POR BERNARDINO MONTEJANO
Días atrás, en la capilla del Santo Cristo, cuando fui para anotar una intención para la Misa, pronuncié una de las famosas frases de Perón: “Lo mejor que tenemos es el pueblo”. Como fray Pedro manifestó su disgusto, apliqué la frase a la Iglesia católica de nuestra patria en estos días: “Lo mejor que tenemos es el pueblo cristiano, después los curas como usted, que escuchaba mientras se revestía en silencio para celebrar la misa y lo peor nuestros obispos, para no enfocar más alto”, le dije al retirarme de la sacristía, ante la mirada resignada de la lectora de hoy, mi amiga Estela y un par de sacristanes.
Sería bueno que fray Pedro, en lugar de disgustarse, medite acerca del consejo de Tomás de Aquino al hermano Juan: “No mires quien lo dice, sino lo que dice y si es bueno, consérvalo en la memoria.”
Juan Domingo Perón no era ningún tonto, pero lo considero un gran egoísta. Abundan otras frases célebres, como “Dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”, aunque después fuera el primero en violarla. Cuando el obsoleto Consejo Deliberante de la Ciudad y Puerto de Santa María de Buenos, criticó una reunión suya con Pinochet, puso en su lugar a estos minúsculos legisladores de trocha angosta: “Como presidente de la República tengo que ocuparme de dos cosas: el orden y la seguridad interior y las relaciones exteriores; en tanto que ustedes tienen que ocuparse de tres: alumbrado, barrido y limpieza”.
Perón en el exilio trató de debilitar al gobierno militar, mientras un pigmeo, Lanusse, intentaba provocarlo diciendo que no venía, “porque no le daba el cuero”. El ratón intentaba desafiar al gato, quien desde el exilio utilizó a los montoneros, las fuerzas armadas peronistas y otros grupos marginales, para “hacer lío” y crear el caos. Pero cuando recuperó el poder después de advertirles: “muchachos, ustedes quieren destruir el Estado”, acabó expulsándolos de la Palza de Mayo, como a imberbes adolescentes y luego, después de los sucesos de Azul, ordenó exterminarlos.
POESIA Y CANTO
Pero enfocando lo más importante afirmo: hoy lo mejor que tenemos aquí es el pueblo cristiano, un pueblo de santos y pecadores, entre los cuales me incluyo.
Un pueblo que canta con la poesía “Las amo así”, a sus iglesias y catedrales nada modernistas:
“Amo esas iglesias
con perfume a incienso
con flores marchitas
Ante un Cristo muerto…
Amo esas iglesias
de santos ingenuos,
de angelotes rubios
con rizos y hoyuelos,
donde aún los bancos
de antiguos maderos
conservan las huellas
de nuestros abuelos
y una Virgen blanca
que mira hacia el cielo
nos abre los brazos
brindando consuelo.
Amo esas iglesias
que acolcha el silencio…
Y una lucecita
brillando a lo lejos
nos muestra el camino
del Santo Misterio.
Amo esas iglesias
En donde el respeto
dobla las rodillas
y te hinca en el suelo…
Amo esas iglesias
que nos traen recuerdos
de alegres bautizos
de triste entierros,
donde las paredes
que ha mordido el tiempo
entre sus columnas
conservan el eco
de marchas nupciales
Y del Tantum Ergo”
Esas son las iglesias que quiere nuestro pueblo, no solo en el interior, sino también en la Ciudad Apóstata Buenos Aires.
Ese pueblo que se nutrió de las enseñanzas del padre Meinvielle y del padre Castellani, de la poesía de fray Antonio Vallejo y del padre Alfredo Meyer, de la presencia del palotino Juan Santos Gaynor y de la fina ironía del P. Ganchegui, de la sabiduría de los frailes dominicos Mario Agustín Pinto y Alberto García Vieyra, el vozarrón del P. Antonio González y la conducción de Mons. Enrique Lavagnino, quien con la Cruzada Sacerdotal Argentina sepultó a la lista tercermundana, con quien tenía su corazón el cardenal Aramburu, en unas famosas elecciones.
Hoy los herederos clericales de todo este legado son relegados a lugares insólitos, como la casa donde funciona la Parroquia del Señor del Milagro, a cargo del P. Jorge Benson o residentes en la Casa del Clero como el P. Lastra, donde por la gestión del obispo villero Carrara no les dan más de comer para matarlos de hambre o el P. Ernesto E. Hermann obligado a un cauto retiro.
Mientras parroquias importantes como San Benito Abad, están regenteadas por un cura quien, con la voz de un serrucho desafinado y lleno de resentimiento entona “Pescador de hombres”, obra de un conocido pedófilo.
Mejor no hablar de los obispos, multiplicados en número, pero no en hombría. Una arquidiócesis que tuvo obispos como Copello o Caggiano, después de pasar por Bergoglio y Poli-grillo, hoy va “Cuesta Abajo en la rodada”, tango citado como consagrante principal para concluir la homilía de consagración de sus tres nuevos obispos auxiliares.
Sumados los eméritos hoy los obispos son muchos; pero solo fueron dos, Aguer y Baseotto quienes se opusieron a la increíble beatificación de Angelelli. Pero como si esto fuera poco, pronto asistiremos a la de Ponce de León; solo Dios puede impedirlo.
OVEJAS SIN PASTOR
Pero el pueblo cristiano resiste, reza, se casa por la Iglesia, bautiza a sus hijos, entierra cristianamente a sus muertos, hace grandes esfuerzos para que esos hijos asistan a escuelas y universidades católicas, aunque lo sean solo de nombre, colabora espontáneamente en la atención de los verdaderos pobres, participa en peregrinaciones, renueva el fervor de Ceferino Namuncurá, el cura Brochero, la Mama Antula y de nuestro primer santo, Héctor Valdivieso Sáez, quien se preparaba para volver a su patria, cuando fue asesinado durante la guerra civil española.
Lo mejor que tenemos es el pueblo fiel, que hoy deambula por ciudades, pueblos y campos, como ovejas sin pastor, pero tratando de conservar la fe, con la esperanza de vivir algún día tiempos mejores.
Que Dios y la Virgen nos ayuden.