TEATRO: 'La tempestad de Lear'

Aspera crítica al poder absoluto


‘La tempestad de Lear’. Versión libre de ‘El Rey Lear’, de William Shakespeare. Dramaturgia: Christian Forteza, Daniela Rizzo. Dirección y puesta en escena: C. Forteza. Música original: Carlos Damiano. Diseño de vestuario: Shirley Bentancor. Diseño de iluminación: Horacio Novelle. Con: Daniela Rizzo. En el Centro Cultural de la Cooperación.


 

“Esta fiera tormenta nos cala hasta los huesos. ¡Venga la lluvia, que puedo soportarla!”, huye el viejo Lear de la ingratitud filial profiriendo estas palabras, a través de una furiosa tempestad, por la intempestiva naturaleza junto al loco bufón. Ha recibido exageradas lisonjas de sus dos hijas mayores sobre el amor que le profesan, pero sólo obtiene (tan sólo) la mesura y el amor por deber familiar de la menor, la célebre Cordelia, aunque termine siendo la más razonable, pues las hijas mayores rechazarán alojar al viejo padre luego de su decisión de dividir el reino y entregarlo a sus hijas. Este contrapunto entre hermanas lleva al monarca a privar a la discreta princesa de la herencia, de su amor y del país. Por eso sale sin dote desposada por el Rey de Francia.

El bufón, que profiere la verdad del parresiastés, es decir, del que se expone al peligro de decirla, de dejar al rey desnudo, lo enfrenta con la crueldad del deseo de ser halagado: “¿Crees que el deber tendrá miedo de hablar cuando el poder se inclina a la adulación?” También el modelo del amor familiar contrapuesto entre las dos hermanas mayores y la menor, así como el arte de gobernar condensan otras tensiones; la primera, entre filosofía y política, una relación de vieja data en el drama occidental, y más particularmente, en la tragedia como género. Pensemos en el Creón de Sófocles, que confronta su decisión sobre Polinices con Antígona, y que promueve un choque entre las obligaciones cívicas y las de los dioses al negarse a darle sepultura al “traidor”. Montado en la hibris clásica, desatiende los consejos de sus allegados sobre la imprudencia de querer actuar guiado sólo por sus convicciones, necedad que pagará cara con el suicidio de su hijo, una determinación que lo hará tomar conciencia del error fatal en el que ha incurrido, aunque tarde.

También Lear soporta la tempestad de la naturaleza como una exteriorización de la revuelta interna que le carcome la conciencia al asumir riesgos que desordenan la política. Efectivamente, divide la tierra conspirando contra la función principal del monarca, que es la unidad del reino. Si, por un lado, la virtud y el temple ante los embates de la Fortuna se asocian a los consejos del paradigma del buen gobierno que moldeó Maquiavello, por el otro, este modelo pugna con la idea de prudencia de Aristóteles y Santo Tomás, pero además de Erasmo de Roterdam, Vives y Suárez, que aconsejan sobre el bien común a través de la mesura, otra cualidad de la polis que el teatro griego también expuso como principio de educación cívica.

FRENTE AL ESPEJO

Como en otros Shakespeares que en este verano que termina propone la escena teatral porteña, Lear recibe el espejo de su propia tiranía, que le muestra su imagen para que la tragedia lo avergüence y se persuada de gobernar bien. Tratándose, además, de una historia que llega del siglo XII y que se estrena en pleno proceso de absolutización de la monarquía (la obra es de 1605, reinado de Jacobo I), discurre sobre un rey que divide el territorio, una crítica al poder absoluto de unificación, pero (se ha dicho) también una alusión indirecta al período isabelino y a su contraste con la actuación despótica o irracional de otros monarcas.

Se recordará que el juicio lo restituye el bufón, de manera irónica, satírica y graciosa, como un eco de la filosofía cartesiana con su énfasis en la verdad empírica y también en el deber délfico (otra vez Grecia) de conocerse a sí mismo, camino de búsqueda que aquí asume la forma de la salida o el viaje que emprenden el rey y Cordelia.

Como no se regresa del mismo modo que se ha partido, hay una reconsideración de lo filial y político, de los paradigmas que problematizan lo humano, lo real y lo aparente, la teatralización de la vida (también en este Shakespeare, como en otros, hay ficción dentro de la ficción, disfraces).

QUIEN SOY

‘La tempestad de Lear’ es, asimismo, la escisión de la conciencia moderna, que ya no se restituye amparada en el viejo mito pastoral de una vida alejada de las ocupaciones urbanas y en la que la comunidad se religa, es decir, se mancomuna a través de lazos con una instancia que los trasciende y los reunifica. Pero es también un abandono de la concepción medieval de la teoría de los dos reyes: el cuerpo natural del soberano (el de la edad, la enfermedad y la muerte) y el jurídico, es decir, el político o inmortal, que se transmite por sucesión, con la cual el rey sigue estando políticamente vivo pese a su muerte.

Por eso la versión de Christian Forteza y Daniela Rizzo, en realidad, sigue particularmente la línea de Lear y Cornelia, y sobre todo, la relación del monarca con el bufón. Y decide contarnos la historia de esos vínculos a través de un ejercicio soberbio de potencia actoral, que puede desplegarse en varios aspectos.

En principio, hay que destacar las prendas que viste ese cuerpo que actúa. Se trata de un verdadero lenguaje de signos. Comencemos por la paleta de colores (ocres, verdes musgo, borravinos), una reminiscencia clara de naturaleza otoñal; efectivamente, estamos ante el otoño de un monarca. Pero además, junto al gesto que Daniela Rizzo le pone a cada personaje (gesto facial, corporal y vocálico), logrando una identidad muy clara y eficaz para cada uno, hay una prenda que construye la composición del rol: el gorro del bufón, la capa del rey, el manto de Cordelia.

Así, en una escenificación del arrobo que nos produce oír una historia, también hay un narrador que repone las elipsis que este Lear decide omitir para contar, y con eso restituye, en realidad, la naturaleza narrativa de esta historia que fue, en principio, un cuento: el cuento de un rey que decide repartir sus bienes entre las hijas.

INTERFERENCIAS

En una puesta muy sobria, sólo hay cuerpo y espacio escénico vacío, algunas luces dirigidas y otras que crean un particular clima en el juego con una humareda algo tosca cuando Lear vive la conmoción interna bajo la tormenta. Con todo, la habilidad actoral de Rizzo y la imagen que ofrece logran que accedemos como espectadores a un mundo de contradicciones, interrumpido en dos ocasiones, por lo menos, por malditos celulares, quitándonos a la actriz y al público de una comunión paciente, progresiva y artesanalmente lograda.

Calificación: Muy buena