TEATRO. ‘Vincent, el loco rojo’ ofrece un retrato acabado de Van Gogh, que destaca por la entrega de Joaquín Berthold

Como un niño ante el enigma de la vida


‘Vincent, el loco rojo’. Autoría y dirección: Flor Berthold. Escenografía: Queli Berthold. Diseño de luces y video: Guillermo Berthold. Sonido: Fran Brunetta. Producción: Luciana Cruz Font. Actúa: Joaquín Berthold. Duración: 50 minutos. Los sábados a las 20.30 en el Teatro El Grito (Costa Rica 5459).


 

Puestos a elegir tres imágenes de la vida de Van Gogh que puedan resumir algo de lo que se presenta en ‘Vincent, el loco rojo’, escogería su trabajo como maestro entre los obreros belgas del carbón, en la Borinage, zona de la provincia valona de Hainaut. En segundo lugar, la etapa francesa: la vida con Gauguin, el episodio de la oreja; los burdeles, Raquel, la prostituta. Y, por último, el tiro del final, el cuadro de los cuervos.

En la primera etapa en la Borinage, nombre que deriva de bores (“pozos de minas”), la etapa de los grises, pinta en la estela de los grandes maestros del realismo: Millet, Courbet y Daumier, retrata episodios de la vida obrera, defiende los derechos de los mineros y pide mejoras en sus condiciones salariales. A menudo esta etapa de su pintura, en la que seguía un proceso tradicional que comenzaba con una grisalla (capa de grises) sobre un fondo entonado, se pasa por alto para centrarse casi exclusivamente en los amarillos de su etapa posimpresionista, de sus pinceladas texturadas, en las que, sin embargo, se siguen advirtiendo los grises.

Esta diferencia de tonos y matices es un rasgo de la puesta de Flor Berthold, dramaturga y directora, quien contextualiza el uso de imágenes con un fondo de pantalla sobre el cual se recorta la figura de Vincent, cuyas variaciones acompañan el despliegue del texto como correlato visual (de los grises anímicos a los cálidos sanguíneos). El manejo hábil del cuerpo por parte del actor (Joaquín Berthold), los colores de su vestimenta y el fondo proyectado logran una composición en el espacio seco y vacío de la propuesta, que se integran a la vista del espectador en un único cuadro, complementado con la importancia del extenso epistolario de Van Gogh a Theo, como una "segunda creación" al modo de unas apostillas.

EXPERIENCIA RELIGIOSA

Las cartas a su hermano Theo, en las que se refiere a la experiencia religiosa y docente en Bélgica, dan cuenta de una búsqueda que reconoce diferentes fuentes, entre las cuales tienen un lugar importante ‘El Cristo’ de Renan, y ‘La alegría de vivir’, de Émile Zola. En efecto, ubicándose con singularidades interpretativas en la tradición del arte sacro, Vincent pinta, tras la muerte de su padre, una gran Biblia que hereda de él, abierta en Isaías 53, en un entorno oscuro con una vela apagada y el libro de Zola.

Los dibujos al carbón que realizó durante ese período son una poderosa reivindicación de la vida obrera. Cuando llegó a Bélgica se ubicó en una casita en Colfontaine (La Maison Denis). Tras dejar atrás una breve experiencia como vendedor de arte, donde pronto experimentó la dicotomía entre el arte y la mercancía, percibió con sorpresa que en su nuevo destino no había cuadros, pero sí paisajes invernales como los de las pinturas de Brueghel y algunos caminos «profundos, cubiertos de zarzas y de viejos árboles torcidos con raíces fantásticas» que rememoraban su conocimiento de Durero. Le fascinaba observar a los mineros cuando emergían de las profundidades de la roca, cubiertos de polvo y con aspecto de deshollinadores en una región mezcla de pobreza y paisajes hermosos, que lo perturbaba y maravillaba al mismo tiempo.

En una ocasión, descendió a una mina peligrosa y encontró a obreros febriles, demacrados y agotados por el trabajo. No tardó en comenzar a retratar a estas personas y sus difíciles circunstancias. No usaba símbolos naturales como en el cristianismo primitivo, daba una luz de eternidad a una naturaleza permeada por la experiencia subjetiva. El arte se hace así religión.

‘Vincent, el loco rojo’ se presenta los sábados a las 20.30 en el teatro El Grito, de Palermo.

Heidegger destacó de los zapatos campesinos de esta etapa de Van Gogh las experiencias de fatiga, trabajo en el campo, lucha contra la miseria, anticipación del parto y cercanía de la muerte. Dice el filósofo alemán que la obra de Van Gogh revela estos sentidos sin necesidad de reflexionar conscientemente sobre ellos. La imagen artística lo es todo, se basta a sí misma sin necesidad de explicaciones.

También en Simone Weil, la original filósofa francesa, la relación directa con la vida obrera caló hondo en su pensamiento y escritura: trabajó en una fábrica de metalurgia en Francia durante 1934 y 1935, buscando comprender en carne propia la vida y las condiciones de trabajo de la clase obrera. Lo que en Weil es escritura de la gracia captura momentos breves pero poderosos en los cuales, a pesar de la dureza y la opresión de la fábrica, surgían gestos de bondad, solidaridad y humanidad entre los trabajadores. Por ejemplo, cuando un obrero le sonreía a otro en medio de su agotador trabajo o cuando se ayudaban mutuamente a pesar de las duras condiciones. Esos instantes de "gracia" iluminan la oscuridad laboral y reabren aspectos nuevos de la existencia, inscriptos sobre el cuerpo exhausto del trabajo: el gesto, la sonrisa, el descanso momentáneo.

GETSEMANI

Con respecto a la etapa parisina de Van Gogh, la correspondencia con Paul Gauguin durante los años 1888-1890 revela una relación compleja marcada por la admiración mutua y la colaboración artística, especialmente durante la convivencia en Arles. Van Gogh alquiló la "casa amarilla" con la esperanza de establecer un taller de artistas, pero el trágico episodio de la noche del 23 de diciembre, en el que cortó su oreja izquierda (o el lóbulo), terminó con su internación en un hospital psiquiátrico.

En un acto que evoca un ofertorio religioso, Van Gogh le entrega su oreja cortada (parece, luego de interminables investigaciones) no a Raquel, la prostituta, sino a Gabrielle, la chica que limpiaba el burdel. Este gesto adquiere connotaciones sagradas, como se refleja en su particular visión del 'Ecce Homo', donde identifica a Jesús con cualquier chica que conoce en un café (carta 533). Inicia así un particular Getsemaní que recorre entre olivos, cipreses y campos encendidos de trigo.

De su etapa de “loco” nos quedan las visiones remanidas, recurrentes y petrificantes del artista, lo cual torna difícil seguir desovillando capas de su derrotero vital y artístico. Tal vez la lectura más contra psiquiátrica de los padecimientos de Vincent nos la haya regalado Antonin Artaud en ‘Van Gogh, el suicidado por la sociedad’ (1947), para quien el Loco Rojo denuncia con su lucidez no solo la opresión sino las intrigas y negociaciones que rodearon su vida como artista. A diferencia de Gauguin, para Artaud, Van Gogh encontraba el mito en lo cotidiano, en las cosas más pedestres de la vida.

PASIONES

‘Vincent, el loco rojo’ no esquiva del todo la visión estereotipada del artista como genio, lindante con la locura. En este sentido, Joaquín Berthold sabe aterrizar a un cuerpo humano atravesado por las pasiones una respuesta actoral que, si bien tiene algunos excesos de energía, es muy potente en transiciones, ese principio del sistema Stanislavski según el cual la contención es un procedimiento para manejar los sentimientos, sugiriendo pasajes graduales entre estados.

La zona donde Berthold ubica este procedimiento es la cara, que toma mayor relevancia luego del episodio de la oreja porque se coloca una vincha/venda que le deja el rostro descubierto. También el sentido del “estar ahí” del maestro ruso, la búsqueda de que el hecho teatral ocurra con notas crecientes de sinceridad en escena, no solo requiere de un trabajo previo de fuerte concentración sino de un compromiso total con la actuación.

Este aspecto es el que más se destaca de Joaquín Berthold, la entrega absoluta. Su relación con el texto que, por momentos, alcanza zonas de un altísimo lirisimo, lo vuelve un niño ante el espectáculo incomprensible de la vida, a la que, sin embargo, da respuestas marcadas por una ingenuidad eficaz y en sintonía con la poética visible que se construye en el espectáculo.

Van Gogh escribió la última carta a su hermano Theo un domingo. Salió a los campos de trigo de Auvers armado con un revólver y se disparó en el pecho. Con los cuervos de ese trigal se cierra la obra.

Calificación: Muy buena