Celebración poética de la naturaleza y sus encantos
La curva del tiempo
Por Diana Bellessi
Fondo de Cultura Económica. 66 páginas
Recuerdos conmovidos del África visitada o imaginada, cantos repetidos a la magnificencia inocente de los animales, evocaciones de tierras lejanas y tierras próximas, el asombro, en fin, ante la belleza evidente de la naturaleza, tema básico de la poesía.
Por ahí ronda el último poemario de Diana Bellessi, La curva del tiempo. Páginas inclinadas al acento nostálgico, que expresa la añoranza de muertos queridos (“Este otoño / que si no languideciera / tan hermoso / pareciera primavera / como al morir papá”) y es anhelo, también, de una forma de comunión con la vida que en el lenguaje vulgar de estos días se llamaría “ecológica”.
Bellessi no retacea la fascinación por plantas y animales, sean pimpollos de magnolias, jirafas, elefantes o humildes pavas del monte. Su dicción cariñosa se reparte en diminutivos: “ah burritos africanos /qué bellos son…”; “te oigo pajarito tan hermoso”; “la granadita”; “el saucesito”.
Ganados por la intensidad, los poemas se convierten en el testimonio de una forma de panteísmo: “A los salvajes gladiolines adoro / a las glicinas con su gracia sin igual / y al laurel en su cascada blanca / adoro, a las granadas de florcitas / rojas y a los malvones gigantes / en rosa naranja, / al jazmín azul y al sauce llorón / con su copa fina de ramas / adoro…”.
Esta celebración desbordante contiene también una advertencia, expresada en un pasaje de prosa poética, más bien ensayística, con el título de “Mundos flotantes”. Lo preside la constatación de que “la vida pende de un hilo y el poema también”.
“Dejarlo en ese mundo flotante es lo único que podemos hacer -sugiere la autora-. Un exceso de luz, de dos más dos son cuatro, de racionalización, también mata y el enigma, el misterio desaparecen…Eso haría un mundo de máquinas atentando contra la vida que atenta contra sí misma”.