Cayetano Grossi, el hombre de la bolsa

El calabrés que se convirtió en el primer asesino serial argentino fue quien inspiró la popular leyenda urbana con la que se suele asustar a los infantes. Pero su historia real supera por mucho a su mito.

El primer asesino serial de la historia argentina fue quizás el más cruel de todos porque para poder ser catalogado como tal llegó hasta donde muy pocos han llegado empujando los límites del cinismo al borde de lo macabro, matando nada menos que a cinco criaturas.

Pero como si el infanticidio no fuera poco, hay algo que hace más tétrico su paso por la historia criminal y es que dejó una huella imborrable, porque era a la vez padre y abuelo de sus víctimas, que nacieron como fruto del incesto con las hijas de su concubina, pero que no tuvieron por su decisión un tránsito extenso por este mundo.

Fue precisamente por ser el autor de esa masacre infantil que lo sentenciaron a morir fusilado en la Penitenciaría Nacional, y en la que para acrecentar esa imagen de cínico y traidor, clamó por su inocencia hasta su último respiro y señaló a uno de sus hijos como culpable de sus horribles crímenes.

Pero si como lo ya dicho no fuera suficiente, Grossi comparte el nombre de pila con otro célebre psicópata al que erróneamente se lo señala como el primer asesino serial, Cayetano Santos Godino, más conocido como el Petiso Orejudo, a quien también lo une la piromanía.

Por ello, a fuerza de fuego y de sangre (y sin temor a equivocarnos podemos decir ‘de sangre de su sangre’) ese "título" le pertenece y lo convirtió en un ser tan oscuro y peligroso, que promovió el crecimiento de una leyenda urbana…

EL COMIENZO

La historia negra de Cayetano Domingo Grossi comenzó en 1896, justo en el año en que Godino veía por primera vez la luz en este mundo.

Durante la jornada del 29 de mayo, un macabro hallazgo fue hecho dentro de una bolsa en una quema de basura. Al abrirla, los empleados del lugar se espantaron al encontrar algo que hasta el momento jamás habían visto, el brazo de una criatura recién nacida.

Acababa de nacer la leyenda del “hombre de la bolsa”, que en ese mismo momento se comenzaba a escribir.

Tras el hallazgo y luego de que el titular de la Comisaría 12 ordenara y encabezara una inspección ocular en el lugar del tétrico descubrimiento, la capacidad de asombro de quienes lo llevaron adelante sería puesta a prueba, ya que allí se encontró el resto del rompecabezas.

Durante la búsqueda apareció el cráneo destrozado del infante, sus piernas y el brazo restante. Algunas horas después, uno de los carros que aún no había vuelto de su recorrida llegó para descargar la basura, y entre los desperdicios que trajo apareció el tronco, pudiendo así completarse el cuerpo.

Pero a pesar de haber recuperado todas las partes del infante, el crimen quedo sin resolver durante dos años, pero un nuevo hallazgo conmocionó a las autoridades y disparó el alerta.

El 5 de mayo de 1898, 706 días después del primer asesinato, otro macabro descubrimiento sacudió la tranquilidad de la misma quema. Un nuevo cadáver de otro recién nacido fue encontrado con el cráneo destrozado y en avanzado estado de descomposición.

En sus pequeños brazos y manos se registraron signos de quemaduras de primer y segundo grado y según las pericias forenses, había sido estrangulado el mismo día de su nacimiento. Las imágenes llevaron inmediatamente a las fuerzas del orden a asociar ambos casos, y de inmediato empezó la búsqueda del responsable.

Al ver el pequeño cuerpo, los investigadores advirtieron que estaba envuelto en arpillera y trozos de saco de hombre de casimir negro, bastante usado y en el que se podían ver muchas composturas y arreglos.

Las direcciones postales de los desperdicios que rodeaban el cuerpo, ayudaron a identificar qué carro había recogido esa basura con los restos humanos y su conductor fue demorado e interrogado.

Durante su interrogatorio, el carrero confesó que, aunque había visto los restos, decidió guardar silencio por temor a verse involucrado en una investigación policial, lo que finalmente, pese a su corto silencio, ocurrió.

Una nueva revisión de los restos recogidos en la escena del crimen delimitó el número de sospechosos, al notar los policías que el pedazo de saco con numerosos remiendos hechos con género de luto, tenía un notable desgaste en las espalderas. Estas marcas redujeron el universo de los posibles culpables a aquellos que hubieran usado la prenda de vestir tal y como la usaban los vendedores ambulantes que portaban canastas con correas, lo que podía asociarse con el desgaste en la parte trasera de la prenda.

También había en los bolsillos del saco restos de cigarros y granos de anís; ese dato volvió a reducir mucho más el listado de sospechosos e hizo considerar a las autoridades la posibilidad de que su portador último fuese español o calabrés, ya que éstos solían tener el hábito de masticar semillas de anís, con lo que combatían el mal aliento producto de la adicción al tabaco.

Las demás prendas, por su calidad y estado, sugerían la humildad de su dueño, lo que lo ubicaba entre la población trabajadora de clase baja.

Con todos estos datos a la mano y sabiendo el recorrido diario del carro basurero, la policía generó lo que hoy conocemos como un “perfil del sospechoso” y delimitó el número de posibles infanticidas hasta hacerlo concordar con una sola persona.

DE LUTO

Con más certezas que dudas, la fuerza policial golpeó la puerta en una casa de la calle Artes 1438 (hoy Carlos Pellegrini) en el barrio de Retiro, donde vivía una familia que vestía siempre de luto. Era 9 de mayo de 1898 y quienes llegaron hasta el lugar, sabían que encontrarían un asesino (o al menos eso esperaban) pero nunca imaginaron que detrás de la puerta a la que estaban llamando convivían la degeneración y el horror.

En la vivienda residían Rosa Ponce de Nicola; sus dos hijas mayores, Clara y Catalina; otros tres menores de edad; y el concubino de Rosa, Domingo Cayetano Grossi. Este último se convirtió en sospechoso al momento, ya que se ganaba el sustento para él y su familia como carrero.

Como era de esperarse y tras advertir la presencia policial, los vecinos rápidamente pusieron un manto de sospecha sobre el entorno familiar e informar a los agentes allí presentes que Grossi mantenía relaciones íntimas con sus hijastras y que Clara, poco tiempo antes, había estado embarazada y algunos días después, no quedaban a la vista signos de que lo hubiera estado, y lo peor es que no se sabía a ciencia cierta qué había ocurrido con el bebé.

Pero a pesar de tener un sospechoso y una catarata de testimonios de aquellos que vivían sobre la misma calle que la familia, la barbarie recién pudo constatarse un día más tarde, cuando la policía revisó la vivienda y encontró, debajo de una de las camas, una lata con el cadáver de un bebé envuelto en trapos.

El horror se apoderó de los servidores de la ley, que más tarde confirmaron que Clara había tenido dos hijos con su padrastro, Cayetano Grossi.

Y fue el propio Grossi, quien tras ser aprehendido trató de responsabilizar a su hijo Carlos por sus crímenes. Carlos estaba casado con Clara, y su padre aseguraba que había sido él quien había matado al bebé a pedido de su nuera. Consultado sobre la muerte del otro bebé, el carrero  aseguró que este había nacido muerto.

Aunque estaba cercado por las pruebas, negó haber mantenido relaciones sexuales con las hijas de Rosa, y buscando deslindar su responsabilidad en los embarazos, dijo que eran fruto de las relaciones entre sus hijastras y sus novios.

Pero como suele suceder, así como la gota de agua horada la piedra, la culpa termina con la voluntad de mantener una mentira, y algunos días después se quebró y confesó haber matado al primer bebé hallado en 1896 e incinerado a varios bebés más, aunque nunca asumió haberlos asesinado.

En un ataque de sinceridad, tiempo más tarde reconoció haber tenido un hijo con Catalina y cuatro con Clara, y aunque confesó haber estrangulando a tres, aseguró que los dos restantes fueron incinerados por su concubina y sus hijas.

Señaladas por los dichos del asesino, las tres mujeres (Rosa, Clara y Catalina) no negaron su responsabilidad en los cinco crímenes, pero culparon a Grossi por las muertes de los bebes. Este detalle sorprendió a propios y extraños, ya que tanto los investigadores como la sociedad en general, quedaron perplejos por el grado de sumisión que las mujeres mostraban ante la figura de Grossi, que durante años las había hecho guardar silencio de tan aberrantes crímenes, en los que tras auxiliarlas en los partos, arrojaba a los recién nacidos al fuego, mientras ellas observaban el terrorífico espectáculo.

Las tres fueron juzgadas como “encubridoras” de los homicidios y sentenciadas a tres años de prisión efectiva.

Cayetano Domingo Grossi, por su parte, fue condenado a la pena de muerte, que se llevaría a cabo el 6 de abril de 1900 en la Penitenciaría Nacional.

EJECUTADO

Este italiano nacido en 1854 en Bonefatti, provincia de Constanza, que había llegado a Argentina en 1878, que fue botellero, afilador ambulante, mozo de cordel, vendedor de cacerolas y carrero, vio como sus esperanzas se esfumaban. El 5 de abril de 1900, el presidente de la República, Julio Argentino Roca, decretó que el ministro de Guerra pusiera a disposición del juez Madero la fuerza pública necesaria para que en la Penitenciaría Nacional se ejecutara la sentencia al día siguiente “pasando por las armas al individuo Cayetano Grossi”.

Las últimas palabras de Grossi antes de ser ajusticiado atado a una silla en los jardines de la capilla del establecimiento penal insistieron en su inocencia: “Yo recibo con resignación la pena que se me ha impuesto, pero soy inocente. Yo no soy culpable de la muerte de esas criaturas, porque las culpables son esas mujeres que me han acusado de asesino de sus hijos. Yo no soy el padre de las víctimas; los padres de esos niños eran los amantes de las mujeres Nicola. Si yo fuera un asesino tan feroz, yo hubiera muerto a mis hijos con la madre”.

Como argumento de tan descabellada justificación Grossi indicaba que: “¿Cómo es posible que una madre haya permitido que yo asesinara a sus propios hijos? ¿Por qué las madres de las víctimas no me acusaron ante la Policía cuando yo salía a la calle? No siento morir y hago esta declaración por el amor a mis hijos legítimos”.

Cuando el asesino sentenciado fue llevado a la capilla, ninguno de sus tres hijos (especialmente Carlos) mostró signos de pena o dolor y rehuyeron sus demostraciones de afecto, dejando entrever la repugnancia y el pavor que les causaba estar ante la presencia del condenado.

Algunos minutos antes de las ocho de la mañana, un piquete de soldados llegó a la puerta del lugar, acompañado del juez Madero y del Director de la Penitenciaría coronel Boerr.

Grossi junto a dos guardianes, se dirigieron al lugar de la ejecución, y allí el infanticida recibió la descarga de los fusiles. El tiro de gracia estuvo a cargo del sargento 2º Emilio Lascano. Su feroz existencia había concluido y la leyenda que se había comenzado a escribir años antes, ya tenía un protagonista...

Así lo cubrió “La Prensa”

 La historia de Grossi apareció por primera vez en La Prensa el 31 de mayo de 1896 con el título “LA NIÑA DESCUARTIZADA”.

En aquella nota el diario daba cuenta que habían sido detenidos Teodoro De Santi, empleado de la quema, y Luis Soto, dueño del carro 62 en donde se trasladaron los restos de la primera víctima de Grossi.

Desde ese día y hasta el 5 de junio, La Prensa tuvo esa noticia policial como eje y siempre bajo el mismo título fue informando detalles de la investigación, transcribiendo interrogatorios, comunicando a sus lectores que a pesar de tener las fotos, se había tomado la decisión de no publicarlas por su carácter explícito.

También en sus ultimas tres publicaciones daban cuenta del desconcierto general en que se encontraban los integrantes de la Comisaría 12 que debido a las numerosas aristas no podían resolver el crimen.

Casi dos años más tarde, el 6 de mayo de 1898, La Prensa da la noticia de un “CRIMEN SALVAJE” informando que en la misma quema, se había encontrado el cadáver de otro infante.

El 8 de mayo el título mutó y ahora era “EL INFANTICIDIO”. Para el 10 de mayo la relación obvia con el crimen de “La niña descuartizada” llegó a las páginas del diario y el 11 aparece por primera vez el nombre de Cayetano Grossi como responsable de los crímenes.

Desde allí y hasta el 27 de mayo, día en el que el diario pone fin al seguimiento del caso, las notas de “LOS INFANTICIDIOS” concentran la lectura de la crónica negra del momento y describen los crímenes de Grossi y la familia Nicola.

 

El origen de la leyenda

La de Grossi bien podría haber sido una de esas historias de las que se usaban en el medioevo para alejar a las doncellas de los peligros.

Pero a pesar de no serlo, con el tiempo se transformó en la leyenda de lo que hoy conocemos como “el hombre de la bolsa”, una oscura figura que por las noches secuestra niños y los introduce en una bolsa en la que se los lleva.

La mayoría de los cuentos que hoy conocemos, tienen su origen en aquellas historias que con su desarrollo, buscaban evitar males mayores a quienes las oían.

Así, Caperucita Roja buscaba que las niñas no se aventuraran solas en los bosques donde podían ser abusadas; Hansel y Grettel, tenía como objetivo que los infantes no aceptaran cosas de desconocidos que a la postre podrían secuestrarlos; y así cada cuento adaptado de una versión oral más antigua tiene en sus orígenes un objetivo de cuidado hacia quienes resultaron sus oyentes y a la postre, lectores.