Claves de la sociedad

Arraigo e inmigración

En las notas anteriores (29/11/22 y 11/12/22), me ocupé, en el marco de la necesidad de una política poblacional con criterio federal que fomente la natalidad en la Argentina, del tema del arraigo.­

En este sentido apunté, siguiendo al Dr. Juan Bautista Fos Medina en "Hacia una teoría del arraigo de base constitucional", que echar raíces, o sea, el arraigo, debería considerarse un valor implícito presente en la Constitución Nacional Argentina. La población arraigada constituye el primer requisito para la integridad territorial de la Argentina, nuestra Patria.­

Resulta obvio -pero, igualmente, conviene señalarlo-, que echar raíces supone permanecer en un lugar -todavía mejor, en un territorio- para, no solamente vivir en él sino para habitarlo y, a su vez, hacerlo, no meramente en una vivienda, sino formando un hogar. Habitar un territorio para formar un hogar es lo que responde a la naturaleza de las cosas que, en este caso, tiene que ver con la vida social del hombre, en particular, con la familiar.­

Por el contrario, también resulta obvio que ser "nómade" tiene, como una de sus consecuencias más graves, vivir -¿o meramente existir como mero hecho factual?- desarraigado.­

Dicho lo anterior, y sabiendo que se trata de un tema complejo que exige una explicación multicausal, conviene ocuparse, aunque no sea más que brevemente, de la inmigración. Se trata de un asunto que, por diversos motivos, se ha puesto de moda.­

Una primera observación es que, a veces, circula una idea de que, al inmigrar, uno no pagaría "costos". En realidad, al hacerlo el primer "costo" que se paga es el del desarraigo. ¿Podría no costar irse de la tierra de nuestros padres, es decir, de nuestra Patria?­

En segundo lugar, como comenta Alejandro Macarrón, coordinador del Observatorio Demográfico del CEU (España), en una entrevista que le hace Guillermo Altarriba Vilanova en `El Debate' (18/12/2022), es cierto que "ser xenófobo es inmoral, pero es un estupidez pensar que no hay peligro si los inmigrantes no se integran bien. Los choques de culturas existen desde que el mundo es mundo".­

En tercer lugar, ante la puntualización de Altarriba Vilanova de que "se piensa que la inmigración rejuvenecerá la pirámide de población y aumentará las tasas de natalidad" -en España, el envejecimiento poblacional es un asunto literalmente trágico-, Macarrón observa, luego de hablar del decrecimiento poblacional español en los próximos 50 años, que "empezamos mal si pensamos que, ya que nosotros renunciamos a tener hijos, que vengan otros y los tengan por nosotros. No parece un principio muy sólido para ningún tipo de problema". Agrega que es "como máximo, una solución parcial, o incompleta".­

Los hombres contamos con una naturaleza determinada y este "principio de operaciones" que forja culturas concretas exige el bien del arraigo para formar y consolidar un hogar en un territorio vinculado a la historia y la tradición, es decir, la Patria. Una Patria que reclama ser poblada. Con la buena voluntad, en simultáneo, de recibir a "todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino (Constitución Nacional, Preámbulo).­

Concluyo con dos consideraciones que, nuevamente, tomo en préstamo. Macarrón afirma que lo que le preocupa "no es que haya muchos perros, sino pocos niños. Es muy preocupante, porque los niños son el futuro, la alegría y la vida presente. Una sociedad sin niños no puede perdurar, y ha habido una desvalorización espantosa y suicida de las ganas de tener niños en nuestra sociedad. Y digo suicida porque nos lleva a la desaparición de la sociedad". En el caso de España "en 2021 nacieron la mitad de niños que en 1976, cuando comenzó la Transición. Y, si nos fijamos solo en las madres españolas -esto es, sin tener en cuenta la inmigración-, el descenso es del 64 %: una caída brutal en poco tiempo. Hoy las españolas tienen aproximadamente 1,2 hijos por mujer -haría falta una tasa de 2,1 para alcanzar el llamado reemplazo poblacional-, lo que significa que cada nueva generación es un 45 % menos numerosa que la anterior. Y así la población va disminuyendo". Enrique García-Máiquez, en "Paternidad responsable" (La Gaceta, 07/12/22) y refiriéndose también al caso de España, luego de recordar que las medidas para fomentar la natalidad brillan por su ausencia, incluidas las económicas, que no "llegan con el ímpetu que exige un problema de tal magnitud y proyección futura" dado que "a los políticos les cuesta soltar presupuesto, salvo si ellos controlan el gasto" y que la familia "siempre es una célula rebelde, imprevisible y, en el fondo, soberana", agrega que "hay otra razón más taimada: no ayudan económicamente porque después vendría la filosofía, esto es, descubrir que la economía no lo es todo y que hay unas coordenadas ideológicas y morales que no ayudan nada a tener hijos. Y éstas no están por la labor de cambiarlas porque son suyas, y supondría reconocer el fracaso del sistema"

Un ejemplo argentino basta de muestra. El 30 de diciembre de 2020, en simultáneo a la legalización del aborto, se sancionó la ley de los 1000 días para el cuidado integral de madres y niños. ¿Existe, acaso, mayor contradicción? Por las dudas, aclaro: la ley justa es la de los 1000 días. La nota que desentona es la de la legalización del aborto.­