DETRAS DE LAS NOTICIAS

Chapucerías peligrosas

Con el tono caricaturesco que imprime a sus gestos, el presidente Milei ha llorado en Israel ante el muro de los lamentos. Quizá, ese aire teatral afecte la credibilidad de su acercamiento a la religión hebrea. Particularmente entre quienes la practican.

Es novedoso que un presidente de nuestro país pueda abrazar un culto que no es el católico. Si bien ello es posible desde la reforma constitucional de 1994, hasta ahora no había sucedido que alguien que lo practicaba se propusiera convertirse al judaísmo o a cualquier otro credo (el antiguo art. 76 C.N obligaba al Presidente a pertenecer “a la comunión católica apostólica romana”; cosa que no ocurre en su actual art. 89 producto de la reforma de 1994).

Nada más libre que las creencias religiosas; ellas pertenecen a la más íntima esfera de una persona. Lo que nos lleva a opinar sobre lo actuado en Israel por Milei no son sus preferencias en esa materia, tan válidas y respetables como las de cualquier otro humano, sino ciertas promesas que hizo de índole política, ajenas por completo a cualquier convicción religiosa.

Es que, de un modo harto imprudente, Milei ha prometido trasladar la embajada de nuestro país de Tel Aviv a Jerusalén, ciudad cuya totalidad Israel ocupa a partir de la guerra de los seis días de 1967 (antes de ello, su parte oriental era administrada por Jordania).

Por lo tanto, es especialmente sensible en el mundo árabe lo que suceda en esa ciudad. Quien escribe recuerda haber oído, ese mismo año de 1967, a su profesor de Derecho Internacional Público, Isidoro Ruiz Moreno –padre del historiador del mismo nombre– el modo en el que Israel sugería a otros países que trasladaran sus embajadas a Jerusalén. Sugerencia la cual, nos enseñaba, la Argentina declinaba amablemente.

En nuestro país conviven pacíficamente una vasta colectividad hebrea con otra, no menos numerosa, de origen sirio libanés. Pero ni siquiera es ésta la razón más gravitante de la equidistancia que debe guardar la Argentina en cuanto al Oriente Medio.

Tenemos cordiales relaciones tanto con Israel como con las naciones que hoy lo enfrentan. Y debemos guardar la más absoluta neutralidad ante el conflicto actual (en el cual, debe añadirse, ningún bando ha observado una conducta angelical).

Amén de lo cual – y esto no hay quien lo ignore –nuestro país ha pagado un precio demasiado alto por haberse inmiscuido en conflictos en esa zona del mundo. La voladura de la embajada israelí, la de la AMIA y el asesinato de Nisman son parte de él, sin que hasta el presente los responsables de esos hechos criminales hayan sido identificados y castigados. Lección que cualquier político debió aprender.

Por último, aún siendo esto de mera técnica legal, es una ley, la 14.025, la que estableció que nuestra embajada en Israel se situara en Tel Aviv (art. 2 de dicha ley).

De modo que Milei no podría trasladarla por un simple decreto. Y raro sería que se animara a enviar al Congreso un proyecto de ley en ese sentido. Porque, sin duda, allí naufragaría.

Hora es que alguien contenga sus torpezas en materia internacional. Y, también, de que alguien lo llame a la realidad en cuanto a cuestiones legales.