Acuarelas porteñas

Con justificado orgullo

Cotidianamente diversos pelafustanes se ufanan, desde los medios públicos de comunicación, de haber concretado ciertas proezas o epopeyas, cuando en realidad las tales sólo existen dentro de los precarios cacúmenes de dichos sinecura-habientes. Se trata de una jactancia verdadera, pero basada en hechos ficticios, y que, como cualquier mentira, carece de toda validez. Y les cabe a dichos parásitos expresarla con justificado orgullo: o sea el orgullo de ser onerosos, mendaces y grotescos. Diríamos un orgullo de signo negativo.

Sin embargo, y por fortuna, existen también las efusiones legítimas, de las que pueden presentarse muchos ejemplos, pero me limitaré a señalar las que solemos apreciar durante un mero partido de fútbol. Constituyen las muestras de alegría por parte del delantero que acaba de marcar un gol y las del arquero que acaba de evitarlo, y las de sus solidarios compañeros, puesto que tales exteriorizaciones se basan, en ambos casos, en acciones meritorias y dignas de aplauso. Los futbolistas las expresan con justificado orgullo: el orgullo de ser eficaces.

Mi curiosidad de lector me ha llevado a relacionar dos casos de justificado orgullo literario. Veámoslos:­

­* Miguel de Cervantes (1547-1616)­

Llegado al capítulo 40 ("De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia'') de la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1615), el autor se halla tan feliz con su maravillosa labor de novelista, que no puede disimular su alegría de creador y entonces se permite -con justificado orgullo - felicitarse a sí mismo:

"Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historias como ésta deben de mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas de ella, sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacase a luz distintamente. Pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del más curioso deseo manifiesta. ¡Oh autor celebérrimo! ¡Oh don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea famosa! ¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes''.­

No es para menos, de manera que yo, agradecido lector de tales prodigios y sutilezas, añado mi propia congratulación para el colosal talento de don ­Miguel.

José Hernández (1834-1886)­

En 1879 apareció La vuelta de Martín Fierro. En el canto I de la Vuelta, ¿por qué habla Martín Fierro como si él fuera, no el personaje, sino el autor del libro? Un autor, por otra parte, muy consciente de los elevadísimos valores de su obra.­

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Versos 73-78:­

"Lo que pinta este pincel­

ni el tiempo lo ha de borrar;­

ninguno se ha de animar­

a corregirme la plana;­

no pinta quien tiene gana­

sinó quien sabe pintar''.­

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Luego: versos 91-96:­

"Y el que me quiera enmendar­

mucho tiene que saber;­

tiene mucho que aprender­

el que me sepa escuchar;­

tiene mucho que rumiar­

el que me quiera entender''.­

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Don José está completamente seguro de la inmortalidad de su obra y entonces, con justificado orgullo, afirma (versos 97-100):­

"Más que yo y cuantos me oigan,­

más que las cosas que tratan,­

más que lo que ellos relatan,­

mis cantos han de durar''.­

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No sé si, en términos literarios, un lapso de un siglo y medio significa para siempre. Pero estamos en el año 2023 y, según indica la experiencia, creo que -compatriota como soy de José Hernández- puedo suscribir como indudablemente verdaderos estos versos del canto 33 (4877-4882):­

"Pues son mis dichas desdichas­

las de todos mis hermanos:­

ellos guardarán ufanos­

en su corazón mi historia;­

me tendrán en su memoria­

para siempre mis paisanos''.­

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¿Y YO?­

­Releo lo escrito y, dado que no advierto tropiezos evidentes, me siento bastante satisfecho del resultado. Por ende, apruebo mi propia labor, me felicito por ella y, con justificado orgullo, experimento una suave gratificación que -espero y deseo- se haga extensiva a los amables lectores de La Prensa.­