¿Cómo era el mejor programa de la televisión argentina hace medio siglo?

A los cuarenta años, Agustín Alezzo no solo había logrado convertirse en uno de los más brillantes maestros de actores, sino también en un prolífico regisseur, sin duda entre los más activos del medio local. Mientras dirigía simultáneamente dos celebradas puestas teatrales-’Tiempo de vivir’, en Eckos, y ‘El farsante’, en El Nacional-, se erigía en uno de los principales responsables del éxito de ‘Nosotros’, ciclo del Canal 11, que tanto el público como la crítica especializada coincidieron en señalar en 1975 como el mejor de la televisión argentina.

A propósito de este programa, basado en teleteatros unitarios de singular calidad y amplia aceptación popular -amalgama harto infrecuente en la pantalla chica-, en junio de aquel año dialogué con Alezzo, los protagonistas Federico Luppi y Norma Alejandro, y con Carlos Colasurdo, director de cámaras.

“La idea de hacer esto había sido largamente conversada entre Norma y yo -rememoró Luppi poco antes de comenzar un ensayo-. Deseábamos tener un ciclo para nosotros dos, pero sin características divistas. Queríamos que vinieran actores de afuera a trabajar: eso le da aire a los libros”.

Desde la primera emisión del programa, efectuada el 8 de enero del ‘75, hasta junio, habían participado de él más de ochenta actores invitados: Lautaro Murúa, Carlos Carella, Haydée Padilla, Golde Flami, Ignacio Quirós, Pepe Soriano, Lydia Lamaison, Luisina Brando, Ubaldo Martínez y una joven Graciela Alfano, entre otros. “La idea es trabajar con la mayor cantidad posible de artistas, pero preferentemente sin repetirlos”, acotaba Alezzo. Una modalidad que también se observaba en los autores de los libros. Hasta junio del ‘75 se habían representado obras de Alberto Adellach, Gius, Ricardo Halac, Aída Bortnik, Martín Cañas y Jorge Goldenberg, pero se seguían buscando nuevos guionistas.

En algunos casos Alezzo pedía al autor que rehaga el texto para darle un desarrollo dramático más adecuado a su visión, y este recaudo, un lujo prohibitivo para otros teleteatros, obviamente se hacía sentir en el resultado final. “Nos hicimos un planteo muy realista -apuntaba Luppi-. Como la TV exige un ritmo vertiginoso de elaboración, nos pareció que una buena medida era no luchar contra el tiempo, sino trabajar con él. ¿Cómo? Evitando la pretensión de que en 44 minutos de programa los libros aborden catorce temas a la vez. Un solo tema por libro, pero bien tocado, claro, conciso y sensible, como para que sea entendido por todo el mundo. Ahí radica la bondad del ciclo. Trata complejidades de manera sencilla. No hay alambicamientos intelectuales que oscurezcan la historia. Los libros siempre se refieren a lo cotidiano. Nunca vas a ver en ellos sofisticaciones, esnobismo, sensiblería, golpes bajos, cosas lacrimógenas ni efectismos a ultranza”.

 SIN FABULAS

Los géneros que rozaba ‘Nosotros’ iban desde la comedia al drama, pasando por lo sainetesco. A diferencia de otro programa de gran éxito que protagonizaran ambos actores -‘Cosa juzgada’-, este no se asentaba en hechos documentales. “Lo cual ofrece mayores posibilidades”, especificaba Luppi. “Sin embargo, ‘Nosotros’ ha tenido en la gente la misma repercusión que el ciclo dirigido por Juan Carlos Gené”, se jactaba Norma Aleandro, hoy de 88 años.

Los pequeños acontecimientos que relataba el ciclo estaban descritos con rigurosa y desapasionada objetividad, sin fábulas ingeniosamente urdidas, ni finales de gran impacto. Los hechos representados constituían el diario fluir de la existencia humana, con sus infaltables dosis de comicidad y dramatismo. Y el gran atractivo del programa era que, justamente, no se podía detectar en él nada que parezca inventado.

Un rasgo decididamente chejoviano, que Luppi se apresuró a confirmar, mientras tomaba su enésimo mate cocido en el bar de Pavón y Alberti. “No inventar: descubrir -definía el actor-. Y esta premisa nos permite aproximarnos a comportamientos muy reales”.

Claro que este relevamiento de la realidad se llevaba a cabo en un contexto bien determinado. “Los libros seleccionados muestran a través de historias interesantes nuestra idiosincrasia, en un lenguaje nuestro y con situaciones y personajes que son reflejo de nuestro ámbito”, delimitaba Alezzo, fallecido en 2020.

 APORTES

Entrar a la sala de ensayos del equipo fue como ingresar a un santuario. Reinaba allí el más absoluto silencio, rayano en el recogimiento, y hasta las observaciones que intercambiaban los actores con el director se hacían con vos apagada. No solo Luppi y Aleandro, sino también los artistas invitados aportaban permanentemente ideas para lograr un mayor verismo en las escenas. Muchas de estas sugerencias eran incorporadas por Alezzo y –según él- solían demostrar su eficacia. “En ese sentido no soy nada cerrado -me explicitaba el metteur en scéne-. Si uno opta por ser autoritario y desestimar el talento de quienes lo rodean, es mejor que se suicide. Hay que aceptar que otros pueden tener una idea mejor que la de uno”.

Esta amplitud de criterio no era el único mérito que ostentaba Alezzo. En uno de los brevísimos intervalos del ensayo, Luppi me explicó por qué habían elegido trabajar precisamente con él y no con otros directores. “El problema del actor argentino, en general, reside en la carencia de regisseurs experimentados, que hayan hecho una tarea investigativa sobre la labor actoral suficientemente extensa, o por lo menos profunda -pormenorizaba-. No hay muchos directores que puedan analizar un libro y llevarlo a la práctica, y muy pocos que lo puedan hacer en televisión, cuya característica principal es una riesgosa perentoriedad. En teatro se puede ir calificando un trabajo, redefiniéndolo e integrando cosas nuevas. En TV no hay tiempo para todo eso. Norma y yo coincidimos en que Alezzo sabe cómo hacerlo y por eso lo elegimos a él. Creo que haberlo hecho es un signo de nuestra madurez, de haber sabido desechar la propia omnipotencia. Sería muy fácil hacer un ciclo con dos nombres conocidos y que venga a dirigir cualquiera. Pero consideramos que un actor, por sí solo, no consigue buenos resultados, o sea, ser veraz, auténtico, profundo. Porque cuando hay un tipo como Alezzo que te cuida, tu cabeza trabaja más laxamente y lo que se te ocurre es casi siempre atinado. Es un reaseguro tener un director así”.

 EQUIPO

Para los responsables del programa, su éxito se debía al esfuerzo mancomunado de todos: libretistas, actores, directores. “Pero aquí no se trata de hacer el eterno camelo del equipo -previene Aleandro-. Hay equipos que sólo sirven para tirarlos a la basura. Nuestra clave está en el agrupamiento de todos los elementos. Es como en una orquesta: si tenés un gran violinista pero un deficiente director y un pésimo pianista, el resultado va a ser deplorable: ni siquiera el virtuoso violinista se podrá salvar”.

Entre estos elementos era de capital importancia el afiatamiento logrado entre Alezzo y el director de cámaras, Carlos Alberto Colasurdo, uno de los pioneros de la televisión argentina (comenzó a trabajar en Canal 7 en el año 1952). “Se trata de que dos personas distintas den en imagen la misma idea: uno a través del enfoque televisivo y el otro por medio de la interpretación en escena. En esto es muy difícil no desentonar: las dos personas se tienen que respetarse mucho para que el resultado sea una cosa precisa”, anotaba la Aleandro.

“Lo notable es que yo no conocía a Alezzo y me anoticié de que pensamos igual -se entusiasmaba Colasurdo-. Se me ocurre resolver una escena de determinada manera e invariablemente descubro que él piensa lo mismo. Son esos casos de la vida en que por obra del destino dos personas se conocen y caminan bien de entrada; como en el matrimonio”. En ese momento tercia Alezzo: “Nos vamos a casar”, se ríe.

Colasurdo tampoco escatimaba elogios para Luppi y Aleandro. “Se preocupan hasta de los más mínimos detalles. Además son profesionales a carta cabal. Por ejemplo, en los ensayos otros actores sólo “marcan” la escena. Estos no. Si hay que tirarse al suelo en los ensayos, muerden el polvo como si estuvieran grabando”.

Minutos más tarde, Aleandro ilustraba el aserto de Colasurdo cuando en aras de un mayor verismo deglutió un vaso de leche, en vez de simplemente simular que lo hacía. Y la mueca de disgusto solo apareció tras el “corten” del asistente de dirección, Héctor Locasso.

“Norma y Federico están constantemente en situación -proseguía Colasurdo-. Nunca los va a sorprender la cámara y dejarlos pagando. Porque ellos no esperan el momento preciso del comienzo de la situación: o actúan o están pendientes de lo que hacen los demás actores”.

A pesar de haber realizado en los 24 años de su carrera televisiva ciclos de alta jerarquía, Colasurdo aseveraba que este era el que más satisfacciones le había brindado, no sólo profesionalmente sino a nivel humano: “El grupo que hemos armado es estupendo en todo sentido”.

En los intervalos entre toma y toma, Luppi comentaba con los extras (que cobraban 49 mil pesos por grabación: unos veinte dólares), las vicisitudes de la emisión anterior del programa, y en un momento me pidió que le dejara hojear una revista política que yo traía bajo el brazo.

En el ínterin, Norma realizaba ejercicios de relax: con los ojos cerrados hacía rotar parsimoniosamente su cabeza. Estaba fuertemente resfriada, pero al grabar no se le notaba en lo más mínimo. Las bromas del asistente Locasso, interminables, divertían a actores y utileros.

“Un farol falta aclimatar para poder empezar”, rimaba con voz de falsete. Poco después, Luppi interpretaba una escena en la que ponía en fuga a un par de patoteros. “Este debe ser así de bravo también en la calle; con toda seguridad“, arriesgaba un utilero.

Es que el realismo que exudaban las interpretaciones transportaba aún a la propia gente que hacía el programa. “El otro día Federico y yo nos casábamos en la ficción -me decía Norma-. Se armó un clima de boda tan convincente que las chicas de vestuario y las extras que interpretaban a mis amigas me gritaban enfervorizadas que les arrojara el ramo. Y después de finalizada la grabación, la que se lo había sacado aseguraba seriamente que se iba a casar este año”.

TAN REAL

Por otra parte, un ejemplo del nivel de concentración que alcanzaban los actores fue proporcionado el día en que se anunció que había una bomba en el canal. “Yo me estaba cambiando -contaba Aleandro- y no me enteré de nada. Entonces Sebastián, el encargado de vestuario, arriesgó su vida para venir a golpearme la puerta. “¡Salí!”, vociferaba. “Estás loco, estoy en cueros”, le repliqué sin inmutarme. Es cierto que al final salí igual, semidesnuda, pero como la bomba estaba sin conectar, al rato seguíamos trabajando como si nada hubiera pasado. Federico ni siquiera había abandonado el estudio. Enfrascado en su libro, pensó que el súbito éxodo se debía a un paréntesis normal en la tarea. ¡Pucha! ¡A fuerza de acostumbrarnos al terrorismo, qué fuertes somos ahora! Cinco años atrás hubiera corrido sin parar hasta mi casa y me hubiera metido debajo de la cama”. Es que era una época en la que en Buenos Aires llegaban a explotar decenas de bombas en un solo día.

Desde el momento en que las cifras del rating se dejaron de publicitar -orden emitida por el régimen peronista que había estatizado todos los canales-, para medir la audiencia de un programa solo era dable acudir a la opinión de la gente de la calle.

“Y ese es el termómetro más creíble”, enfatizaba Luppi, fallecido en 2017. “’Nosotros’ ha provocado reacciones interesantes de muchísima gente que se nos acerca para felicitarnos -terciaba Norma-. Incluso de muchos hombres, quienes difícilmente confiesan que siguen un teleteatro. En general, vergonzantemente, te dicen: ‘mi señora, o bien mi nena, la ve siempre’. Sin embargo, con este programa se animan a confesar su propia satisfacción. Además, se trata de todo tipo de gente: tanto el verdulero en el mercado, como el médico en el hospital o el intelectual en un concierto; todos expresan su aprobación. Evidentemente, el ciclo ha dado en la tecla”.