UNA EVOCACION NECESARIA DEL P. JUAN CLAUDIO SANAHUJA
Con obediencia a la verdad
El religioso fallecido en 2016 fue un comunicador incansable dedicado a denunciar los males que castigan a la persona, el matrimonio y la familia. Sus escritos alertaban sobre la “reingeniería social anticristiana”.
POR SEBASTIAN SANCHEZ
En vísperas de la Navidad de 2016 falleció Juan Claudio Sanahuja, sacerdote llamado a la defensa del orden natural frente a los embates del Nuevo Orden Mundial (vaya paradoja, pues se trata de un pseudo-orden).
Filiado desde muy joven al Opus Dei -con apenas 21 años se licenció en Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra, bastión académico de la Obra- Sanahuja cursó estudios de teología en Roma, fue ordenado en Madrid y poco después, de vuelta en Navarra, obtuvo su doctorado en teología.
Pero no se dedicó exclusivamente a la vida contemplativa o la carrera académica. Apegado a su carrera de base, fue un comunicador incansable, un ferviente transmisor de la Verdad que dedicó décadas a informar el origen de los males que se abaten sobre la persona, el matrimonio y la familia, en fin la comunidad toda.
Bajo la orientación del cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, que en los ’90 dirigía el Pontificio Consejo para la Familia, Sanahuja fundó Noticias Globales, un boletín muy sencillo, enviado al principio por correo electrónico, que brindaba información de primera mano sobre los proyectos del poder global destinados a la destrucción de las patrias. Además en 2001 fundó Notivida, una gaceta de características similares, pero dedicada enteramente a la Argentina. En esa nueva empresa, que continúa apareciendo, el cura contó con la inestimable colaboración de Mónica del Río.
Sanahuja escribió varios libros, que fueron fruto de un singular apostolado: El gran desafío. La Cultura de la Vida contra la Cultura de la Muerte (1995), El desarrollo sustentable (2003) y Poder Global y Religión Universal (2010 y 2016).
Esta última obra, el corolario de su vocación, fue escrita según él mismo dice para que sus lectores “recen más, estudien más, piensan más y actúen sin respetos humanos para romper el corset de lo políticamente correcto, de los lugares comunes y del encantamiento del mundo”.
PROYECTO TOTALITARIO
El libro presenta sin ambages las bases del proyecto global, totalitario, que encontró un hito significativo en las conferencias internacionales de los ’90, sin dejar de reconocer antecedentes fundamentales, como el espeluznante Informe Kissinger. Todo ello, dice Sanahuja, es la base de una “reingeniería social anticristiana”, que no representa otra cosa que “las tinieblas que han caído sobre el mundo”, como dijera Pío XII.
Es cierto que Sanahuja apenas menciona la Agenda 2030, que se ha hecho famosa en estos tiempos, pero que sólo es el nuevo nombre del proyecto globalista, el viejo planteo del Poder Internacional del Dinero, encarnado ahora en este modelo de sociedad “enraizada en los nuevos derechos humanos y en la perspectiva de género (…) a cuyo servicio se ponen los programas políticos, aplicados a nivel nacional e internacional en materia de género (…) que son el resultado de las directrices y pautas bien definidas, diseñadas de acuerdo a una estrategia ideológica premeditada”.
El cura lo dice claramente: “Las Naciones Unidas han interconectado las agendas de desarrollo, cambio climático, derechos humanos y género, de modo que los avances deben ser parejos, acompañándose recíprocamente”.
En ese marco hay que ubicar el paradigma de los derechos humanos evolutivos, que da lugar a la brutal inflación de “nuevos” derechos y que es origen del vocifero que escuchamos en estos días de campaña electoral: “¡hay que aumentar derechos!”. Y guay del que presente la más mínima objeción, pues será anatematizado con el consabido “negacionista” o “antiderechos”.
En el mismo sentido, Sanahuja advierte el intento de crear un nuevo credo universal, una religión que no religa, en la que no sólo Dios ha sido abolido, sino también el hombre, pues tiene por fundamento una antropología dada vuelta, asentada en el relativismo moral y la idolatría de la ley positiva (“¡es ley!”, rugen los abortistas desde el funesto 2020).
Pero Sanahuja no sólo describe la dinámica del poder global (que llegó a la exasperación en el infame Reseteo Global, que él afortunadamente no llegó a padecer) y su falsa religión. Se extiende además, sin reparar en los trastornos que ello podía ocasionarle, sobre la confusión intraeclesial reinante. Con inteligencia pero sin fingimientos abordó el tema optando por ser obediente a la verdad, muy lejos del obedencialismo clerical tan al uso de estos tiempos.
“Así -dice el cura- el propio Papa ha dado y sigue dando pie a confusiones. Una larga serie de hechos y dichos, ampliamente publicitados por los medios de comunicación, sobre los ‘divorciados vueltos a casar’ (…) la intercomunicación con los luteranos; la homosexualidad; el diálogo interreligioso; el cuidado de la ‘casa común’; por citar sólo algunos ejemplos, convirtieron a los católicos fieles en ‘aclaradores’ de los dichos y actitudes del Papa”.
Baste este breve extracto para advertir porqué el padre Sanahuja fue tan fustigado y maltratado en sus últimos años.
Pero quizás el núcleo del libro que comentamos se encuentre estampado en las primeras páginas. Allí el P. Sanahuja cita al primer pontífice: “castificantes animas nostras in oboedientia veritatis” (I Pe, I, 22): “con la obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas”. Y, en tal sentido, hacia el final de su obra el cura parafrasea a Santa Teresa de Jesús, cuando enseña que la humildad auténtica es “andar en la Verdad” (lo mismo decía nuestro Castellani: “hay que hacer verdad”).
Con coraje, Sanahuja llamó a la auténtica obediencia principiando por el servicio a la verdad que es propio de todo cristiano, empezando por el Papa que debe ser el primer obediente a la Verdad que es Cristo.
Juan Claudio Sanahuja fue mucho más que un precursor del “providismo”. Fue un santo varón que dedicó su vida a la defensa del orden natural partiendo de la enseñanza paulina: “a la palabra no la pueden atar”. Quiso la reverencia a la verdad, y por lo mismo, a pesar de los horrores que se obligó a describir, lo hizo todo con el sello indeleble de la esperanza sobrenatural.
Vayan estas sencillas líneas para homenajearlo y sustraerlo un poco de la lamentable desatención en que ha caído su figura. Quiera Dios recompensarlo.