Barry Edward O'Meara: el médico y amigo de Napoleón

El mundo da vueltas y nunca se sabe cuándo la vida puede cruzarte con tu enemigo. Este fue el caso del doctor Barry Edward O'Meara, un médico irlandés que había servicio en el ejército y la marina británica, y el ex emperador de Francia, Napoleón Bonaparte, a quien conoció en su peor momento. Sin embargo, entre ambos surgió un vínculo que fue más allá de lo profesional y podría llamarse amistad
 
Obviamente, todos conocemos la historia (o al menos los momentos más gloriosos) del corso, pero la inmensa mayoría de quienes leen este artículo desconocen la existencia de O'Meara: un médico irlandés de familia pudiente que cursó estudios en el Trinity College de Dublín y se formó en The Royal College of Surgeons.
Ser  cirujano antes de la era de la anestesia (que apareció en la segunda mitad del siglo XIX) debía estar entre las actividades menos gratificantes que puedan imaginarse. Había que lidiar con el dolor, tratar de ser lo más rápido posible en la intervención, y solo un porcentaje escaso (¿menos del 50%?) sobrevivía para agradecer sus servicios… o maldecir su existencia. 
En 1804, O'Meara fue aceptado como cirujano del 62° Regimiento de Infantería.
Durante el primer año de servicio, como el regimiento permaneció en Inglaterra, realizó una pasantía en St. Bartholomew's Hospital de Londres. Al año siguiente, el regimiento fue destinado a Alejandría, Egipto, ciudad sitiada por los franceses.
Cuando el regimiento llegó a Sicilia, se requirieron los servicios del Dr. O'Meara  para asistir a las tropas británicas acantonadas en el castillo de Scilla, Calabria. La brigada al mando del coronel Oswald había tomado el castillo de mano de los franceses, trepando por un estrecho camino que se elevaba a 50 metros sobre el mar.
Los franceses trataron por todos los medios de recuperar al baluarte. Fue en este momento que el coronel Oswaldo pidió los servicios de O'Meara. Este ascendió hasta el castillo para descubrir que la mayoría de los defensores estaban heridos, muchos de muerte.
Sabía que todo esfuerzo estaba destinado al fracaso, pero aun así logró rescatar a 49 soldados que sobrevivieron gracias al celo profesional del cirujano. Sin hombres y con los cañones inutilizados, los británicos se retiraron, dejando la fortaleza en manos de los soldados de Napoleón.
Tras este episodio, O'Meara fue destinado a Messina. Allí fue convocado por un amigo como padrino en un duelo. Como los lances de honor estaban estrictamente prohibidos en el ejército británico (no así en el francés o el ruso), al enterarse las autoridades, O'Meara y su amigo fueron sometidos a una corte marcial y dados de baja del ejército.
Pero la sanción no desalentó al joven Barry.  Cirujanos era lo que se necesitaba en esa guerra, y fue aceptado como tal en la Marina Real. Así fue como el destino de O'Meara se cruzó con el de Napoleón.
Después de servir en el HMS Victoriuos, fue asignado al HMS Bellerosphon, donde se desempeñó como cirujano mayor. El nombre de la nave evocaba a un héroe mitológico griego cuyas mayores hazañas fueron domar a Pegaso – el caballo alado– y matar a la Quimera, un monstruo con cabeza de león y cuerpo de dragón.
Quizás haya sido una feliz coincidencia literaria, pero este navío de 74 cañones, que había peleado en Trafalgar, estaba atracado en La Rochelle en julio de 1815, cuando Napoleón (¿la Quimera?) –después de su derrota en Waterloo– decidió rendirse a los británicos, poniendo fin a 22 años de guerra. 
Antes de ser aprehendido por los Borbones o los austriacos, que sin duda lo habrían ejecutado , Napoleón prefirió entregarse a los ingleses, esperando convencerlos de que lo dejaran exiliarse en  los Estados Unidos, donde prometía alejarse de su actividad bélica (o al menos eso decía) y pensaba dedicarse a la ciencia.
Napoleón se rindió al contralmirante Frederick Maitland, pariente de Sir Thomas Maitland, a quien Rodolfo Terragno atribuye haber creado un plan para conquistar las colonias españolas  que habría inspirado la campaña trasandina de San Martín.
Volviendo a Napoleón, este pasó varios días en la nave mientras se debatía su destino. Allí conoció al Dr. O'Meara, quien no solo hablaba francés sino también italiano. Cuando se enteró que el gobierno inglés planeaba enviarlo a la isla de Santa Helena, en el medio del Atlántico, Napoleón le pidió a O'Meara que fuera su médico personal.
El doctor accedió al pedido del emperador y se lo comunicó al Almirantazgo, aclarando que solo honraría su juramento hipocrático y que de ninguna forma actuaría como espía de su paciente.
¿Qué magnetismo tenía Napoleón para que los hombres –desde lanceros polacos a campesino vascos– dieran la vida por él? ¿Cómo convenció a este joven médico irlandés de acompañarlo hasta el fin del mundo?
A lo largo de los 70 días de navegación, el francés y el irlandés se hicieron amigos. En Santa Helena, O'Meara pasó a habitar con los otros 42 franceses que acompañaban a Napoleón la casa asignada, Longwood House, en el extremo sudeste de la isla, un lugar inhóspito azotado por el viento, neblina y bajo lluvias tropicales.
Mientras los miembros de la comitiva languidecían sin aprovechar el tiempo del que disponían, Napoleón se mantuvo activo con su mente ocupada, atento a las noticias que llegaban de Europa y podían cambiar su destino. Sabía que su hermano José, desde su dorado exilio en Estados Unidos,  buscaba la mejor forma de sacar a Napoleón de su prisión oceánica.
Había muchos excombatientes en el mundo dispuestos a dar su vida por Napoleón. En Estados Unidos, en Texas, Florida, Galveston, Chile y Buenos Aires esperaban las circunstancias precisas para el nuevo retorno triunfal del general que, esta vez, habría de durar más de cien días.
Mientras tanto, O'Meara y Napoleón estrecharon su vínculo. Pasaban horas charlando de los temas más variados, hasta que una tarde Bonaparte le propuso que anotara en un diario todo lo que hablaban. 
“¿Y por qué haría eso?”, preguntó O'Meara. 
“Porque cuando se vaya de aquí hará una fortuna”, le contesto el Emperador.
Esa misma noche, el doctor tomó papel y pluma y plasmó estas charlas. Llegó a escribir más 1.800 páginas.
El arribo de Sir Hudson Lowe como gobernador de la isla, tensó las ya tensas relaciones entre Napoleón y sus captores. Solo pudieron entrevistarse 5 veces con Lowe porque el desgrado era mutuo. Nunca más volvieron a hablarse y si lo hacían era a través de O'Meara, quien tampoco estaba de acuerdo con el trato que le dispensaban a su ilustre paciente.
Cada día que pasaba, la parcialidad del doctor disgustaba más a Lowe, a punto de pedir que fuera expulsado de la isla. Inicialmente, Napoleón se negó a que lo privaran de la compañía del doctor. Por su condición de súbdito de la corona, tenía libertad para moverse por la isla, conocer los rumores que se corrían y muy probablemente haya servido para enviar correspondencia secreta de Napoleón a sus seguidores.
Se sabe que O'Meara mantuvo correspondencia con su amigo John Finlaison, quien probablemente entregara estas notas al Almirantazgo.
Desde el punto de vista médico, O'Meara trató a Napoleón de insomnio, edema en las piernas y dolores abdominales (¿por una ulcera gástrica, tumor de estómago o envenenamiento?). Fue el único médico que operó al emperador: le extrajo una muela del  juicio que el cirujano conservó como un trofeo sin imaginarse el uso que le daría.
Finalmente, la relación con Lowe se hizo insostenible y en julio de 1818 O'Meara volvió a Inglaterra. Napoleón, en signo de aprecio, le regaló una caja de rapé y 100.000 francos.
O'Meara fue reemplazado por otro médico irlandés, James Roche Verlina.
En octubre de ese año, el doctor le escribió una carta al Almirantazgo donde acusaba a Lowe de maltratar a Bonaparte. En esa nota decía claramente que, si Napoleón no era enviado a Inglaterra para ser tratado, era muy probable que muriese en la isla. Los almirantes se tomaron unos días y al final echaron a O'Meara de la Royal Navy. 
Esta actitud mereció un poema elogioso de Lord Byron quien distinguió a “este médico que al defender su causa perdió su trabajo pero ganó el aplauso del mundo”.
Sin trabajo O'Meara, un hombre ingenioso y de recursos, alquiló un local en Londres, donde expuso la muela de juicios de Napoleón e inició una exitosa práctica como odontólogo.
Con la muerte de su paciente y amigo, O'Meara publicó sus notas bajo el título de “Napoleón en el exilio”, editadas en dos volúmenes que tuvo cinco reimpresiones  en Inglaterra y fue traducido a varios idiomas.
Convertido en un adinerado profesional por haber seguido el consejo de Napoleón a quien alaba a lo largo de su obra, O'Meara se involucró en política, apoyó la causa de la reina Carolina durante su divorcio con el insoportable Jorge IV, y mantuvo una estrecha relación con el separatista irlandés Daniel O´Connel. También fue uno de los fundadores del Club de la Reforma.
Murió el 3 de junio de 1836, de erisipela.