Quintus Horatius Flaccus (65-8 a. C.), más conocido como Horacio, en el canto 11 del libro primero de sus Odas, escribió Carpe diem, quam minimum credula postero, que significa, palabra más o menos, “Toma el día, y no confíes demasiado en el futuro”.
Haciendo uso de cierta libertad semántica, podemos parafrasear esa idea al modo de “Aprovecha el momento presente para hacer lo que quieras y no lo difieras para el imprevisible porvenir”.
Entre los poetas hispanohablantes de los siglos XVI y XVII que han desarrollado este tópico literario se hallan Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Juana Inés de la Cruz… Y no son los únicos.
Veamos sólo cómo dos de ellos exhortan a una bella muchacha a disfrutar de su juventud, describiéndoles un futuro descorazonador.
Garcilaso
En el Renacimiento, Garcilaso de la Vega (1501-1536) (1) lo hace así:
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre. (2)
Góngora
Si Garcilaso no hubiera muerto tan joven, tendría alrededor de sesenta años cuando nació Luis de Góngora (1561-1627), cultor del barroco literario:
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. (3)
Coincidencias y divergencias
Ambos poetas confieren a sus muchachas piel metaforizada en flores: “rosa y azucena” (Garcilaso); “lilio” (Góngora).
El cabello es rubio: “en la vena del oro se escogió” (Garcilaso); “oro bruñido al sol relumbra en vano” (Góngora).
También el cuello de la dama recibe loas: “hermoso cuello blanco, enhiesto” (Garcilaso); “triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello” (Góngora).
Pero asimismo hay divergencias: Garcilaso menciona “vuestro mirar ardiente, honesto” y Góngora señala que “a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano”.
¿Cómo consigna cada uno el deterioro producido por el paso de los años?
Garcilaso: El “tiempo airado” convertirá en “nieve” el “oro” del cabello y el “viento helado” marchitará la “rosa” del rostro. Y, más sintética y abarcativamente, “todo lo mudará la edad ligera”.
Góngora es más tremendista y hasta diría que pone una nota de sabio estremecimiento: no sólo sufrirán menoscabos graves los que fueron “oro, lirio, clavel, cristal luciente”, sino que ocurrirá el aniquilamiento total de la muchacha: se convertirá “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. (Por asimetría barroca, evitó ir de lo más tangible a lo menos, y no escribió, entonces, “en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada”.)
Garcilaso trata de vos a su muchacha, y Góngora, de tú.
¡Carpe diem!
Es mucho aún lo que podría señalarse sobre semejanzas, disparidades, matices, sutilezas que contienen estos dos sonetos. Pero, por ahora, practiquemos también nosotros el saludable carpe diem y solacémonos con ambas hermosuras poéticas, agradeciéndoles, desde nuestro siglo XXI, a Garcilaso y a Góngora los delicados presentes que han dejado para nuestro placer.
(1) Éstas son las fechas que yo tengo en la cabeza desde siempre. Pero ahora veo que recientes estudios ponen en duda la de nacimiento, que prefieren situar entre 1491 y 1503.
(2) 'Garcilaso, Obras, edición de Tomás Navarro Tomás' [1935]: Madrid, Espasa-Calpe, Clásicos Castellanos, 1963, pág. 225.
(3) Dámaso Alonso: Góngora y el “Polifemo”, Madrid, Gredos, 4.ª ed., 1961, pág. 361.