Brillante labor de la Filarmónica de Qatar
El conjunto del Emirato causó verdadera sorpresa en un Colón colmado.
E. Benzecry: Obertura Tanguera; Al Fardan: Polaris y Borealis; A. Piazzolla: Concierto para bandoneón y orquesta, ‘Aconcagua’; A. Ginastera: Variaciones concertantes, opus 23; Sahim: Four Seasons y Spirit of Magam. Por: Víctor Hugo Villena, bandoneón y Orquesta Filarmónica de Catar (direc.: Enrique Arturo Diemecke). El miércoles 17 en el teatro Colón.
Se podía haber pensado que la orquesta sinfónica qatarí, en su primera y algo sorpresiva visita a la Argentina, se iba a presentar con atuendos árabes e instrumentos orientales, en un marco de cierto exotismo de indefinible calidad. Pero nada de eso ocurrió. Ante una sala absolutamente colmada, lo que se vio y escuchó en el Colón fue una agrupación de corte netamente occidental, integrada por músicos de primer nivel, que bajo la magnífica conducción de Enrique Arturo Diemecke protagonizó una velada que sorprendió por su inesperada categoría.
PIAZZOLLA Y AL FARDAN
Consecuente con su idea de hacer dialogar a las creaciones de su país con las del repertorio de los lugares que recorre, la Filarmónica asiática abrió la jornada con la Obertura Tanguera (1995), que Esteban Benzecry (1970), uno de nuestros más relevantes autores, escribió en homenaje a Piazzolla. Dividida en tres secciones, con un clímax final, ciertos giros expresionistas y rasgos “propios del tango en su expresión más moderna”, ya desde su inicio se pudieron apreciar las cualidades de la orquesta. Sonido homogéneo y amplio. Cálido y armonioso. Ajuste y afinación perfectos Cuerdas globalmente diáfanas. Bronces acampanados. Vientos y percusión impecables. Timbres puros y netos.
Le tocó luego el turno a Dana Al Fardan (1985), “la perla de la música qatarí” (y voluntaria humanitaria en Gaza), de la que se oyeron ‘Polaris’ y ‘Borealis’, dos páginas de sello consonante y envolvente discurso melódico, dulces, coloridas, sostenidas por un positivo arco rítmico y sugestivas atmósferas.
Retornando al catálogo argentino, el Concierto para bandoneón (1979), de Astor Piazzolla (1921-1992), fue uno de los platos fuertes de la noche. Víctor Hugo Villena, celebrado instrumentista de labor internacional, especializado en la obra del marplatense, alcanzó con su fuelle momentos de muy lograda expresividad. Dedos, aberturas y cierres siempre certeros, melancólicos soliloquios, el exquisito quinteto piano con arpa, cello, violín y viola en el movimiento lento, fueron perfiles de una traducción de hondo contenido. Esto, además del aporte rítmico y de síncopas, y del preciso equilibrio con la masa orquestal, que llamativamente –para nosotros- se manejó exactamente con el mismo lenguaje. Fue una ejecución modelo, digna de ser registrada, también por su dinámica.
GINASTERA
Fundado hace diecisiete años, el organismo visitante cuenta con setenta y ocho integrantes de distintas procedencias. Sus instrumentos son los propios de la tradición musical occidental, con el agregado de rababa, tambores, panderos y otros pertenecientes al mundo árabe que se emplean en las piezas de ese origen. Se trata de una agrupación oficial y estable, que contrata a sus directores (entre otros estuvo en sus principios formativos Lorin Maazel) y sale de gira episódicamente (estuvieron en París y Nueva York, y ahora venían de San Pablo).
En la segunda parte, las Variaciones Concertamtes (1953), de Alberto Ginastera (1915-1983), verdadero concierto para orquesta con dos interludios y siete variaciones que permiten el lucimiento individual de cada instrumentista, fueron expuestas por Diemecke (siempre sin batuta) con canto predominantemente sereno y esbelto. Muy pulcro y claro, en un contexto de bellas interrelaciones. Ya en el final, ‘Four Seasons’ y ‘Spirit of Magam’, de Nasser Sahim (1979), poco agregaron. La primera no pasa de suaves capas sucesivas de deslizamientos melódicos, y la segunda es un producto folklórico, que sólo llama a nuestra curiosidad.
No podemos aportar más datos acerca de la agrupación, su historia y su inserción comunitaria porque un cancerbero nos impidió pertinazmente todo contacto con funcionarios de la Embajada. Otro déficit: el programa de mano fue un cartoncito minúsculo y escueto.
Calificación: Muy bueno