Cines: la ceremonia pervive, pero con cambios

Sin salas atestadas de público, la peatonal Lavalle, las avenidas Corrientes y Santa Fe ya no son lo mismo. Pero la abstinencia durante la pandemia reanimó el interés del público por perderse frente a la pantalla grande.

En el Campus Urbano de Plaza Houssay, en el barrio de Recoleta, abrirá muy pronto Cinépolis, el décimo cine de la compañía. Mientras que en otra zona de la ciudad, el Atlas Caballito en este caso, vuelve a crear la magia desde la pantalla grande. Por un lado, una empresa mexicana; por otro, una nacional, apostando ambas, nuevamente, al mundo de las imágenes. ­

Justo cuando la pandemia parecía haber corrido el telón de la representación mundial, todo vuelve a empezar. Está bien que, como decía Sebrelli, `ir al cine' ya no es una ceremonia, pero muchos todavía sienten esa "fascinación hipnótica'' de la que hablaba el filósofo Jacques Derrida aludiendo a los fantasmas de ese "viaje extraordinario''

¿Cómo será volver al cine después de este tsunami, sintiendo todavía la correntada de una pandemia que mantiene la intimidad del rostro tras un antifaz? Es que estamos hechos para cambiar. ¿O acaso no existió un momento en que se tardaba media hora caminando por Lavalle para llegar a Esmeralda debido a la cantidad de gente que salía de los cines y se cruzaba con los que entraban, en no tan lejanos sábados a la noche? Millennials y Centennials no podrían creerlo viendo la Lavalle actual. Sí, había una fiesta de cines por Lavalle (diecisiete, dieciocho en sólo cuatro cuadras), que mutaron en maxikioscos, negocios de `todo por dos peso', bingos y más.­

Pero todo vuelve a empezar. Los últimos representantes de la calle Corrientes, sobrevivientes de esa época, el Gran Rex, el Opera, el Metropolitan, el Broadway, se transformaron en teatros o espacios de recitales todo terreno donde conviven hoy, sucesivamente, figuras como Ulises Bueno, Diego el Cigala, Toquinho (en el Gran Rex), con los visitantes del Opera, la estadounidense Bianca del Río, la Trova Rosarina, o las novedades del Festival Internacional de Buenos Aires (Metropolitan).­

Y no solamente cambió el rubro de esos cines sino que ciertas salas, fieles a la tendencia mundial, esponsorizaron sus nombres en pro de la deteriorada economía (el Opera y el Metropolitan como ejemplos, adosaron marcas ansiosas de fidelización).­

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EN LA RUTA­

Si seguimos en la ruta de los cines por ese polo de irradiación llamado `Corrientes', un solo espacio cinematográfico mantiene el rubro y sigue dando películas. Es el Lorca, que desde 1968 continúa en el mismo edificio en que funcionaba el Eclair y que, modernizado y ahora con dos salas, exhibe películas de autor. Un faro solitario luego de la desaparición, antes y después en el tiempo, del mítico Lorraine, el Losuar, el Lorange y el Loire, que no llegaron a transformarse y simplemente dejaron de existir. Ecos de aquel período fue también el Buenos Aires de los cineclubs, donde gracias a unos soñadores desfilaba el mejor del cine del mundo: el cine Arte, donde hay susurros de retorno; el cineclub Gente de Cine; el Núcleo (de Salvador Samaritano, que perdura hoy esperando pista para despegar nuevamente, herido por la pandemia).­

También el circuito de la calle Santa Fe desapareció. El América, nacido en el '70, de estructura imponente, casi en el cruce con Callao; al que se sumaron el Capitol, los Santa Fe 1 y 2, el Studio, un poco más alejado; como el Gran Norte, que luego fue supermercado. El Atlas fue el último en cerrar y el Grand Splendid tuvo un destino inesperado (hasta radio fue una vez). Ahora se transformó en El Ateneo, una de las más hermosas librerías del mundo.­

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CANDY-BAR­

Mucha agua pasó bajo el puente hasta que los cines se convirtieron en multicines y se refugiaron en los shoppings. Desplazaron en rendimiento a distintos negocios con los que compartían espacio y cifraron gran parte de su efectividad económica en el rubro gastronómico, que fue transformándose con costumbres de influencia foránea, pero costumbres al fin, con su carga de pochoclo, gaseosas y nachos. Nunca más el espectador pudo aparecer en la sala sin su bandeja con abundantes palomitas de maíz, botellitas de gaseosa y un buen surtido de delicias desconocidas.­

Cada vez más lejos quedan aquellos cines barriales que formaban un polo íntimo en la organización familiar, con su día de proyección de series para los más chicos (Truman Capote recuerda esta práctica en algunos de sus primeros cuentos), el `Día de Damas', con la entrada más barata y la exhibición de tres películas y un noticiero, hoy presente en el cartel "los miércoles, a mitad de precio''.

¿Cómo explicarle a un adolescente que hubo cines que recordaban la muerte de un ídolo popular proyectando sus películas durante todo un día (Carlos Gardel) o que en las festividades religiosas presentaban cortos y largos de la Pasión de Cristo, mucho antes de Mel Gibson y su mega filme (en el Loria de Balvanera).­

Cada época, y cada vez más, marca desapariciones de cines, suplantados por edificios de varios pisos, iglesias electrónicas, salas de juego, plataformas de remates o negocios de lotería. Pero hay también momentos como este, con salas nuevas de exhibición comercial o de cine-arte, que apuestan a las tendencias que se vienen, a los nuevos directores. Van ejemplos: el Lorca (con `Licorice Pizza', la sorpresa del año); el Cosmos, ahora comprado por la UBA; la Sala Lugones del Teatro San Martín, programada por la Fundación Cinemateca (con estrenos finlandeses); el recuperado Cine Teatro El Plata de Mataderos, o el Gaumont de Congreso, convertido en Espacio Incaa para la exhibición de películas nacionales.­

Todos apuestan a sostener el entreteniendo mantienen la esperanza de que el cine con el mejor contenido seguirá replicándose al infinito.­