Tras la semana de atención en Nueva York por la Asamblea de la ONU, Estados Unidos sigue muy atento a su agenda interna. La decisión de Trump de enviar fuerzas federales a Portland se enmarca en una batalla más profunda que es combatir el delito. Esa pelea, además, encuentra desde principios de setiembre una bandera vinculada a la derecha muy emblemática: Charlie Kirk.
El asesinato de Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA, predicador juvenil del conservadurismo militante, cristalizó un fenómeno que ya venía en marcha: la búsqueda, por parte de la derecha estadounidense, de un mártir capaz de condensar la épica de su resistencia.
Su muerte, ocurrida mientras hablaba en un campus universitario, no se inscribe como una tragedia individual sino como un acto sacrificial en el escenario mayor de la batalla cultural.
Fue justamente en ese plano donde Donald Trump intervino con la contundencia que lo caracteriza. Al elogiar a Kirk como “héroe americano”, al prometer la Medalla de la Libertad, y al culpar a “la izquierda radicalizada”, el presidente convirtió un velorio en acto de campaña.
Lo que se escenificó en Arizona, con estadio repleto, banderas a media asta y oración colectiva, no fue un rito fundacional. El culto político necesita liturgia, y la derecha encontró en Kirk un cuerpo sobre el cual construirla.
La viuda, Erika Kirk, encarnó el costado religioso al perdonar públicamente al asesino. Trump encarnó el costado político al exigir justicia como si el crimen fuera la punta de un iceberg conspirativo. Esa combinación no fue casual. Mientras ella invocó a Dios, él invocó al Estado. Mientras ella habló de redención, él habló de castigo.
ANTIWOKE
En ese marco, Turning Point USA deja de ser sólo una organización de cuadros universitarios para pasar a ser custodio de un legado. Kirk, que durante años buscó disputar el sentido común en los campus con discursos antiwoke, terminó convertido en bandera. Su rostro se multiplica en remeras, carteles, memes y sus debates son reels en algoritmos que simpatizan con el conservadurismo.
La derecha, que se había mostrado eficaz para construir antagonismos (“deep state”, “globalistas”, “progresistas radicales”), ahora encuentra un ícono emocional que sintetiza su narrativa: joven, creyente, combativo, asesinado por decir lo que pensaba.
El trumpismo atraviesa una fase en la que necesita reforzar el eje “nosotros contra ellos”. En ese mapa mental, el sacrificio de Kirk viene a llenar un vacío. Ya no se trata sólo de denunciar la censura o la persecución judicial: ahora hay un muerto. Un joven conservador acribillado mientras hablaba de Dios, patria y familia. La victimización toma forma, se vuelve cuerpo, sangre, mito.
Con el asesinato de Kirk tiene lugar una inversión discursiva. El progresismo woke se convierte en una amenaza violenta, con la derecha como víctima y justiciera al mismo tiempo. Si la izquierda usó la cultura de la cancelación como herramienta de exclusión simbólica, ahora la derecha responde con la estampita de Charlie Kirk. “Nos matan por pensar distinto”, se escuchaba entre la multitud como mensaje.
Trump, que entiende el poder del relato mejor que nadie en la política estadounidense, ya capitaliza esa lógica. Mientras tanto, sectores religiosos reclaman una vuelta a los valores fundantes de la nación: “Menos Estado, más Dios”. La consigna no es nueva, pero gana fuerza con un mártir joven y carismático.
En ese cruce entre política y liturgia, la figura de Kirk deja de ser terrenal. Su muerte inaugura un ciclo. Un nuevo capítulo en la batalla cultural que marca a fuego la vida pública estadounidense (y occidental).