Cacería en las tierras baldías
La fila de medianoche
Por Lee Child
Blatt & Ríos. 427 páginas
Algún día se escribirá la Gran Novela Estadounidense sobre esa epidemia de proporciones bíblicas que se abatió en el siglo XXI sobre el faro de la libertad. En 2023, casi 80.000 ciudadanos de EE.UU. murieron por sobredosis y efectos colaterales del consumo de opiáceos. Una plaga provocada tanto por hampones como por la respetable industria farmacéutica, el buen doctor de la familia y ese imperativo funesto de la cultura contemporánea que nos urge a vivir con dolor cero. Millones de hombres y mujeres comunes se volvieron adictos. Puede que la novela la escriban Jonathan Frazen, Don Winslow o James Ellroy. Hasta que llegue ese día, nos conformamos con magnifícas aproximaciones al drama. Como esta que compuso el inglés Lee Child (Coventry 1954).
Child entregó a la imprenta La fila de la medianoche (The Midnight Line) en 2017. Es el tomo número veintidós de la saga Jack Reacher, el implacable policía militar (en situación de retiro) que recorre Estados Unidos resolviendo entuertos. Tiene la capacidad deductiva de Sherlock Holmes y la fuerza de Hércules. No mide dos metros, pero casi. Sus manos tienen “el tamaño de un pavo de Acción de Gracias”. Sus nudillos parecen nueces. Matar a los malos no le causa problemas de conciencia.
Reacher no puede permanecer mucho tiempo en el mismo lugar. Algún psicólogo del cuerpo de veteranos de guerra alguna vez le dará nombre a la compulsión, reconoce. Pero el prefiere llamarla “libertad”. Una de sus reglas es, allí donde el destino lo haya llevado, comprar un boleto del primer ómnibus que salga de la terminal, sin importar a dónde se dirija. No acarrea equipaje, apenas un cepillo de dientes. Vive de su pensión. Ninguna mujer aguanta su estilo de vida.
Pues bien, en un pueblo de la zona lechera de Wisconsin, Reacher, que se retiró de la milicia con grado de mayor, encuentra en el escaparate de una casa de empeños un anillo de graduación de West Point 2005. Lo compra; es un anillo diminuto, de una oficial del Ejército con estudios superiores. Nuestro héroe sospecha que la mujer que perdió un símbolo que tanto la habrá costado conseguir está en problemas. Se empeñará en seguir el hilo de su historia. Quiere saber.
La pesquisa lo llevará a enfrentarse, a puño limpio, con media docena de motociclistas, con los guardaespaldas de un capo mafioso de la ciudad de Rapid City (Dakota del Sur), y con narcotraficantes y vaqueros corrompidos de Wyoming, el último gran estado despoblado de la Unión. La trama magnetiza los dedos.

El libro aborda dos grandes temas. El primero es la adicción a la heroína (en forma de píldoras de oxicodona y parches transdérmicos de fentanilo) de millones de estadounidenses decentes, “tan americanos como la tarta de manzana”. Un agente de la DEA describe el diabólico anzuelo: “...nadie debería subestimar nunca el atractivo de estar bajo los efectos de un opiáceo. Hasta donde yo sé, es algo hermoso. Por cómo lo cuentan es lo mejor del mundo. Para alguna gente es una experiencia tan radical que les cambia la vida por completo”.
El segundo asunto es la situación penosa y vulnerable de la legión de veteranos de las guerras en Irak y Afganistán. Regresaron a su país lastimados en cuerpo y alma; suelen ser víctimas de traiciones. Como la dueña del anillo que obsesionó a Reacher.
Como novedad, digamos que en esta aventura no se producen esas matanzas desquiciadas que han ajado un poco otros libros de la saga. La búsqueda de una oficial de infantería en las tierras baldías del Lejano Oeste es cautivante.
