Beiró y la casona de Devoto

Ha vuelto a tomar estado público la cuestión en torno a la casa de Francisco Beiró ubicada en la calle José Luis Cantilo 4500 en el barrio de Villa Devoto. Conviene sin embargo detenernos en el personaje que la mando construir y la habitó por muchos años.

Francisco Beiró nació el 19 de septiembre de 1876 en Rosario del Tala, provincia de Entre Ríos. Estudió en el mítico Colegio de Concepción del Uruguay y posteriormente se graduó como abogado en la Universidad de Buenos Aires.

Desde muy joven tuvo activa participación política afiliándose a la Unión Cívica Radical, destacándose en todas las funciones y representaciones que desempeñó.

En 1918 fue electo como Diputado Nacional por la Capital Federal cargo que ejerció hasta su renuncia el 8 de abril de 1922 para asumir como ministro del Interior durante los últimos meses de la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen.

Fue candidato a gobernador de su provincia natal y también presidente del Honorable Convención Nacional de la UCR que en 1928 lo designó como candidato a vicepresidente completando el binomio que encabezaba Hipólito Yrigoyen. La tradición oral partidaria le atribuye la inspiración de la boina blanca como distintivo.

El 1 de abril de 1928 por una abrumadora mayoría fue electo vicepresidente de la Nación en tanto el Dr. Hipólito Yrigoyen lo fue para desempeñar la primera magistratura de la Nación para el periodo constitucional comprendido entre el 12 de octubre de 1928 y el 12 de octubre de 1934

Sin embargo, la muerte le impidió a Beiró asumir el cargo ya que falleció inesperadamente a los 51 años de edad el 22 de julio de 1928 en la ciudad de Buenos Aires.

Sin ánimo de introducir aquí especulaciones de carácter ucrónico ni de intentar hacerle decir a la historia lo que no sucedió, la circunstancia de la elección de Beiró como compañero de fórmula por parte de Yrigoyen, un líder de carácter indiscutiblemente personalista, pero también consciente de sus años, además de convencido del carácter regeneracionista del gobierno que pretendía encabezar al ser reelecto, permite inferir que lo que quería era asegurar la continuidad del sentido de su misión. Beiró había dado pruebas categóricas y concretas de su solidaridad política con Yrigoyen. Había sido su ministro político en el tramo final de su primera presidencia asegurando la sucesión de Alvear (que internamente le había resultado compleja en las propia filas por parte de seguidores que creían tener mayores méritos que el elegido), había encabezado la fracción yrigoyenista que enfrentó a los radicales antipersonalistas entrerrianos, a sabiendas de que era un destino de fracaso conocedor como era de su provincia natal; había presidido los órganos de conducción partidaria como el Comité Nacional y la Convención Nacional con probada lealtad. Todo hace pensar que Yrigoyen ya anciano pensó su propia continuidad en la permanencia de Beiró al frente del Ejecutivo ante cualquier contingencia. La diosa Fortuna dio por tierra con cualquier deseo o proyecto en ese sentido, ya que Beiró falleció intempestivamente poco después de ser electo vicepresidente de Yrigoyen. La abrumadora mayoría popular (algo más del 60 %) había derivado a diferencia de la elección de 1916 en una categórica mayoría absoluta de los colegios electorales, auténticos encargados de elegir al presidente y vicepresidente de acuerdo con el sistema de elección indirecta previsto entonces por la Constitución Nacional. No fue fácil saldar la cuestión de la vacancia del segundo término del binomio. Finalmente se optó por una interpretación amplia: convocar nuevamente a las juntas o colegios de electores que ya estaban elegidos, a cumplir nuevamente el rito de elección para cubrir esa magistratura vacante. Fue atacada de inconstitucional por cierta prensa y opositores arguyendo que la misión de los electores se agotaba en el acto en que habían procedido a elegir al presidente y Vice y no podían volver a convocarse ya que habían fenecido sus mandatos. Sin embargo, se impuso ese criterio considerando que la voluntad popular (fuente de legitimidad) ya había sido expresada y atribuidas las representaciones que investían a esos mismos electores para volver a cumplir su cometido; lo cierto es que el vacío constitucional ante esa encrucijada permitía resolverla por vía de interpretación como efectivamente se hizo. Así fue cubierta la vicepresidencia con quien hasta entonces era gobernador de la provincia de Córdoba, Enrique Martínez, pero ya es otra historia.

Francisco Beiró quedó en la memoria de los ciudadanos como el vicepresidente que no fue, casi 20 años más joven que su compañero de fórmula y jefe político, podría haber heredado su liderazgo si lo hubiera sobrevivido, lo que no ocurrió. La familia Beiró siguió vinculada fuertemente a la vida política argentina y del radicalismo en particular. Sus hijos Ángel Francisco y Marcelo fueron destacados y activos dirigentes de la UCR, llegando a ser el primero de ellos diputado nacional de señalada actuación.

Resultaría pues absolutamente deseable que se impusiera un criterio preservacionista en torno a la casona que no solamente contemple lo relativo al valor patrimonial de la misma y su significación para la vida barrial sino también desde el punto de vista del sentido político que registra para la memoria colectiva de la sociedad.