Cambiemos de menú: basta de polenta

En 1853, cuando la Constitución alberdiana dio el puntapié inicial al descomunal progreso de Argentina, donde todo estaba por hacer, había enormes disensos entre los políticos pero una gran homogeneidad de ideas, es lo que falta ahora.

Las rencillas políticas pueden comprometer la estabilidad económica al inducir problemas políticos difíciles de predecir. El deseo que muestran los candidatos de protagonismo es parte de la política y, con más razón, en una carrera electoral, pero hay que preguntarse si más allá de las ambiciones personales cuentan con las ideas que pueden llevar a un destino mejor.

Todavía quedan dosis de populismo, dirigismo y nacionalismo. El futuro presidente deberá imponerse a la inercia cultural que afecta a algunos grupos bullangueros, a la Iglesia, al peronismo y al radicalismo, también al populismo a mansalva de contenido indisimulable fascista, de los sectores fanatizados kirchneristas.

Habrá que luchar contra el negativismo de sectores que se opondrán con uñas y dientes a una política de contenido liberal, y sobre todo contra el corporativismo, frecuente enfermedad de todo sistema democrático.

Las elecciones de este año nos dirán si el peronismo histórico ya es una sombra, si ha dejado de ser una posibilidad deseada por la sociedad, si la cultura política está cambiando. El modelo actual no ha dejado de venirse abajo, hoy se sienten sus latigazos, sobre todo en los sectores más pobres: quienes sufren hambre están cansados de las promesas incumplidas de los políticos, de su indiferencia, pero están atrapados en el enredado sistema.

La provincia del Chaco mostró en las recientes elecciones que mucha gente sigue apoyando al gobernador Capitanich a pesar de que ha sido salpicado por un terrible asesinato. Es que los planes y políticas de dádivas tienen éxito porque el hambre es más fuerte que la sed de justicia.

Si el hombre no come, apoyará, aunque sea una miseria, la posibilidad de al menos seguir viviendo. Será una tarea difícil, sin producción y acumulación de riqueza, retirar las dádivas que evitan la responsabilidad de los hombres sobre sí mismos, los hace menos autónomos y menos libres.

La erosión de la propiedad privada, el avance del autoritarismo y la casi invisibilidad de quienes gobiernan han permitido en estos años saquear la República y la corrupción generalizada. Tenemos tantos problemas que asustan y lo que es peor, se ignora cómo resolverlos evitando, lo más posible, el apriete a una sociedad que, cansada de promesas vanas, reclama prontos resultados.

El próximo presidente debe contar con las herramientas que necesita una nueva política de carácter liberal, para poder conducir la destrucción de viejas estructuras y cambiarlas por otras que lleven a mejorar las relaciones sociales, abandonando la infinidad de controles y regulaciones al mercado, incluso el de las ideas.

Reparamos a diario que no pocos periodistas hacen críticas desconsideradas a los políticos, sin discriminación, por su interés en correr detrás del poder. Se puede reprochar, a quien lo busca, sin respetar las normas de convivencia política, pero no está bien desmerecer a quienes intentan alcanzarlo por la vía democrática.

Entretanto, olvidan hacer las preguntas que en rigor importan, por ejemplo si ya tienen una propuesta arquitectónica global que permita hacer retroceder al Estado al lugar que le corresponde. Debería ser fortalecido en aquellas funciones indelegables que, por mandato de la Carta Magna, le son propias: las de servir a la población, imponer y hacer respetar el marco normativo, la dirección de la sociedad en su interior y exterior, arbitrar en los conflictos y ejercitar la Justicia, además de la conservación del territorio.

No hay que cansarse de repetir una verdad grande como un templo: si se agranda y fortalece la sociedad civil, el área de la propiedad privada, se reduce la arbitrariedad del Estado, se desarrolla el Estado de Derecho, y se robustece el Sistema de Partidos. La experiencia en innumerables países lo confirma.

Buena parte de la sociedad se pregunta si Juntos por el Cambio, de donde salen los que tienen más posibilidades de gobernabilidad, no se dejará tentar ante las dificultades por una política keynesiana, o sea de medias tintas. ¿Se ha convencido este espacio político que el estatismo y la demagogia nos han llevado a esta crisis, que el desarrollismo, tan caro a varios de los políticos de esta fuerza, no nos traerá soluciones esperadas porque es otra forma de despilfarro, de desarrollo planificado y forzado, ya experimentado sin éxito?

En nuestro país, en general, en vez de introducir condiciones para que se enriquezcan los sectores bajos, se instauran políticas para empobrecer a los sectores altos- los que crean riqueza donde no la hay- generalmente con impuestos a la renta y al patrimonio, los penalizan, en vez de incitarlos a invertir.

Hay que seguir predicando contra uno de los mitos que han empobrecido al país: el que alimenta la idea de que los países no se desarrollan por la explotación de los países ricos. Basta con buscar ejemplos para darnos cuenta que los países muy pobres lo son porque carecen de desarrollo capitalista, comparados con los desarrollados parecen atrasados, no han recibido el impacto del avance de la ciencia, el arte, la tecnología y la economía occidental.

En cambio, en los países capitalistas la producción masiva alcanza a los sectores bajos, tienen un nuevo tipo de vida, de mejor calidad. El sistema de libre mercado, al cual la vicepresidente, entre otros políticos e intelectuales, no se cansa de criticar, es el que ha permitido crecer el sentimiento de ayuda y comprensión hacia familias de pocos recursos.

El impulso de la filantropía, sobre todo en los países desarrollados, es comprobable por la enorme ayuda privada a universidades, colegios, bibliotecas y hospitales. Se ha podido concretar porque la expansión capitalista permitió crecer la riqueza material, que si bien no evita el mal crea más posibilidades que la pobreza para quienes tienen el deseo de hacer el bien.

No deberían quedar dudas, la solución es liberal sino queremos esperar malos resultados y consecuencias imprevisibles que nos lleven a un completo desorden social y económico. Entre tantas ideas infecciosas es un buen augurio observar que poco a poco están aumentando los impulsos que reemplazan los componentes nacionalistas y populistas, para conciliarse con las nuevas propuestas de Ricardo López Murphy, Javier Milei, José Luis Espert y Patricia Bullrich.

También son cada día más los que saben que se necesita dar más independencia a la Corte Suprema de Justicia para ir detrás de la unidad nacional bajo el techo constitucional. Ello ayudaría a dar estabilidad política, y la seguridad necesaria para hacer las grandes reformas que el país reclama con urgencia.

Hace unos días la Corte, saturada de la presión kirchnerista, nos dio una prometedora sorpresa: evitar la permanencia en el poder de algunos candidatos, en un país donde es aceptada, desde hace mucho tiempo- expresada en variadas y escandalosas perpetuaciones- la unión del poder al caudillismo político.

La política es sobre todo creación, decisión y audacia, no sólo administración. Veremos quién se atreve, luego de las PASO, a rasgar con vigor y entusiasmo sus cuerdas en una Argentina que vive en la obscuridad, sin poder llegar a la luz del mediodía.

 

* Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).