Por primera vez, en la interminable ronda de elecciones provinciales apareció Javier Milei, que hasta el domingo pasado había sido un fiasco en las urnas. Su candidato en Chubut, César Treffinger, hizo que el escrutinio provisorio se convirtiera en una obra de misterio con final electrizante. Hasta bien entrada la noche del domingo no se supo quién era el ganador.
Finalmente, el opositor Ignacio Torres venció al peronismo por una escasísimo margen, lo que fue consecuencia en buena medida de la sobresaliente cosecha del tercer candidato: más del 10%. Esa cifra que podría parece modesta rompió sin embargo la polarización y redujo el universo de votos de donde podían nutrirse los dos candidatos mayoritarios.
La segunda causa de la paridad fue el ausentismo que también anduvo por el 10%. Lo que lleva a la pregunta de qué pasaría en la elección nacional si la tercera fuerza de Milei cosecha un 20% de los votos y el ausentismo se mantiene en sus niveles actuales. La respuesta más probable es que habrá que ir preparándose para otro escrutinio dramático.
Todo esto en una elección sin conflictos como fue la de Chubut; ni violencia, ni denuncias, ni irregularidades, robo de boletas o quema de urnas, acusaciones de fraude y otras patologías que aparecen en las elecciones más reñidas.
El corolario de lo ocurrido en Chubut es, entonces, que una elección en tercios es una moneda al aire y que el candidato libertario, más allá de sus excentricidades, tiene un rol evidente: ser funcional al peronismo que en caso de una elección polarizada se asomaría a un escenario de catástrofe.
Un segundo corolario es que el alto ausentismo deriva en una merma de votos al peronismo. En Chubut, en 2019, los dos candidatos peronistas superaron sumados el 75% y el radical Gustavo Menna, que ahora será vicegobernador de Torres, apenas obtuvo el 15%. La pésima gestión del gobernador Mariano Arcioni, explica la fantástica pérdida de apoyo, que sólo en parte fue a manos de Juntos por el Cambio. Una parte importante debe ser buscada entre quienes no fueron a votar o anularon el voto y que no quieren saber nada con los opositores.
En ese punto conviene aclarar los alcances de expresiones muy repetidas hoy en los medios como “falta de representatividad”, “crisis del sistema político” o de la democracia. Esos lugares comunes aparecen cada vez que el peronismo sufre un desastre electoral, pero cuando pierde cualquier otro partido se convierten en el más elemental y conocido “voto castigo”.
Lo cierto es que no hay crisis de representatividad, aunque sí fastidio con los políticos que no pueden mantener el populismo económico de los últimos 20 años, porque fundieron al Estado a fuerza de gasto descontrolado, agotamiento del crédito y envilecimiento de la moneda. El grueso del padrón parece no creer que los responsables de la actual debacle estén en condiciones de revertir ese proceso. Para ponerlo en pocas palabras: no creen el relato de Sergio Massa ni del peronismo y no encuentran quién les garantice la continuidad de los subsidios, planes, “jubilaciones” sin aportes, “empleos” estatales y otras formas de lubricar el voto. Por primera vez en dos décadas la realidad está golpeando la puerta de los votantes y no aparece ningún salvador a mano. Por lo menos uno mínimamente creíble.