Páginas de la historia

Chabuca Granda

En un sanatorio del estado de Florida, Estados Unidos, agoniza una mujer de ojos celestes, profundos y de rostro suave. Había sido sometida a una operación a corazón abierto hacía 4 o 5 días. Pero no habría de reaccionar. Es peruana y además un verdadero mito viviente. Tiene solamente 62 años. Se llamaba María Isabel Granda.
En Perú, donde es un ídolo indiscutido le dicen ‘Chabuca’. Chabuca Granda. Ella había nacido en una zona andina, llamada Apurimac, en las cercanías de una mina, a casi cinco mil metros de altura. En esa zona se explotaba, precisamente, una mina de oro. Su padre, ingeniero de minas, trabajaba en la misma.
Solía decir Chabuca Granda: “Nací en una zona áspera, dura y elevada. Por eso me siento hermana orgullosa de los cóndores que vuelan alto. Pero también estoy unida para siempre a los mineros, que vuelan bajo y que son silenciosos y sufridos y me siento cerca de todo lo árido, lo difícil, lo penoso”.
A los 11 años Chabuca se traslada a Lima. Asiste a los mejores y más caros colegios. Pero se siente parte del pueblo humilde. Ya ha comprendido, joven aun, que no hay razas superiores ni inferiores sino solamente características particulares de cada una de esas razas. Por eso canta en muchas de sus canciones a los negros del Perú.
Chabuca es blanca. Pero su fina sensibilidad le hace comprender que las lágrimas de esos hombres morenos no siempre acompañan al llanto. Porque suelen ir por dentro. No se siente unida a ellos por el color, pero sí por el sufrimiento. Y hay que tener mucho adentro para sentir lo de afuera.

COMPOSICIÓN
Comienza entonces a componer canciones de homenaje a seres de carne y hueso, anónimos, gente de pueblo que ella conoce circunstancialmente, como un boxeador negro, o un vendedor de empanadas. También compone e homenaje a un modesto periodista, luchador por las causas justas, creando un tema musical que denomina ‘Sueñó Manué’.
Y le nace poco después una canción que ella dedica a una señora de raza negra también, tan escasa de recursos como rica en elegancia, de la que decía que debía alfombrarse todo lugar por donde pasara esta señora. ¿El nombre de la dama? Victoria. Y el nombre de la canción: ‘La flor de la canela’. En ese momento, año 1955, Chabuca Granda tiene 35 años –había nacido en 1920- llega su consagración definitiva. Y con esta pieza musical viaja por todos los rincones del planeta convertida en la gran embajadora del Perú.
Así como los paraguayos tienen ‘Recuerdos de Ipacaraí’, los cubanos ‘Guantanamera’ y los venezolanos ‘Alma llanera’, los peruanos tienen en ‘La flor de la canela’, una especie de plegaria nacional.
‘Quien no recuerda... dejame que te cante limeña…’. Este vals se canta en Alemania, en Australia, en los países Africanos y en numerosas naciones del planeta. Cuatro años después de crearla, Chabuca Granda llega a la Argentina.
Posteriormente nos visitó muchas veces e incluso residió en Buenos Aires, durante varios años. Los que pudieron tratarla dicen que era alegre, apasionada, con una permanente y limpia sonrisa y una gran delicadeza personal, a la que acompañaban unos ojos celestes y profundos.
Tenía tres hijos. Su última visita a nuestro país fue tres o cuatro años antes de su muerte acaecida, repito, en 1983. Ya se había divorciado hacía tiempo.
Ella pregonaba en varios reportajes y con orgullo su condición de abuela y su edad. Decía: “Ocultar mi edad sería como avergonzarme de haber vivido. Así el ocultar mi llanto sería como avergonzarme de ser sensible”. Chabuca Granda fue un ejemplo de artista total. Por su talento para componer, por su voz grave y singular y sobre todo por su noble condición humana que su riqueza y su prestigio internacional no pudieron modificar.
Y un aforismo para esa mujer excepcional a la que su prestigio no cambió: “Fama o dinero no cambian al ser humano. Lo muestran”.