​La belleza de los libros

Codiciosos, angurrientos, irracionales…

Excede por completo los alcances de mi comprensión el hecho de que muchas, muchísimas, personas dediquen las más y mejores de sus energías a atesorar enormes sumas de dinero que ni siquiera podrán gastar agradablemente aunque vivan quinientos o mil años. ¡Qué insignificancia moral, cuánta carencia de raciocinio!
Sobre estos temas, en no pocas ocasiones los poetas pueden brindarnos las enseñanzas más atinadas.

Manrique
Allá por el siglo XV Jorge Manrique (1440-1478 o 1479) nos advirtió sobre lo efímero de la existencia humana y sobre la condigna e instantánea extinción de la riqueza y de los honores en el momento de ser alcanzados por la muerte. Así como los ríos, al desembocar en el mar, mezclan sus aguas y no se sabe cuál de ellas pertenece a cuál de ellos, del mismo modo los poderosos y los humildes, los ricos y los pobres, se igualan en sus sepulturas:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos:
allegados son iguales
los que viven por su manos
y los ricos.

Fray Luis
Asimismo, fray Luis de León (1527-1591), disfrutando del calmo y templado huerto de su “Vida retirada”, expone claramente que resulta insensato afanarse en ilimitada ruindad para conseguir bienes terrenales. Con qué se conforma:

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y, desde luego, puede contemplar con justificado desprecio y consecuente lástima a quienes han consagrado su vida a la codicia, al poder y al dinero:

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

Calderón
Años más tarde, allá por 1635, Calderón (1600-1681) señalará la frívola vanidad del poder, equiparándola con un mero sueño:

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte (¡desdicha fuerte!):
¿que hay quién intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?

Y lo mismo les ocurre a los acumuladores compulsivos de dinero:

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece.

Afortunadamente, no es nuestro caso
Merced a la buena ventura que nos acompaña a los argentinos, nuestros gobernantes –seres inteligentes, cultos, razonables, altruistas, incorruptibles, meritocráticos, moderados, austeros, prudentes– se hallan por completo inmunizados contra aquellas máculas señaladas por los tres poetas españoles.