por Miguel Angel Troitiño
Siendo objetivos, estamos frente a un Gobierno que, pese a sus errores, ha logrado frenar la inflación y el gasto público, alcanzando un histórico equilibrio fiscal que necesitamos cuidar celosamente, más cuando el sistema se muestra con una fragilidad que lo hace tambalear ante la mínima especulación.
Es un buen comienzo para un país que ha acumulado a agosto del 2025 una deuda pública bruta aproximada de U$S 454.230 millones, acostumbrado por décadas a gastar más que lo que produce, perdiendo el financiamiento y la credibilidad del mundo. Hoy, más que nunca, Argentina necesita crear y desarrollar una matriz productiva capaz de cambiar la lógica perversa e irresponsable de la administración de los recursos del Estado.
No es fácil la tarea, cuando implica enfrentar instituciones públicas y privadas sumergidas en un sistema burocrático, ineficiente y hasta corrupto, que se resiste a salir de su “zona de confort”.
Es la dirigencia del país, en las figuras del Presidente de la Nación, de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, los gobiernos provinciales, a los cuales deberían sumarse las instituciones del conocimiento y del poder económico y social, la responsable de hacer realidad el cambio.
Enfrentar el desafío requiere optimizar, entre otros, los siguientes aspectos:
1 - Un análisis de la situación, que permita minimizar errores en la toma de decisión y potenciar oportunidades.
El marco externo encuentra un mundo competitivo, en pleno conflicto por el poder, cuya disputa se dirime a través de guerras militares, económicas y culturales, y que encuentra dos bloques: el democrático vs el autocrático/dictatorial (si lo identificamos por sus sistemas de gobierno), liderados por los Estados Unidos de Norteamérica, y que prevalece en Occidente, y China, aliada a Rusia, respectivamente.
Los conflictos se centran en el Hemisferio Norte mientras, en el Hemisferio Sur, las crisis internacionales se mantienen lejanas, mostrándose como una zona de paz.
Argentina mantiene un conflicto latente y sin indicios de escalada, con el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte -RUGB- por la soberanía usurpada en islas y espacios marítimos correspondientes del Atlántico Sur. Lo cierto es que, mientras nuestro país denuncia el enclave colonial británico de manera permanente ante los organismos internacionales, el RUGB evade la negociación y desarrolla actividades en la zona, fortaleciendo su posición. Ellos saben lo que quieren. ¿Y nosotros?
Para Argentina, excepto el mencionado, no existen otros conflictos internacionales que signifiquen una preocupación que pueda distraer su atención.
Mientras tanto, por un lado, en abril pasado, China acordó con nosotros la extensión por un año más del denominado “swap” por U$S 5.000 millones y, por otro lado, en estos días, los EEUU respondieron a nuestro pedido de apoyo, anunciando avales extraordinarios para reforzar nuestra frágil economía.
Las potencias más importantes del mundo, enfrentadas en una puja por el poder mundial, coinciden en apoyar y mantener muy buenas relaciones con nuestro país, contribuyendo ambas a preservar la paz en esta región, evitando que la convulsión en otras latitudes nos alcance.
En el marco interno, los hechos políticos, propios de una época de elecciones, exponen un país en ebullición, que vive el día a día, habituado a noticias que nos muestran una y otra vez apagando incendios autoinfligidos.
Tal vez seamos indescifrables para un mundo que, ciertamente, la tiene muy difícil, jugándose muchos de sus actores la existencia misma.
Está claro que, en definitiva, los problemas de otros no nos afectan sustancialmente, y sí los propios. Lamentablemente mostramos una alarmante incapacidad para entender la oportunidad que nos genera esa distracción y conflictividad del mundo.
Esa oportunidad, manifiesta en el interés y la actitud hacia nuestro país de las grandes potencias, también se vislumbra a partir de las necesidades energéticas, alimenticias, tecnológicas, industriales, sociales, de paz, de todo un planeta en crisis. Estamos ante una oportunidad que se nota demasiado.
2 - La Conducción de la Argentina, en su forma representativa, republicana y federal, debe madurar y asumir la responsabilidad que tiene entre manos.
Ni las “fuerzas del cielo”, ni los “chicos de Cristina”, ni la “marcha peronista”, ni la democracia por sí misma, ni el “pueblo obrero”, nos van a salvar porque, sencillamente, estamos frente a un problema de Estado, cuya solución requiere de liderazgo político: Ordenar y llevar a la República Argentina a ser una gran Nación.
El pueblo es noble y paciente, inclusive a pesar de no llegarle correctamente el mensaje de sus líderes, responsables de conducirlos. Luego, le exigimos a ese pueblo que, en su máxima expresión soberana, vote bien.
La conducción de Argentina debe hacer política, pero “POLÍTICA con mayúsculas”, la que exige ciudadanos comprometidos con el país, su presente y su futuro. Se requiere de un liderazgo con visión estratégica, que ayude a orientar el esfuerzo organizado hacia metas creíbles y, con necesario pragmatismo, incluir voluntades con propósitos similares, tolerando disensos.
3. - La comunicación debe ser una herramienta eficaz para explicar al pueblo lo que se está haciendo y para qué se está haciendo.
Al ciudadano, con sus problemas cotidianos, no le interesa saber quién es peor, pero sí confirmar quién es el mejor, a partir de ideas creíbles. No le interesa ver al campeón chicanero, al más hábil en desacreditar al otro.
Una comunicación sin soberbia debe transmitir seguridad, confianza y comprensión a aquellos que tienen esperanza en un país mejor para sus hijos. Para aquellos que todos los días se esfuerzan decentemente para asegurar el pan en sus hogares.
Comunicar proyectos bien explicados, que abarquen todos los aspectos de la vida ciudadana: económicos, educativos, de trabajo, de justica, de salud, harán más interesante el mensaje.
Una comunicación virtuosa conecta, y si es coherente con los hechos y las acciones, une y potencia el esfuerzo para todo. Sí, también para ganar una elección.
4 - El desarrollo de un Plan Integral de Futuro es la respuesta a la oportunidad de construir un país mejor, en el que definamos el rol que Argentina adoptará para enfrentar el resto del siglo XXI. Ese rol nos debe conectar con el mundo, y debe ser útil al mismo, para que ese mundo nos reconozca e integre.
En particular, este aspecto requiere consenso y cumplimiento en el tiempo, condiciones esenciales para lograr los objetivos de largo plazo. No es otro que el Honorable Congreso de la Nación el que debe liderar su diseño y aprobación, siendo éste, junto con el Poder Judicial de la Nación, quienes aseguren su cumplimiento por parte del ejecutivo, evitando desvíos no deseados que pongan en riesgo o desvirtúen el rol definido.
En ello, las alianzas para lograr un bien superior que estimule el crecimiento genuino, requieren de personas con capacidad de negociación constructiva y de nivel. Los que quieren cambiar un sistema agotado deben unirse.
Un país rico no se mide por lo que potencialmente tiene, sino por 3 indicadores: su PBI per cápita, su Índice de Desarrollo Humano (que considera la calidad de vida, la esperanza de vida, la salud y la educación) y la Riqueza Nacional Neta (valor de activos menos pasivos de un país, considerando su fortaleza económica a largo plazo), por lo que Argentina es un proyecto por desarrollar.
La situación geopolítica que describe al mundo actual, sumado a las condiciones macroeconómicas logradas por el gobierno nacional nos ponen frente a una gran oportunidad.
Esperemos que la dirigencia del país la sepa interpretar y obre en consecuencia para hacer realidad a la Argentina que soñamos tener.