¡Argentina campeona del mundo!

El baúl de los recuerdos. En 1978 la Selección saldó una deuda con su historia. Obtuvo el título al vencer a Holanda en la final de un torneo manchado por el uso político por parte de la dictadura militar.

La Copa del Mundo descansa en las manos del capitán Daniel Passarella. Una imagen inédita. Soñada. La deseada y postergada reivindicación de un fútbol orgulloso de una calidad sin correlato en los resultados. La Selección argentina consiguió en 1978 el título que persiguió desde siempre. Sin embargo, la consagración albiceleste quedó manchada eternamente. Tiempos de un país partido. De un lado, un equipo que anhelaba la gloria para darle una alegría al pueblo futbolero. Del otro, un gobierno dictatorial que aprovechó la pasión popular para ocultar el horror en el que sumía a toda una nación.

“Yo no hacía paredes ni con (Jorge Rafael) Videla, ni con (Emilio) Massera ni con ningún militar. Yo hacía paredes con (Mario) Kempes, con (Leopoldo) Luque, jugaba con (Daniel) Passarella y con grandes como (Ubaldo) Fillol. Para mí fue un orgullo haber estado en esa gran Selección. Muchas veces han querido empañar lo nuestro y embarrarlo con boludeces, pero nosotros sabemos el esfuerzo que hicimos. El pueblo sabe que nosotros jugamos al fútbol y que no hicimos política. No fuimos a matar gente o a chupar gente, ni estuvimos en una guerra de guerrillas. Después de las cosas que se vinieron en la Argentina, te soy sincero, y lo digo con una mano en el corazón, nos imaginábamos que había una guerra entre militares y subversivos, pero repito: nosotros jugábamos al fútbol. Y tratamos de hacer lo mejor para darle una alegría a ese pueblo porque no todos eran militares ni todos eran subversivos. Había un pueblo de clase media, pobre o rico, que quería ver a su equipo y por lo menos le dimos una alegría a esa gente”. En el libro Menotti, el último romántico (librofutbol.com, 2018), Ricardo Daniel Bertoni, uno de los integrantes del conjunto campeón del mundo, confesó la pesada carga que lleva ese grupo de jugadores.

La historia es cruel. La Selección que dirigía César Luis Menotti está condenada a justificarse una y otra vez. A disculparse por un crimen que no cometió. El Mundial ´78 representó la hora triunfal de un equipo artesanalmente construido para ganar. Pero, al mismo tiempo, fue el circo ideal montado por el gobierno de facto para brindar un espectáculo triste en un país devastado por la violencia.

La Junta Militar sacó un enorme provecho del certamen. Le sirvió para vender al exterior la imagen de un país en el que todos eran “derechos y humanos”. A los dictadores Videla, Massera y Orlando Agosti no les importaba el fútbol. Quizás ni siquiera les preocupaba el éxito. El torneo les permitió creer que podían engañar al mundo.

LOS DUELISTAS

El equipo del Flaco Menotti arribó al partido decisivo luego prevalecer sobre Brasil en su grupo de la segunda fase con una goleada por 6-0 frente a Perú. Ese resultado alimentó una polémica interminable. Se tejieron mil y una conjeturas. Hay una verdad para quienes creen que el partido se definió por la abrumadora superioridad de un equipo sobre otro. Y una distinta para los que ven en ese cotejo la prueba más descarada de la utilización del fútbol por parte del poder político de turno.

Lo cierto es que Argentina fue alimentando sus esperanzas con un rendimiento que, sin alcanzar un nivel supremo, creció paulatinamente. Tenía un arquero con apariencia de invencible como Ubaldo Matildo Fillol, un defensor soberbio como Passarella, un sacrificado mediocampista como Américo Gallego, un goleador oportuno como Leopoldo Jacinto Luque y una figura colosal que arrastraba rivales con una conjunción ideal de habilidad y potencia: Mario Alberto Kempes, el Matador.

Holanda fue el adversario de los dueños de casa. El conjunto orientado técnicamente por el austríaco Ernst Happel (había jugado para su país en Suiza ´54) no le hacía honor a la venerada Naranja Mecánica que había revolucionado el más popular de los deportes en 1974 a las órdenes de Rinus Michels. Y eso no sucedía solo por la ausencia del magnífico Johan Cruyff, quien decidió no viajar a la Argentina por un intento de secuestro sufrido por su familia.

El equipo subcampeón en 1974 conservaba cuatro años más tarde a pilares de esa gran campaña como el mediocampista Johan Neeskens, el polifuncional Arie Haan, el defensor Ruud Krol (ya no era marcador de punta, sino un notable líbero) y los delanteros Johnny Rep y Rob Rensenbrink. Seguía siendo un conjunto poderoso, pero no disponía del funcionamiento casi perfecto que asombró al planeta futbolístico.

LA FINAL

El 25 de junio de 1978 el estadio Monumental estaba colmado como nunca. Una fervorosa multitud en celeste y blanco se apiñaba en las tribunas con la ilusión de ver a la Selección conquistar el título.

El puntapié inicial se demoró por un reclamo de Passarella al árbitro italiano Sergio Gonella. El delantero holandés Rene van de Kerkhof (hermano mellizo del mediocampista Willy) tenía una venda rígida que el capitán albiceleste consideraba peligrosa. Fueron diez minutos de suspenso que sacaron de quicio a los europeos.

Tal vez por esa razón, las huestes de Happel empezaron a pegar desde el pitazo inicial. “Los holandeses comenzaron el juego con un malévolo foul y después cometieron 49 más a lo largo del partido”, comentó el famoso escritor y periodista inglés Brian Glanville.

El primer acto de violencia fue una falta de Jan Poortvliet sobre Bertoni. El partido fue durísimo. Ninguno de los protagonistas dejaba pasar la oportunidad de mostrar su bravura. Argentina se encontró, de pronto, con una fortuita casualidad: el discutido zaguero Luis Galván jugó el mejor partido de su vida justamente en el partido más importante de su vida.

Holanda apostaba todo a la velocidad y la potencia de Rep y Rensenbrink. A los de Menotti no les funcionaba Osvaldo Ardiles, un esforzado mediocampista que marcaba y colaboraba con la elaboración de juego.

En el momento más complicado, el elenco local se encomendó a las manos de Fillol. El Pato se lució ante un remate de sobrepique de Rep y una peligrosa arremetida de Rensenbrink. Y encontró la redención en Kempes, el goleador implacable del Mundial.

El Matador abrió la cuenta tirándose casi a los pies del arquero Jan Jongbloed para ponerle el broche de oro a una jugada iniciada por Ardiles y continuada por Luque.

La segunda etapa exhibió la ambición de Holanda en busca del empate y la seguridad defensiva argentina, personificada en Fillol, Galván, Passarella y el Conejo Alberto Tarantini. Los albicelestes apelaban al contraataque como arma para tener en vilo a sus oponentes. Esa estrategia contaba con excelentes intérpretes como Bertoni -potente y veloz-, Luque -valiente para pelear cuerpo a cuerpo con los defensores- y el incontenible Kempes.

Happel metió mano en el equipo y envió a la cancha al grandote Dick Nanninga en reemplazo de Rep. Se jugaba todo a la cabeza del delantero. Menotti relevó a Ardiles con un jugador de su entera confianza, Omar Larrosa, para tratar de aquietar el febril ritmo naranja.

Los minutos pasaban y Holanda no podía. Se encontró con un error de Tarantini, quien le cedió la pelota a Haan y no pudo alcanzar a Rene van de Kerkhof, que le ganó la espalda y envió el centro que Nanninga depositó en el fondo del arco de Fillol.

El sacudón y la frustración le cedieron paso a la angustia cuando, con 60 segundos por delante, Rensenbrink reventó la pelota en el poste derecho de la valla argentina.

Llegó el tiempo del alargue. Los europeos estaban extenuados. Habían corrido desesperadamente en procura de la igualdad. Y esa carrera los agotó. Argentina impuso su mejor técnica individual y un estado físico superior.

Esa media hora tuvo nombre y apellido: Mario Alberto Kempes. El cordobés terminó de erigirse en el héroe del conjunto local. El Matador se internó en el área, pasó entre Krol y Ernie Brandts y enfrentó a Jongbloed. La pelota rebotó en el cuerpo del arquero y se elevó. Parecía caer en cámara lenta. El cordobés, guapo y decidido, se anticipó al cierre de Poortvliet y Wim Suurbier y puso en ventaja a su equipo.

Holanda se desdibujaba cada vez más. Estaba sin fuerzas y sin determinación, como si el remate de Rensenbrink en el poste se hubiese producido con su último aliento.

Cerca del epílogo, otra vez Kempes entró en acción. Inició la jugada cerca de Fillol y corrió hacia adelante. El balón le llegó en la puerta del área. Se internó en ella y cuando estaba a punto de someter al arquero se enredó con Bertoni, quien terminó poniéndole la firma al tercer gol.

¡Argentina campeona del mundo! La fiesta inolvidable. La patética imagen de la Junta Militar celebrando. La hora triunfal de Menotti, el entrenador que le dio organización a un Seleccionado habitualmente caótico. La condena eterna para un equipo que tuvo la desgracia de conseguir el título en una época horrenda de la historia.

Kempes, el héroe albiceleste, intentó erradicar la polémica. En Menotti, el último romántico, trató de hacer a un lado las controversias y explicar las razones del éxito: “Ganamos por ganas, por hambre, por fortuna… Porque creo que Argentina había hecho un gran Mundial y se merecía estar ahí arriba. Igual, ya estábamos ahí arriba, pero pienso que salir segundo no hubiese sido lo mismo. Ese Mundial se ganó porque queríamos ganarlo y teníamos mucho interés en que Argentina fuera campeón y la gente estuviera contenta. ¡Vamos, que se ganó por huevos!”.

LA SÍNTESIS

Argentina 3 - Holanda 1

Argentina: Ubaldo Fillol; Jorge Olguín, Luis Galván, Daniel Passarella, Alberto Tarantini; Osvaldo Ardiles, Américo Gallego, Mario Kempes; Ricardo Daniel Bertoni, Leopoldo Luque, Oscar Ortiz. DT: César Luis Menotti.

Holanda: Jan Jongbloed; Ruud Krol; Wim Jansen, Ernie Brandts, Jan Poortvliet; Johan Neeskens, Arie Haan, Willy van de Kerkhof; Rene van de Kerkhof, Johnny Rep, Rob Rensenbrink. DT: Ernst Happel. 

Incidencias

Primer tiempo: 38m gol de Kempes (A). Segundo tiempo: 14m Dick Nanninga por Rep (H); 20m Omar Larrosa por Ardiles (A); 27m Wim Suurbier por Jansen (H); 29m René Houseman por Ortiz (A); 37m gol de Nanninga (H). Primer tiempo suplementario: 15m gol de Kempes (A). Segundo tiempo suplementario: 11m gol de Bertoni (A).

Estadio: Monumental (Buenos Aires). Árbitro: Sergio Gonella, de Italia. Fecha: 25 de junio de 1978.