, las tuve. Y las sorteé llorando. Soy llorona.

-Usted nunca ha revelado su postura política. ¿También por pudor?

-Creo que el actor no debe hacer política directamente, y menos en nuestro país, donde lamentablemente no hay una gran cultura cívica, donde se pelean a muerte los hinchas de Boca y River. Si bien es evidente que, indirectamente, todos hacemos política, no me gusta publicitarlo; es una cosa muy íntima y ahí entra el pudor también, ¿no?

Con ese “¿no?” la estrella remata invariablemente sus frases, como queriendo obtener el asentimiento del interlocutor. Además, la mayoría de sus parlamentos va aderezados con una jovial carcajada, y todos, sin excepción, de contagiosas sonrisas. Mientras habla, gesticula incesantemente, pero el movimiento que repite con más frecuencia es un tic ya clásico: con el brazo arqueado, apoya el índice de la mano derecha en la mejilla. Sin entrar en la habitación, ni mostrarse, su hijo le pregunta si va a usar el auto esa noche. “No, Dany”, responde, con una voz que delata quien es su mayor debilidad.

MATERNIDAD

-¿No le parece que es incompatible criar hijos y hacer una carrera en el cine simultáneamente?

-Totalmente compatible no es, pero como no eramos gente de fortuna, si me hubiera quedado en casa no habría podido dar a mis hijos una serie de cosas. Y yo filmaba mucho. Eran doce o catorce horas diarias en los estudios de cine. Se me hacía muy difícil atenderlos. A veces los psicoanalistas dicen: ‘¡Ah! No les dio suficiente cariño a sus hijos’. Y otros afirman: ‘Lo que pasa es que les dio un exceso de cariño’. Entonces, ¿cómo se dosifica el cariño? Hay chicos que se quejan: ‘mi madre no se ocupaba de mí’, y otros proclaman que deben cortar su Edipo, su cordón umbilical. Uno nunca sabe. Yo confieso que ignoro como dosificar mi amor. A mi me encantaría besuquearlos, pero ya están grandes. Para ellos es cursi, está mal que la madre los bese, que los vaya a buscar al colegio. Sin embargo, es tan enternecedor cuando los muchachos grandes besan a sus padres. Yo a los que quiero los besuqueo, los toco, me encanta demostrar el cariño que siento.

-Bueno, se va a poder desquitar con los nietos. ¿O es que el hecho de convertirse en abuela la haría sentir vieja?

-Siento dentro de mí un gran amor que tengo que dárselo a alguien, y ese alguien debe ser a un nieto, seguramente. Y no me sentiría vieja para nada. Yo ya tengo edad para tenerlos, hay que ser realista. Además, como me dijo una vez el torero Luis Miguel Dominguín: ‘ahora las que triunfan en el mundo son las abuelas jóvenes’. Por otra parte, gran parte de mi público ha crecido, madurado y envejecido conmigo. Usted ve la cantidad de Mirthas y Silvias que hay, bautizadas así porque sus madres se inspiraron en nosotras, las hermanas Legrand.

A la gente no le molesta que yo no tenga mi cutis tan lozano, como lo tenía a los treinta. Nuestro público es fiel a sus ídolos.

-Al público no le interesan sus arrugas, pero a usted sí…

-No. Ya tengo edad para tenerlas y ,además, si me interesaran mucho no sonreiría tanto.

-¿Le preocupa aparecer con más arrugas de las que tiene?

-Me molesto cuando me sacan mal, porque me parece que es hacer daño gratuitamente: ¡si yo soy todavía una mujer fotogénica! En una mala foto la que sale no soy yo, y un fotógrafo experimentado sabe cómo hacer mucho daño con una lente si se lo propone. Por otra parte, nunca miro las fotos antiguas. Sólo me interesa lo que voy a hacer en el futuro. En eso soy muy emprendedora, tengo un motorcito adentro que me hace tener polenta.

-¿Y hasta cuando tiene combustible para continuar?

-Tengo todavía para bastante, pero pienso parar el motor en un par de años más para que el mito quede congelado en cierto momento y así dejar una buena imagen.

Los grandes mitos universales nunca han sido grandes actores, siempre ha sido el triunfo de una gran personalidad, llámese Clark Gable o Gary Cooper. Ellos nunca han encarnado personajes de ficción, siempre han hecho de ellos mismos. Y creo que en mi caso hay una semejanza. Yo también siempre he hecho de Mirtha Legrand. Eso me otorgó una serie de encantos muy especiales.

-¿Cómo cuáles?

-Cierta gracia, espontaneidad, toques de elegancia, seducción sin proponérmelo, buena dicción, una voz potente, que es muy importante en teatro, pero jamás podría hacer un drama y menos una tragedia. Mi fuerte son las comedias sentimentales, y siempre trato de adecuar los personajes a mi personalidad. Por ejemplo, durante muchos años hice un personaje en la obra ‘40 Kilates’, que se me ajustaba como anillo al dedo: una mujer de cuarenta que se enamora de un chico joven. Las cuarentonas se veían representadas en el personaje y pensaban que les podía pasar algo parecido. También a mí podría haberme pasado.

-¿La deleitaba pensar que un muchacho joven podría enamorarse de usted?

-Sí. Pero ningún chico joven se ha enamorado de mí, o por lo menos ninguno me lo ha confesado. Recibo cartas de jóvenes pero creo que se confunde admiración con amor. Tener admiradores jóvenes me da un poco de vergüenza. Me parece antinatural: deberían admirar a Solita Sylveyra o alguna otra muchacha. Sin embargo, los tengo, y devotos. Hay un muchachito de Rosario que me escribe todas las semanas. Me da vergüenza porque es de la edad de mis hijos, aunque esa admiración no esté mezclada con nada raro. Es que la TV me ha presentado a toda una generación que no me conocía, ya que hacía tiempo que yo no filmaba.

-Sin embargo, usted filmó en el exterior.

-Rodé una película en España, pero no me hizo muy feliz. Cuando llegué al estudio, oí que el encargado decía: ‘Oye, a la argentina dale tal camarín’. Me dieron un camarín minúsculo y me di cuenta que en Buenos Aires yo era primera figura y ahí debía volver a empezar una carrera.

-Prefiere ser primera en Buenos Aires, antes que segunda en Madrid.

-Sí. Me gustaría proyectarme desde aquí. Lamento que nuestro cine no tenga la fama y la difusión que tuvo en sus años de oro, cuando muchas de sus figuras eran conocidas en toda América. A mí aún me recuerdan. Todavía me llegan cartas de admiradores de México y hasta de Cuba. Claro que también recibo cartas horribles de gente que no me quiere y me critica, pero son las menos. Esta carrera es fascinante, pero también tremendamente ardua. Y pienso que el Gobierno debería otorgar un galardón a los grandes artistas que han dado mucho al país: Luis Sandrini, Libertad Lamarque, Niní Marshall, por ejemplo. Un premio como la Legión de Honor francesa, o un título, como se hace en Inglaterra. Con eso no estoy diciendo que Mirtha Legrand deba recibir uno.

SERMONES

Mirtha desaparece por algunos minutos y vuelve enfundada en otro vestido. “Le queda mucho mejor este, la hace más joven”, lisonjea el fotógrafo. “¡No me diga! El otro me salió muchísimo más caro, es un modelo exclusivo, en tanto que este lo compré en una boutique”, se asombra la diva. Luego comenta que no tiene hobbys, pero que la apasiona hacer recortes de los diarios, “principalmente comentarios y también los sermones de monseñor Tórtolo y monseñor Zaspe”. Periódicamente los releé y asimismo suele enviárselos a su hija Marcela, que vive en el exterior, con acotaciones propias.

“Yo leo el diario con mucha atención, de cabo a rabo -se jacta-, incluyendo los editoriales, que muchas mujeres pasan por alto; las necrológicas, o las cruces, como las llamo yo, y obviamente todo lo artístico, así como lo referido a política nacional e internacional, pero sin excluir las quiebras y convocatorias. Me interesa mucho saber a quién y en qué ramo le va mal y analizar el porqué. Asimismo, leo las agropecuarias, un rubro bastante más complejo. Me gusta estar bien enterada”.

Acto seguido, la actriz esboza un vehemente panegírico de los argentinos. “Somos bárbaros -se entusiasma-. Muy inteligentes, muy brillantes, con una rapidez mental que no se encuentra en otras latitudes. Además, tenemos una cosa fabulosa que se llama libertad. No la valoramos mucho, porque el ser humano sólo se da cuenta de lo que significa el aire para respirar cuando se lo quitan. Hace unos años estuve en la Unión Soviética y una intérprete me dijo: ‘Ustedes ser país capitalista, sólo interesarles todo lo exterior, ropa, peinado, maquillaje’. Y yo le contesté: ‘Quizá sea así, pero yo puedo salir de mi país cuantas veces quiera. Y usted, ¿puede salir del suyo?’ No me respondió. Deberíamos valorar más nuestra libertad”.

Cada diez minutos atruenan la casa los trenes del ferrocarril Mitre que circulan a pocos metros. “Eso no es nada. Lo que más me molesta es el ruido de los aviones que bajan para aterrizar en Aeroparque”, se lamenta la anfitriona. A riesgo de abusar de su hospitalidad, ya que la hora es avanzada, le formulo las últimas preguntas.

-Usted dijo que pedía perdón con frecuencia. ¿También se lo pide a Dios?

-Voy a misa casi todos los domingos y me confieso a menudo. Eso me hace mucho bien, me descargo de todos mis pecados, hago mi mea culpa, mi acto de contrición. Me gusta oir el Evangelio y el sermón. Justamente el otro día el sacerdote dijo que debíamos amar aún a nuestros enemigos, sean de derecha o izquierda. Me sorprendieron esos términos. Le parecerá una estupidez, pero me gusta arrodillarme pensando que estoy sirviendo a Dios, que estoy haciendo algo por El.

-¿Le tiene miedo al castigo de Dios?

-No. Yo lo amo profundamente y no tengo miedo porque no cometo actos dignos de castigo.

-Debe tener la conciencia muy tranquila.

-Eso tampoco. No soy una santa ni nada que se le parezca. Suelo decir algunas palabras gruesas, dos o tres, nada más. Cuando me enojo surgen con frecuencia. Pero no me hacen sentir mal. Creo que todo el mundo las dice, y no es pecado grave. Y hay gente a la que les quedan muy bien.

-En los consejos que suele prodigar, ¿incluye el de acudir a la iglesia?

-Rara vez. No me gusta ejercer presión en ese sentido, aunque muchas veces estoy tentada de hacerlo. Ayer estaba en misa y no me podía concentrar. Pensaba: ‘si yo le dijera a cierto actor muy conflictuado que fuera a misa, que se confíe a Dios, que practique el cristianismo, ¡se sentiría tan bien consigo mismo, tan conforme!’ La gente a veces teme abrirse a la iglesia, al confesor. ¡Si supieran que paz da! Claro que uno puede ser católico y psicoanalizarse. No está reñido. Pero me parece menos efectivo. También uno a veces usa a Dios, en el buen sentido. Yo hace varias semanas que no iba a misa, pero el domingo anterior al primer almuerzo televisivo de esta nueva época fui para pedirle a la Virgen que me ayudara a tener éxito, que mis cosas anduvieran bien. Sin embargo, no me acuerdo de la iglesia solamente en los momentos cruciales.

-¿Y les ha transmitido a sus hijos esa fe?

-No, no mucho. Han ido a colegios católicos, pero no me he esforzado demasiado. En casa la única practicante soy yo, pero tampoco hago nada para que los demás lo sean.

Se había hecho decididamente tarde y cuando por fin me levanté, Mirtha confesó estar famélica. Ya en el auto, camino a la redacción arriesgamos con el fotógrafo un pronóstico, que tenía todas las trazas de ser una fija:

“Dice que en un año se retira, pero no lo hará nunca. Va a ser una segunda Tita Merello”.

Después de la publicación de la entrevista me enteré de que a Mirtha no le gustó nada la comparación. Pero vista su carrera desde el 2023, nos habíamos quedado cortos. En longevidad televisiva Mirtha ha superado ampliamente a Tita.

 

Un joven Kasanzew, al que Mirtha comparó con Delon.

Cuando le conté orgulloso a mi mamá que Mirtha me había comparado con el hombre más bello del mundo, mi vieja en vez de sentirse halagada se exasperó: “¡Cómo va a decir eso, si vos sos mucho más lindo que Delon!” ¿Puede haber algo más entrañable que la ceguera incondicional de las madres?