Páginas de la historia

Bares inmortalizados por tangos

Algunos recuerdos pueden reemplazar parcialmente a las caricias. Quizá la distancia -como el olvido- suelen adornar el pasado. Posiblemente los recuerdos lejanos, se modifiquen con nuestros cambios físicos y espirituales.
Y este prólogo tiene relación con el ayer. Ese ayer, que inmortalizó e hizo tradicionales a algunos antiguos bares de esta capital. Y el intermediario de esa perdurabilidad ha sido el tango y especialmente sus letras.
Y hoy quise evocar a algunos de esos bares y también a esos tangos, cuyas letras han dejado grabadas para siempre, con letras de fuego eterno, a esos establecimientos. Y son muchos los lugares de Buenos Aires, que se han eternizado en los pentagramas y en sus letras, ya inmunes para siempre a las periódicas transformaciones de la ciudad.
Tal es el caso de los tangos ‘Sur’, ‘Café de los Angelitos’, ‘El Corazón al Sur’, ‘Café La Humedad’, entre otros, que retratan zonas de una geografía urbana, grata a los porteños.
“San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo…”, describe ‘Sur’, con música de Aníbal Troilo y letra de Homero Manzi, que “casi como una tarjeta de identificación” entona Edmundo Rivero en cada una de sus actuaciones. Me contaba el popular cantor que al interpretar el tema su imaginación transitaba por esa esquina legendaria embellecida por el poeta.
“Lo curioso -destacaba Rivero- es que cuando Manzi escribió el tema para que lo cantase, ignoraba que yo realmente nací en la estación de ferrocarril (cuyo jefe era mi padre), debajo del puente Alsina, precisamente en Pompeya… más allá, estaba la inundación”.

BARES ICÓNICOS
En cuanto a los bares, quiero comenzar evocando al café Canadian, “donde alguna vez se sentaron Leónidas Barletta, Castelnuovo, Olivari, los dos Tuñón y demás integrantes del grupo de Boedo”. Y recordar también al vecino Aviñón, con inquietudes literarias que compartía esa mesa.
El Canadian estaba ubicado a metros de la librería, cuyo propietario era precisamente Aviñón, durante siete años. “A esa librería, concurrían, los hombres del grupo Boedo además de muchos amigos, pero muy pocos clientes, ya que el local estaba prácticamente escondido y no era fácil ubicarlo”.
Dice el tango ‘El corazón al Sur’, de Eladia Blázquez: “Mi barrio fue una planta de jazmín. La sombra de mi vieja en el jardín, la dulce fiesta de las cosas mas sencillas, y la paz, en la gramilla, de cara al sol…”.
Decía la autora a un periodista: “Evoco allí mi modesta casa paterna de la calle Florencio Varela 2117, en Gerli, a manera de referencia para hablar de Avellaneda, partido al que pertenecía esta localidad. Ese era el barrio donde viví 38 años, la mayor parte de mi vida”, explicaba la autora.
Con tono nostálgico decía: “Cuando compongo en mi piano, ese tema puedo ver, a través de la cortina del ventanal que daba al jardín, a mi madre cortando hojitas secas, de un rosal que todavía perdura”.
Y puntualiza la letra de la composición de José Razzano y Cátulo Castillo: “Café de los Angelitos, bar de Gabino y Cazón… Yo te alegré con mis gritos, en los tiempos de Carlitos, por Rivadavia y Rincón”.
Testimonio de sus mejores tiempos son, además de las fotos de Gardel y de otros ídolos de la canción, los dos querubines dorados, que sostienen el nombre del bar grabado en una cinta blanca, sobre el celeste de la pared de la esquina.
Y recordemos al café La Humedad otro bar tradicional en Gaona y Boyacá, donde actualmente hay una pizzería, estuvo hasta hace veinte años, el boliche que inspiró un conocido tango compuesto por Cacho Castaña y que este denomino precisamente: ‘Café La Humedad’.
Quien no tiene presente “billar y reunión, sábado con trampa, ¡que linda función!…”. Recuerda el compositor que “se trataba de un café sin nombre, con cortinas amarillentas, donde pasó su adolescencia, la parte más linda de su vida”, acotaba. Él vivía en Flores, a pocas cuadras de allí.
En tren de evocar lugares es imposible omitir el tango “A media luz”. No dudo que lo recuerdan señores hoy: “Corrientes tres, cuatro, ocho, segundo piso ascensor…”, la música era de Edgardo Donato y la letra de Juan Carlos Lenci. Y ya el aforismo final para esos establecimientos que sin buscarlo cumplieron un rol tan humano: “La nostalgia de lo perdido lo idealiza”.