Umbrales del tiempo

César Vallejo

César Vallejo (César Abraham Vallejo Mendoza), poeta excepcional, nació en Perú en 1892, y falleció en París en 1938 con tan solo 46 años de edad.

Sus libros de poemas más conocidos son ‘Los heraldos negros’ (1918), ‘Trilce’ (1922), ‘España aparta de mi ese cáliz’ (1939) y ‘Poemas humanos’ (1939), estos dos últimos publicados por su esposa Georgette luego de la muerte del escritor.

También fue autor de novelas como ‘Fabla salvaje’ y ‘El tungsteno’, además de cuentos como ‘Escalas’, ‘Paco Yunque’, y el ensayo ‘Rusia en 1931’, y obras de teatro. Por otra parte, escribió en diarios de Perú, España y Francia. Se han editado diversas antologías y hasta un disco recitado por un locutor, con sus versos.

Su forma de escribir, de colocar sustantivos en el lugar de adjetivos, su excelsa sensibilidad social y emocional, lo convirtieron en lo que la crítica especializada bautizó como “un poeta universal”. Un creador que fundó un lenguaje poético diferente a lo tradicional.

FRASES DE POEMAS

En ‘Los heraldos negros’ escribe: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, hay un vacío en mi aire metafísico que nadie ha de palpar, el claustro de un silencio que habló a flor de fuego…”

En otro poema, ‘Los pasos lejanos’, afirma: “Mi padre duerme, su semblante augusto figura un apacible corazón, está ahora tan dulce, si hay algo en él de amargo, seré yo. Hay soledad en el hogar, se reza, y no hay noticias de los hijos hoy, y mi madre pasea allá en los huertos, saboreando un sabor ya sin sabor. Está ahora tan suave, tan ala, tan salida, tan amor. Hay soledad en el hogar sin bulla, sin noticias, sin verde, sin niñez. Y si hay algo quebrado en esta tarde y que baja y que cruje, son dos viejos caminos blancos, curvos. Por ellos va mi corazón a pie.”

En ‘Trilce’ se distingue esta poesía: “He almorzado ahora y no he tenido, madre ni súplica, ni sírvete, ni agua, ni padre que, en el facundo ofertorio de los choclos, pregunte para su tardanza de imagen, por los broches mayores del sonido. Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir de tales platos distantes esas cosas, cuando habrase quebrado el propio hogar, cuando no asoma ni madre en los labios. Cómo iba yo a almorzar nonada. A la mesa de un buen amigo he almorzado, con su padre recién llegado del mundo, con sus canas tías que hablan, en tordillo retinte de porcelana, bisbiseando por todos sus viudos alvéolos; y con cubiertos francos de alegres tiroriros, porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia! Y me han dolido los cuchillos, de esta mesa en todo el paladar. El yantar de estas mesas así, en que se prueba amor ajeno en vez del propio amor, torna tierra el bocado que no brinda la madre, hace golpe la dura deglución, el dulce: hiel, aceite funéreo, el café. Cuando ya se ha quebrado el propio hogar, y el sírvete materno no sale de la tumba, la cocina a oscuras, la miseria de amor”.

En ‘Poemas humanos’ se distingue: “Me viene, hay días, una gana ubérrima, política, de querer, de besar al cariño en sus dos rostros, y me viene de lejos un querer demostrativo, otro querer amar de grado o fuerza, al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito, a la que llora por el que lloraba, al rey del vino, al esclavo del agua, al que ocultose en su ira, al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma. Y quiero por lo tanto acomodarle, al que me habla su trenza, sus cabellos al soldado, su luz al grande, su grandeza al chico. Quiero planchar directamente, un pañuelo al que no puede llorar, y cuando estoy triste o me duele la dicha, remendar a los niños y a los genios. Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo, y me urge estar sentado a la diestra del zurdo, y responder al mudo, y también quiero muchísimo lavarle al cojo el pie, y ayudarle a dormir al tuerto próximo. ¡Ah querer este, el mío, este, el mundial, interhumano y parroquial provecto!, me viene a pelo, desde el cimiento, desde la ingle pública, y viniendo de lejos, da ganas de besarle la bufanda al cantor, y al que sufre besarle en su sartén, al sordo en su rumor craneano, impávido, al que me da lo que olvidé en mi seno, en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros. Quiero, para terminar, cuando estoy al borde célebre de la violencia, o lleno de pecho el corazón, querría, ayudar a reír al que sonríe, ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca, cuidar a los enfermos enfadándolos, comprarle al vendedor, ayudarle a matar al matador -cosa terrible-, y quisiera yo ser bueno conmigo, en todo”.