Paginas de la historia

Carlitos el Diariero

He tratado en varias oportunidades hechos, protagonizados por seres humanos sencillos, que no quiere decir simples, de esos con los que tratamos todos los días, que no tendrán nunca reportajes en diarios ni revistas, pero que poseen la única fortuna que no puede perderse: la riqueza espiritual, “esa que jamás sufre bancarrotas”.

Y así desfilaron, a través de recuerdos, un ex presidiario, una muchacha doméstica, un obrero ferroviario, pero con un denominador común: todos ellos comprendieron que cubrir el frío ajeno, es una manera de abrigarse y que “si nos mirásemos a los ojos, nos veríamos…”.

Cada uno de esos seres humanos que conocí en circunstancias diferentes, hicieron nacer en mí, aforismos. Y hoy le toca el turno a un muchacho también modesto y a quien conocí cuando él ejercía una dura y sacrificada tarea: la de vendedor de diarios en una esquina porteña. Y aquí la anécdota:

Hace unos diez o quince años, quizás más, yo había tomado en la estación Constitución, venía de Adrogué, un colectivo para dirigirme a Palermo. Estaba atestado de pasajeros. A las pocas cuadras, ascendió al mismo un anciano. Dificultosamente pasó hacia el interior del vehículo y se acomodó en el pasillo, aferrándose al pasamano, junto a mí que también estaba de pie.

Sentado, junto a nosotros, viajaba un jovencito de 13 ó 14 años. El chico había subido también en Constitución, portando una cantidad de revistas y diarios.

Al sentarse las había colocado sobre sus rodillas. Cuando observó que parado junto a él, estaba el anciano, se puso de pié.

Sosteniendo sus revistas con una mano, con la otra tocó suavemente el hombro del anciano, diciéndole: -“Sr. le ruego que se siente en mi lugar”.

El hombre, con una inclinación de cabeza y una cálida sonrisa, le dijo:

-“Gracias, muchacho. Muchas gracias”.

Miré al jovencito. Tenía un rostro limpio, despejado. Devolvió mi mirada.

-“¿Te puedo hacer una pregunta?” le dije.

-“Sí, como no, Señor.”.

-“Acabo de observar un hermoso gesto de tu parte, que puede parecer pequeño, pero que no lo es para mí. Porque muestra en tu personalidad, dos virtudes valiosas: cortesía y humanidad”.

Recuerdo que agregué: “Cediste tu asiento a un hombre mayor. ¿Qué te impulsó a hacerlo?” y me respondió:

-“Señor. Mis padres me enseñaron desde muy chico, que “dar ofrece más satisfacciones que recibir”.

Y agregó: “Ud. habrá notado Señor, lo agradecido que estaba el anciano y cómo me sonrió. Ya con eso empiezo a trabajar contento. Así que realmente soy yo el más beneficiado”.

-“¿Cómo te llamas?”.

-“Carlitos Sr.”.

-“Y qué te gustaría hacer cuando seas más grande?”

-“En realidad tengo dos vocaciones: dibujar y jugar al fútbol”. Y agregó: “Perdóneme la vanidad, señor, pero creo que hago muy bien ambas cosas”.

Recuerdo que terminé diciéndole: -“Quiero que envíes una felicitación a tus padres, que te inculcaron nobleza y educación y que supieron hacerte comprender una frase de Montaigne, un pensador francés: “quién no vive de alguna manera para los demás, apenas vive para sí mismo”.

De repente me dijo: -“Gracias por sus palabras señor. Buenos días”. Y se bajó para iniciar su diaria y fatigosa tarea de vender diarios.

Lo volví a ver dos o tres veces más, en “su” esquina. Y ya nos saludábamos muy cordialmente.

UNA DECADA DESPUES

Y pasaron otros diez años o más. Y un día fui invitado por la Municipalidad de Mendoza a dar una charla, un sábado a la noche. Varias horas antes del acto, fuimos con mi esposa al salón donde se realizaría el mismo, para observarlo, simplemente.

Había una exposición de cuadros. Nos llamó la atención uno, al que le habían otorgado el segundo premio.

Se observaban en la tela, rostros de chicos, simultáneamente humildes y felices.

Firmaba el cuadro, un pintor: Carlos Fiorini.

Llegó la noche. Concurrí al salón a dar la charla convenida. Finalizada la misma, se acercó a saludarme precisamente Carlos Fiorini, el pintor premiado.

-“¿Me recuerda, Señor.?”, comenzó diciéndome.

Lo miré sin reconocerlo…

-“Soy el diarero que Ud. conoció en un colectivo, me dijo”.

Le respondí emocionado: -“¡Qué hermosa sorpresa me has dado!”. -“¡Ah! sos pintor… y de los buenos”.

Y agregó sin falsa modestia: -“Además juego al fútbol profesionalmente aquí en Mendoza, en primera división”.

¿Hace falta agregar algo?.

Solamente que este episodio, inspiró en mí un aforismo relacionado con aquel viaje en colectivo que me permitió conocer a Carlos Fiorini y recordar su gesto de cortesía con un desconocido ser humano, aquel anciano del colectivo.

“Cuando cedo mi asiento al anciano, viajo más cómodo”.