Uno de los aspectos más relevantes de esta guerra asimétrica iniciada por Vladimir Putin, es que no se trata de un conflicto bélico entre dos naciones, sino de una guerra completamente internacional, sin vueltas ni ambages. Es un conflicto con dos décadas de antigüedad, donde Rusia fue radicalizando progresivamente sus críticas a los paises democráticos de Occidente. Ya no desde una perspectiva marxista-leninista, claro está, porque está ideología saltó por los aires, junto con la Unión Soviética, en 1991.
Dos ideas fueron enterradas por esa época: una, la propiedad de los medios de producción totalmente en manos del Estado, a través de una rígida y omnipresente nomenklatura; y dos, el ateísmo antirreligioso, como doctrina política estatal.
En la nueva Federación Rusa, nacida en 1991 de la mano de Gorbachov primero, y de Yeltsin después, la enorme mayoría de las empresas estatales pasaron a manos de los oligarcas rusos.
Luego de un período donde se creyó que imperaría la democracia y la economía de mercado (de 1991 al 2000) el ingreso de Vladimir Vladimirovich Putin como presidente, precisamente, le dió un golpe de timón a las reformas anunciadas y las convirtió en un modelo sui generis.
Apareció un capitalismo de nuevo cuño, con una flamante casta política y económica constituida, en gran parte, por amigos de Putin, como los Siloviki, nuevos dueños de empresas formados en la KGB, la ex policía secreta donde hizo carrera Putin,, cuyo mandato presidencial vencería recién dentro de catorce años (cumplirá 70 años en octubre de 2022).
Se trata de un capitalismo de amigos, porque todas las carreras públicas rusas, incluso las empresarias, dependen de la voluntad de este caudillo político, quien maneja los hilos del poder con mano de hierro. No hay libertad de mercado, porque Putin no cree en este emblema de Occidente.
El problema del marxismo-leninismo -según el premier ruso- fue su ideologismo, no la falta de mercados. Y ese ideologismo ha pretendido superarlo con la entronización, en el mundo empresario estatal, de los silovikis, sus hombres de confianza formados en la ex-KGB. Por otra parte, la falta de mercados completamente libres facilita mucho las ganancias de los empresarios amigos, y del mismo Putin, considerado actualmente, en muchos círculos internacionales, como el mega millonario más rico de todas las Rusias, como se decía antiguamente.
CONVENCIDO Y DEVOTO
Resulta imposible conocer el pensamiento de Putin si no se analiza su relación actual con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Sin aparentemente una pizca de ideología comunista, el titular de la Federación Rusa aparece como un cristiano ordoxo ruso militante, convencido y devoto. No falta a ningún oficio religioso y está de manos dadas con Cirilo I (Krill, en ruso) el Patriarca de Moscú de la Iglesia Cristiana Ortodoxa Rusa.
Desde el punto de vista de la fe, prácticamente no hay casi diferencias entre las Iglesias Católica Apostólica Romana y las Iglesias Cristianas Ortodoxas, Pero hay diferencias bastante grandes en las formas adoptadas por el culto religioso en ambas confesiones.
Por ejemplo, la misa ortodoxa insume unas dos horas, mientras que la misa católica varía de media hora a una hora completa, como mucho. Otra diferencia importante; los sacerdotes ortodoxos se pueden casar y formar una familia propia. Salvo a partir de las máximas categorías, como Metropolita, o Patriarca (equivalentes a Obispo, o Cardenal, en la Iglesia Católica) donde si deben mantener el celibato.
Tal vez la diferencia más importante entre ambas religiones es la organización vertical de la Iglesia de Roma, con una figura central: Su Santidad el Papa, dueño de casi todas las decisiones. En cambio, la Iglesia Ortodoxa se divide en catorce Patriarcados, todos en paridad en cuanto a su poder.
Como decía Mascarilla López, gobernador de Santa Fe durante la segunda mitad del siglo XIX: ``Nada es más que nada, y naides es menos que naides''. Lo mismo ocurre entre los catorce Patriarcados Ortodoxos, con una sola excepción; el Patriarcado de Constantinopla (hoy Estambul) remanente de cuando esta ciudad se llamaba Bizancio y era la capital del Imperio Romano de Oriente, también llamado Imperio Bizantino, donde Kiev (458 D.C.) primero, y Moscú (1456 D.C,) después, estaban ubicadas en su extremo oriental.
Pues bien, el Patriarca de Constantinopla siempre ha tenido un lugar de honor, no de poder real, pero si espiritual, (primus inter pares), sobre los otros trece Patriarcados restantes. De hecho, es el interlocutor válido con los representantes de las otras Iglesias, como el Papa, el Arzobispo de Canterbury, y otros.
Para tener una idea de magnitud, se estima que los católicos son aproximadamente 1.200 millones de almas, los protestantes son el segundo grupo, en cantidad, y luego vienen los 270 millones de ortodoxos pertenecientes a los catorce patriarcados. De estos, el Patriarcado de Moscú tenía unos 100 millones de fieles, cuando el Metropolita de Kiev dependía del Patriarca Cirilo I, el gran socio espiritual y político de Vladimir Putin.
UNA COLONIA
Ucrania, desde los siglos XVII en adelante (donde se afirma la época de los zares) hasta el Siglo XIX, funciona como una colonia del Imperio Ruso que va anexando a tajadas el actual territorio ucraniano. La última anexión, precisamente ocurrió en 1945, cuando Stalin ocupó la Galitzia (actual territorio del Oeste ucraniano) y luego la anexó, se encontró con dos novedades: le primera, durante la ocupación nazi a esta región, los alemanes habían exterminado o eliminado (por huída hacia otros lugares de la Tierra menos hostiles) a casi todos los judíos; una pujante y culta colonia eskenazi de casi un millón de personas; la segunda, se encontró con unos seis millones de ortodoxos greco-católicos ucranianos, donde se había preservado notablemente la lengua y la cultura ucraniana gracias a la tolerancia de las autoridades del Imperio Austro-Húngaro, de donde provenían. Lo mismo había pasado con el idish y la gran cultura ezkenazi, pero a éstos los liquidaron los nazis.
Ya se había comentado, en un artículo anterior, que Stalin, luego de masacrar millones de creyentes en medio de sus campañas para imponer el ateísmo, y de condenar a trabajos forzados en los gulags a cuanta autoridad religiosa anduviera suelta, se dio cuenta de que, para poder combatir eficazmente contra Hitler, era necesario sumar a los creyentes de otras religiones. Para ello, para sacar chapa de tolerancia religiosa, rescató al Patriarcado Cristiano Ortodoxo Ruso, incluida la figura del Patriarca y puso en funciones al clero moscovita y de otras regiones rusas.
Pero en 1945, cuando anexó la Galitzia a la República Socialista de Ucrania, descubrió que estos fieles dependían del Vaticano, del Papa. Estos fieles respondían a una escisión de la Iglesia Ortodoxa Griega, cuyos fieles decidieron aceptar la autoridad de Roma a cambio de poder mantener algunos privilegios: el casamiento de sus sacerdotes, las misas en ucraniano, y los ritos de la Iglesia Ortodoxa.
Ya se comentó, en otras columnas, que los religiosos ortodoxos rusos fueron reemplazados, por Stalin, por una gran mayoría de agentes de la KGB, la temible policía secreta que, para el jefe ruso, muy paranoico, eran una garantía de lealtad a su gobierno, despótico como pocos. Pero, con la Iglesia Greco Católica de Ucrania, no quiso correr ningún riesgo. Directamente los persiguió a todos, clero y creyentes, hasta los últimos rincones donde pudiera llegar su policía secreta, con vistas a su completo exterminio. Al mejor estilo de Stalin.
En abril de 1945, las autoridades soviéticas arrestaron, deportaron y sentenciaron a campos de trabajos forzados, en Siberia y en otros lugares de castigo, al Metropolita Josyf Slipyj, junto con otros ocho obispos greco-católicos, así como a cientos de clérigos y líderes activistas laicos. Solo en la importante ciudad de Leópolis (Lvov) fueron arrestados ochocientos sacerdotes. Oficialmente, todas las propiedades de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana fueron transferidas a la Iglesia Ortodoxa Rusa, bajo el Patriarcado de Moscú. Todos los obispos y un número significativo de clérigos, murieron en prisiones, campos de concentración, exilio interno, o poco después de su liberación.
EN LAS CATACUMBAS
Esta iglesia greco-católica pasó a la clandestinidad. Los clérigos y autoriades religiosas mantuvieron sus actividades en secreto hasta 1986, hasta la glasnot (transparencia) el movimiento antiestalinista liderado por Gorbachov. Fueron cuarenta años de secreto durante los cuales la fe católica, en su variante ortodoxa, mantuvo viva su llama, iluminando los corazones de los creyentes ucranianos. En 2001, Juan Pablo II realizó una visita pastoral a Ucrania, por invitación del presidente de esa República, los obispos greco-católicos y los del culto latino.
El 27 de julio de 2001, el Papa celebró la beatificación de 27 mártires y tres siervos de Dios, y bendijo la nueva Universidad Católica de Ucrania.
Para todos estos creyentes, la invasión de las tropas rusas a Ucrania alienta todo tipo de temores porque saben que, en caso de triunfar, terminarían con la libertad religiosa.
Hay una circunstancia muy importante por considerar. La evangelización de Roma y de lo que luego sería Bizancio, estuvo a cargo los dos primeros apóstoles elegidos por Nuestro Señor Jesucristo: Pedro (Petrus, la piedra basal de la Iglesia de Roma) y Andrés, el gran evangelista de la zona de Bizancio. Hay una leyenda, de los años 60 o 70 de la Era Cristiana, donde se dice que San Andrés estuvo por los valles donde luego surgió Kiev, cuatrocientos años después, y dijo que ``allí se construiría una gran ciudad'', motivado por la belleza de las montañas que la rodeaban. Pero, cerca del Primer Milenio, los temores a la venida del Juicio Final, entre otros, crearon una gran intranquilidad en los pueblos herederos del Imperio Romano de Occidente, y del de Oriente y, pese a que habían sido evangelizado por dos hermanos: San Pedro y San Andrés, no pudieron evitar el surgimiento de una poderosa grieta cuya culminación más dolorosa fue el Cisma de 1054, donde se separaran las Iglesias Católica, Apostólica y Romana y las Cristianas Ortodoxas de Oriente.
Por su funcionamiento, en tiempos de los emperadores romanos de Oriente, llamados Basileus (en griego) y los Patriarcas Ortodoxos, ambos magistrados mostraron una unidad total en sus decisiones, como si el Poder Temporal y el Poder Espiritual fueron dos brazos del mismo cuerpo. Tanto fue así, que este comportamiento pasó a la historia como la sinfonía bizantina.
Cuando cayó Constantinopla, en 1454, en manos de los turcos otomanos, el Príncipe de Moscú creó el Patriarcado de Moscú, donde la sinfonía bizantina siguió sonando mejor que nunca en manos de los Patriarcas y los Zares. Nada desafinó jamás.
Pero, a comienzos del Siglo XX, ya Ucrania quería independizarse de Rusia. En 1919 pidió crear el Patriarcado de Kiev, pero su anexión a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, frustraron completamente sus planes. Los cristianos ortodoxos ucranianos siguieron dependiendo del Patriarcado de Moscú. Este era y sigue siendo, el más numeroso y poderoso de los catorce patriarcados reconocidos por la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
Si bien el Patriarca de Constantinopla recibe el título de Ecuménico y tiene ascendente sobre los otros patriarcados, su número de fieles no supera las 15.000 almas, mientras que elPatriarcado de Moscú, sumados los fieles de Ucrania, rozaba los 100 millones de creyentes.
SUEÑOS IMPERIALES
En 1991 comienza una nueva era en el ex Imperio Soviético. Su implosión se lleva puesta catorce ex repúblicas socialistas soviéticas, con sus límites perfectamente marcados. Surgen catorce nuevas naciones soberanas, incluida Ucrania. Libertad de mercado, libertad de prensa, libertad de cultos. Fin de la extorsión atómica. Ceden Kazajastán y Ucrania sus arsenales atómicos a la Federación Rusa. Bill Clinton y John Major firman la entrega del tercer arsenal nuclear del planeta (en manos de Ucrania), junto con Yeltsin sobre la base de que la integridad territorial de Ucrania y de Kazajastán será respetada por siempre.
Hay sueños libertarios y sueños imperiales. A partir de 1995, el Metropolita de Kiev pide un Patriarcado Autocéfalo y Autárquico. El Patriarcado de Moscú sigue siendo muy fuerte y el Patriarca de Constantinopla no quiere romper con la Iglesia Ortodoxa más importante de ese grupo de iglesias, continuadoras de la obra evangelizadora de San Andrés y la Patrística religiosa característica del Imperio Bizantino.
Con la llegada de Putin al poder, en el 2000, triunfan completamente los sueños imperiales. La sinfonía bizantina se nutre de un gran sueño religioso y temporal a la vez, es el triunfo del nacionalismo eslavo.La supuesta Rusia profunda, que comprendería, también, a Bielorrusia y Ucrania. Pero Bielorrusia tiene poco más de 9 millones de habitantes, y Ucrania, 44 millones dentro de sus fronteras, hasta hace cien días.
No son lo mismo, evidentemente. Además, Ucrania tiene soberanía sobre Crimea y sobre el puerto de Sebastopol. Cerca está Odesa, y todos los tesoros históricos de Kiev y de Leópolis, la ex-capital de la Galitzia.
Putin y Cirilo I sueñan en grande. ¿Qué tal un Vaticano propio, donde se agrupen todos los Patriarcados Cristianos Ortodoxos?
Las expresiones antioccidentales de ambos son cada vez más frecuentes a partir de los triunfos militares de Putin en el Càucaso. Pero, claro, allí está luchando y matando en su patio trasero. Cada éxito lo aleja más de los países de Occidente. Cada vez se siente más fuerte. Comienza a reclamar el legado de la Unión Soviética. ¿Por qué antes tanto y ahora tan poco? Comienza a vivir la expansión de la Unión Europea y de la OTAN como una amenaza, especialmente cultural. La decadencia y la depravación de los países occidentales están tocando timbre cada vez más cerca de su puerta.
Llega 2014 y con él, el Euromaidan, el movimiento popular que tumba al presidente ucraniano manejable por Rusia y coloca a otro, más del lado de Occidente. Adelante con los faroles. Vengan Crimea y el Puerto de Sebastopol. La reacción de los países democráticos se hace sentir un poco, pero es débil. La OTAN es un gigante dormido.
En 2015 la situación religiosa se vuelve intolerable. Hay en Kiev tres Iglesias Cristianas Ortodoxas, la que responde a Moscú, la que responde al autotitulado Patriarca (un león en la defensa de las autarquías y autonomías religiosas ucranianas) y, por último, la del Metropolita de Kiev (también en rebeldía).
Cirilo I ve venir la tormenta pero no puede hacer nada. El Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, condena la invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa.
Cirilo I y Putin siguen con su prédica contra los países de Occidente. En 2019 la sangre llega al río. Bartolomé I levanta las excomuniones que pesaban sobre el Patriarca Honorario y sobre el Metropolita de Kiev y concede la autocefalía y la autarquía al Patriarcado de Kiev. La suerte está echada. Cirilo I y Putin fueron derrotados en toda la línea.
Para peor, Cirilo I rompe con el Patriarca de Constaninopla, Bartolomé I y sella un cisma inédito y muy difícil de reparar. El sueño del Vaticano propio se hace pedazos. Sin los cristianos ortodoxos ucranianos (unos 27 millones de almas), el Patriarcado de Moscú queda muy debilitado. Además de la enorme cantidad de tesoros religiosos que guarda Kiev desde el Siglo V después de Cristo. Moscú fue fundada diez siglos después.
Y en el 2020, Cirilo I y Putín culminan su obra magna: la nueva catedral erigida en Moscú en honor al Ejército Ruso, en cuyos murales figura un canto a la unidad: Stalin, Putin y la Península de Crimea. Es muy probable que Rusia haya perdido a Ucrania para siempre, con religión y todo.
HOLANDES ERRANTE
Mientras el Ejército Ruso vaga por el Donbás como el Holandés Errante, tratando de encontrar victorias muy sencillitas pero posibles, la población de Rusia se va encaminando hacia una gran soledad. La soledad de los victimarios. Gracias a la desmesura del ataque frontal ruso, Ucrania logró tener su propio Patriarcado, el de Kiev, con el cual soñaba desde 1919. Cien años después, pero se ganó su libertad religiosa a fuerza de coraje, balas y una enorme capacidad de resistencia.
De todos modos, es bastante lógico que el pueblo ruso se haya colocado totalmente a la defensiva, como si fuera una víctima de unos ejércitos del mal. Hay rusos que no vuelven a sus casas en otros países de Europa porque tienen miedo de que se las incendien... ¡y con ellos adentro...!
Esperamos que Cirilo I no salga a arengar al público de Moscú al grito de: ``¡Dios lo quiere... Echemos a los nazis de Ucrania!'' No lo creo, pero la sinfonía bizantina puede avalar cualquier cosa.