El rincón del historiador

Buenos Aires de 1853, visto por los ojos de un viajero alemán

En pocos días la República de Alemania celebrará su fiesta nacional. Una figura a la que nos hemos referido hace poco en estas columnas fue el duque alemán Paul Wilhem von Wurttemberg, sobrino del rey Federico I, que el 24 de junio de 1853 estuvo en Buenos Aires.
Eran los días del sitio de la ciudad y las noticias como bien lo anotó desde Montevideo “eran muy desfavorables”. Hacía veinte días el general Mitre había sido herido por una bala en la frente en los Potreros de Langdon y salvó milagrosamente su vida.
Su transcripción nos permite sumergirnos en esa Buenos Aires, mirada con simpatía, especialmente por alguien por alguien que había recorrido buena parte del mundo y sus grandes capitales.
“La ciudad está cortada por calles rectas; las casas, en su mayoría, son de un piso y bien construidas, hallándose todas juntas en el centro de la ciudad formando grandes conjuntos oblongos. La calle más bonita, es la calle Perú; la calle Defensa también posee casas majestuosas, al igual que la 25 de Mayo. Las iglesias en su mayoría son grandes, de construcción distinguida, verdaderas obras de arte; sus cúpulas son moriscas y sus torres cuadradas. Sus interiores se hallan, en parte, ricamente decorados con una cantidad de Marías y estatuas sagradas, las que en su mayoría se hallan lujosamente revestidas. Los numerosos óleos no tienen mayor arte; las naves de estas iglesias, son enormes y muy altas, pudiéndose clasificarlas como las más majestuosas salas de construcción eclesiástica americana. En todos sus aspectos, es Buenos Aires, una de las ciudades hermosas que haya pertenecido antiguamente a las colonias españolas y lleva consigo, el total carácter de arte constructivo hispano-antiguo. Su único inconveniente, son sus malas veredas y su inservible asfalto”.
“La ciudad se halla adornada por amplias y hermosas plazas; la plaza donde yace el Retiro, la Cárcel y el cuartel de Rosas, es un lugar feo y pantanoso, como también tristemente célebre por las esquinas de las paredes por las que se halla cercada, pues era aquí, en donde Rosas cometía sus asesinatos, mandando degollar, varias veces hasta por docenas, y de una sola vez, a sus adversarios políticos”.
“Las iglesias más importantes son: La Merced, San Francisco, Santo Domingo, Colegio (Compañía de Jesús), San Juan, la Catedral, San Nicolás y San Miguel. Al ir yo, un domingo a visitar la iglesia, se hallaba de casualidad, la hermana de Rosas, señora de Mansilla”.
“Las porteñas son famosas y con razón, pues poseen, como pocas, maravillosas figuras, y exageradamente bondadosos y suaves rasgos faciales; su tez es tersa y hermosa, poseyendo grandes ojos vivarachos y renegridos y espesos cabellos. Las muchachas mestizas, cuyos padres son oriundos del norte de Europa, poseen generalmente una fisonomía agradable, del tipo de ambas razas. También a menudo se ven mujeres de raza india y negra. Entre los hombres, se encuentran toda clase de rasgos faciales de distintas razas. Las antiguas costumbres de procedencia española e india, como la originalidad de las vestimentas de estas distintas naciones, van del más fino y negro frac de paño, hasta el poncho de guanaco, de los indios pampeanos; todo ese conjunto, da a esta ciudad, en su vívido escenario, una curiosa sensación”.

HETEROGENEIDAD
Le impresionó lo heterogénea de la sociedad, donde estaba el citadino, el gaucho “legítimo”, los italianos que integraban la Legión y el famoso rastreador, del que ya había hecho mención Sarmiento en su Facundo con Calíbar.
“A pesar de todo, no es fácil que en alguna ciudad sudamericana, uno encuentre una mezcla de gente, semejante a verdaderos maleantes, con sus tipos de razas entreveradas como acá, siendo difícil encontrar en algún otro lugar originalidad más extraña. En Buenos Aires, se puede encontrar todavía al gaucho legítimo, era antes de la revolución, con su poncho y chiripá, con su sombrero o pañuelo sobre la cabeza, con su faja hecha de tela tejida o cuero (tirador), el gran cuchillo en el cinto, y con sus botas y bombachas blancas, con un dobladillo de puntillas”.
“Los gauchos guerreros usan sable, lazo y boleadoras. Los italianos unidos como Legión, llevan grandes, redondos y negros sombreros, generalmente con plumas de avestruz y grandes sables, a caballo, convirtiéndose en el terror de las hordas de Urquiza”.
“En Buenos Aires, me advirtieron sobre la existencia de cierta clase de individuos, los que, con instinto indio, persiguen el rastro. Así, pude tener la oportunidad de ver a uno de estos ejemplares, llamados Rastreadores, que era capaz de seguir la pista de cualquier ser humano o animal; también vi otro, de los llamados Baqueanos, quienes poseen gran facilidad para encontrar huellas y caminos; en esto, son famosos los indios, quienes son los maestros de esta peculiaridad, en ambas Américas”.
“Los llamados Vaqueros, son hábiles en hallar ganado perdido y caballos robados. Todos éstos, son legítimos hijos de las Pampas e imprescindibles sujetos de trabajo para la vida política y agropecuaria de los estados del Plata, gauchos de pura cepa y gente cuya virtud y pasión se mezclan, leales en su momento, con un sentido amable y hospitalario, como también crudos y sedientos de sangre”.
Una imagen de Buenos Aires que afortunadamente se rescató, ya que la obra de Paul Wilhem von Wurttemberg, más de 4.000 páginas y dibujos, lamentablemente se perdió al incendiarse el edificio en que se atesoraban durante la Segunda Guerra Mundial.