UNA MIRADA DIFERENTE
Big brother al rescate
El menú de promesas de Scott Bessent no es diferente a las amenazas disuasivas de todo banco central que pretende fijar a dedo el precio de su moneda.
Hay tres méritos que nadie podrá negarle a Javier Milei. El primero, aceptado por todos, es haber pulverizado la inflación como nunca nadie lo hizo. El segundo, el haberse embanderado en la causa de destruir el huevo de la serpiente inflacionaria que es el déficit fiscal. El tercero, es la lucha contra la rapiña institucionalizada de los gobernadores, que desde el mismísimo Alberdi se vienen burlando del federalismo, del equilibrio fiscal, de la equidad presupuestaria y del Código Penal. Quede claro que la columna se está refiriendo a lo que dijo e hizo, no a lo que dijo y no hizo.
El modo de lograr esos objetivos ha merecido diversas objeciones y comentarios de todos los sectores en diversos sentidos, pero es innegable que el avance en esos aspectos fue de gran importancia no sólo económica sino también ideológica y política, en un país que vivió más de un siglo convenciéndose de que su riqueza potencial lo hacía merecedor de un bienestar que no supo plasmar, y que cuando pareció alcanzar no supo mantener ni consolidar. Pero que vivió como si esa potencialidad se hubiera materializado.
Nada más que esos tres logros le deberían haber bastado para estar esperando las elecciones del próximo 26 con optimismo y planeando los siguientes pasos para avanzar con los cambios de fondo que prometió en su campaña y que son imprescindibles para reequilibrar la sociedad luego del dolor de esos ajustes y encaminar el país hacia una etapa de esplendor o al menos de mucho mayor bienestar y riqueza.
Un manejo infantil de su política de construcción de poder, una colección de bravatas y desprecios, un armado incompetente e improvisado de su base partidaria, sus alianzas, la elección de sus funcionarios, sus candidaturas y una comunicación precaria, adolescente y amateur hicieron que varios de sus errores y omisiones fueran más notorios, y a que la paciencia se agotara antes de lo previsto, aún la de quienes estaban cerca de sus principios.
El agregado de episodios que no han quedado para nada claros y que comprometen la imagen de honestidad y seriedad del oficialismo tampoco ayudaron a ganar consenso, lo que unido o matizado por el ninguneo sistemático a todo el sistema político generó flancos muy dolorosos y costosos de cubrir, máxime cuando el gobierno no cuenta con especialistas de crisis capaces de manejar estas situaciones. Se vio muy claro en el caso de Espert, donde el mayor enemigo del oficialismo fue el propio oficialismo.
Pese a la insistencia presidencial y de todo su equipo, seguidores, trolles y favorecedores en sostener que se han mantenido las promesas electorales y los principios económicos enunciados entonces, eso no es cierto en varios aspectos importantes, siendo el más importante el sistema cambiario.
Mató al catecismo libertario
La temerosa, parcial y lenta salida del cepo y la instauración del sistema de bandas cambiarias, fueron un cambio drástico en la línea económica, donde la libertad, la propiedad, la eliminación de todo control de precios y el respeto por la acción humana, base del catecismo libertario del mandatario, murieron de modo fulminante ante la necesidad (¿impuesta por el FMI?) de acumular reservas y de usar, además del ancla fiscal, el ancla cambiaria, es decir controlar el precio más importante de la economía, el de la moneda -mecanismo que tantos disgustos ha ocasionado históricamente a los argentinos, desde Prebisch y la Cepal de 1950 en adelante- fue un retroceso mayúsculo en el proyecto económico, ya que sería demasiado ambicioso usar el término plan.
Si bien ese mecanismo ya estaba implícito y se venía usando desde el comienzo del mandato -de lo que se culpaba a la herencia de Lebacs, Leliqs y similares, que se resolvió con un pase de magia– el sistema de bandas oficializó un mecanismo automático y sistemático que inexorablemente ha llevado y lleva siempre a una pulseada con el mercado, al famosísimo juego especulativo del Carry Trade, al reparto de ganancias en pesos entre operadores bien informados mediante el sistema de venta de futuros del dólar, y termina con una apresurada devaluación tardía.
Ese control del precio más importante de la economía lleva a todo tipo de errores de planificación, inseguridad, sospechas, condicionamientos, pérdida de energía y crecimiento, trampas, oportunismos, improvisaciones y prebendarismos, y ocupa la mayor parte del esfuerzo y el tiempo de los funcionarios y los factores económicos, y termina en todos los casos produciendo muchos más daños que los que intenta evitar o remediar.
Es cierto que a muchos sectores -sobre todo a los prebendarios que tanto preocupaban otrora al presidente- puede convenirle un tipo de cambio determinado a dedo, (no es otra cosa) pero ese control siempre fallido se opone a los principios mismos sostenidos por Javier Milei y transmitidos a la sociedad.
Se sostiene con alfileres
Como es sabido, el tipo de cambio así sostenido, (con alfileres) se vuelve cada vez menos sostenible, requiere vender cada vez más dólares a un precio que se sabe es barato, y tener reservas que al principio se usan como poder disuasivo por mera presencia, pero que se terminan dilapidando siempre, porque cada eventualidad de cualquier tipo precipita la corrida contra el dólar y el gobierno de turno se empecina en la pulseada bajo el lema “el que apuesta al dólar pierde”, (“o comprá campeón”, da lo mismo).
Y entonces mágicamente, todos los logros y los proyectos pasan a segundo plano y el esfuerzo se concentra en “ganar la pelea”, no importa cuántas reservas se consuman, cuántas reglas se cambien por minuto, cuántas teorías o promesas se dejen en el camino. Se ha dejado de pensar.
¿Quién fue el funcionario, el asesor o quien fuera, que convenció a Milei de que debía cambiar sus ideas y su rumbo en este sentido? ¿Quién le hizo creer que en vez de esforzarse por liberar totalmente el cepo y tender a un mercado de cambio libre y con precio flotante, sin intervención estatal, debía comprometer su prestigio y el éxito de su idea central en esta lucha estéril y que termina en el ridículo?
¿Quién lo llevó a eliminar las retenciones sólo por 3 días para conseguir juntar reservas falsas que dilapidaría en una semana en pos de torcer la fuerza del mercado, o de la acción humana, como diría su admirado Mises?
¿Qué más se está dispuesto a rifar para sostener el tipo de cambio? Y no se está hablando aquí de abogar por una devaluación, que sería otro accionar de la fatal arrogancia de la burocracia, sino de permitir que la divisa fluctuara según la oferta y demanda, como pasa con los fideos o los huevos. Nada más que ese hecho generaría un salto de confianza inimaginable.
¿Quién convenció al Presidente para que pasara en pocos meses de declarar que el peso era excremento a intentar convertirlo a pura prepotencia en moneda fuerte en la que nadie cree?
El hermano que fuma
Las elecciones del 26 encuentran al gobierno ante la angustia de tener que impedir que el dólar suba de precio por el temor de que semejante “fracaso” dañe aún más sus chances. Y al mismo tiempo, como la sociedad no ignora ese miedo, se enfrenta a una presión compradora que él mismo ha provocado, aunque no lo quiera aceptar ni comprender.
Entonces, como el chico que se pelea en la esquina, llama a su hermano más grande, “al hermano que fuma” se solía decir, para que lo defienda.
Ahí acude Trump al rescate, con un experto en mercados regulados, Scott Bessent, que a pura declaración intenta ganar la pulseada. Y que va subiendo la apuesta verbal día a día, siempre amparado en la confidencialidad o la vaguedad, siempre amenazando con jugar alguna carta a último momento.
Olvidan todos varias cuestiones. No hay confidencialidad posible en temas cambiarios, ni frente al Congreso argentino, ni frente al Congreso estadounidense, ni frente al mercado. Y tampoco ante las respectivas oposiciones. Nadie sabe cuántos pesos compró Estados Unidos, sólo hay estimaciones locales. Esas compras, que no se saben con qué formato ni con qué compromisos se realizaron, obran como las intervenciones amenazantes del Banco Central argentino, quemado por Milei y mágicamente salvado de las llamas por consejo de quién sabe quién.
Tampoco se saben los términos del swap de 20,000 millones de dólares, que son un dato fundamental para saber si se puede o no usar para pagar deuda o para vender dólares en el mercado, ni se sabe cuándo se debe revertir, ni cuánto se pagará de interés o si se pagarán intereses, lo que impide que se determine si el Congreso debe intervenir o no. ¿Seguirá el secreto mucho tiempo? Lejos de la transparencia y la previsibilidad que el propio Milei consideró siempre fundamental para el crecimiento económico, con razón.
Como eso no alcanzó, aparentemente, Bessent lo refuerza con los préstamos del Banco Mundial y otros entes, que no se sabe ni cómo se materializarán ni qué alcance tendrán, ya que en la mayoría de los casos esos préstamos vienen con asignaciones para obras o acciones específicas, no para pagar deudas ni para comprar pesos.
Como aparentemente no alcanzó con ese paquete, Bessent agregó en nuevos capítulos la promesa de que un grupo de bancos privados prestaría otros 20,000 millones de dólares. ¿Con qué fin? ¿A qué tasa? ¿En qué condiciones? ¿Y con qué autorización tomaría ese crédito el estado argentino? El Presidente ha declarado burros a los que no entienden que si una deuda se usa para pagar otra deuda no se requiere aprobación del Congreso. Raro. Tal vez le otorguen el premio Nobel de Economía como sueña, pero no el de Derecho Constitucional si existiese. Además de su inciso 4, donde habla de nuevas deudas, el artículo 75 inciso 7 de la Constitución determina que es cuerda del Congreso “arreglar el pago de la deuda interior y exterior de la Nación”.
Nuevamente, ¿en qué condiciones se recibiría esta andanada de ayudas prometidas? ¿Sin contrapartidas, a pura generosidad? Y ¿qué límites, qué plazos, que obligaciones? Acaso ya no sólo haría falta la autorización del Congreso para los aspectos económicos.
En su maletín de buhonero del lejano oeste, Bessent tiene además un supuesto tratado comercial entre Argentina y Estados Unidos. Que también requeriría una aprobación previo debate en el Congreso y en la sociedad, es de esperar. La aprobación del Legislativo requiere los dos tercios en ambas Cámaras. Y un par de preguntas: ¿otra vez, que se recibe y qué se cede? ¿Y qué tiene para decir sobre los acuerdos el Mercosur? Suena a improvisación.
No quieren competir
Debe recordarse que a Estados Unidos no le interesa para nada que su producción ganadera y agrícola sufra la competencia argentina. No debe olvidarse que Bessent instó por un posteo de X a dejar sin efecto la eliminación de las retenciones, porque eso implicaba un aumento de la oferta de soja y cereales y una eventual baja de precios, repugnante para Trump y su proteccionismo.
Tampoco hay que dejar de sopesar que ayudar a empujar para abajo el valor del dólar localmente es un modo de desalentar el aumento de la oferta argentina de bienes, con igual efecto.
Rápidamente se descalifica cualquier apreciación en este sentido recordando las bases chinas en el sur del país que Cristina Kirchner les habría concedido. (Algo que el Gobierno tampoco se ha ocupado de analizar ni de denunciar, que se sepa) Se debería tener en claro de qué se trata para tomar una política adecuada, no llegar a acuerdos verbales de apuro, ni mezclados con las urgencias o limosnas monetarias.
También se debe tener en cuenta que China, aún con profundas diferencias filosóficas y políticas, es el principal socio comercial del país. Y que los futuros desarrollos en energía, minería y tierras raras son finalmente commodities que no requieren tratados específicos.
El comunicado del FMI de ayer, como es habitual, no dice nada. Salvo una solapada crítica a la gestión y a la gobernanza de LLA, es decir a la incapacidad de construir alianzas, en línea con la amenaza que Trump formuló contra los argentinos, o acaso contra Milei: “Si no ganan las elecciones no hay ayuda”.
Y finalmente, habría que observar con cuidado la emisión de pesos, para ver si se ha comenzado a cumplir la promesa de no imprimir más, otra declaración dudosa.
Al fin y al cabo, el concepto de la pulseada contra el mercado para imponer un tipo de cambio determinado a dedo, por Argentina, por Estados Unidos, por el FMI o por quien fuera, no ha cambiado. Cuando Bessent dice “estamos comprando pesos”, lo que en realidad está haciendo es vender dólares. Que es lo mismo que hace el Banco Central que Milei quería quemar antes de quedarse sin fósforos.