Buena Data en La Prensa

Ante el odio, amor (también en la política)


Vivimos tiempos críticos: un mundo atestado por la guerra, el desorden y, lo que es peor, la distracción. Toda crisis puede ser de provecho para el hombre que, consciente de la imperfección de esta vida, vuelve la mirada a Dios. Pero la crisis moral que vivimos confunde a punto tal que al hombre se le dificulta ver el bien que trasciende al mal, o, más aún, que lo lleva a abrazar al mal como si fuera un bien.

CRISIS QUE LLEVA AL ODIO

La apostasía práctica está mostrando sus resultados cada vez con una mayor crudeza. Una sociedad atea es una sociedad sin moral y en la que, por lo tanto, desaparece la idea de prójimo. La muerte de Dios lleva a la muerte del hombre, porque los que odian a Dios no descansan hasta corromper su mejor creación.

Son numerosos los signos del alejamiento de Dios en la sociedad actual: una crisis moral marcada por el relativismo, donde se niegan verdades absolutas y se normalizan conductas pecaminosas; un avance del transhumanismo, que promueve la idea del hombre como su propio dios; la imposición de la ideología de género, que niega la naturaleza humana y desestructura la familia; y un proceso acelerado de apostasía y secularización, evidenciado en la indiferencia espiritual y el reemplazo del sentido trascendente por el hedonismo, el individualismo y el regreso del paganismo y el gnosticismo.

Vivimos en una sociedad que cree que no tiene nada para dar. Esto, por ejemplo, se lo ve en el cine apocalíptico, cada vez más recurrente y desesperanzador, y también en la arquitectura o en el arte, en donde todo se muestra como descartable: hecho para durar nada más que un momento. Las poblaciones decrecen, el adulto se aniña y el anciano desaparece, porque ya no se cree que haya algo que valga la pena transmitir. No parece haber ninguna antorcha que pasar.

IDEOLOGÍA Y MUERTE

El comunismo y el progresismo odian profundamente al humano. Anhelan un hombre inexistente e imposible y, para alcanzarlo, no tienen reparos en destruir al hombre real. Esto está presente en su misma cosmovisión: ellos creen que el criterio moral está en lo que favorece o dificulta a la revolución. Entonces, si algo, por más aberrante que sea, ayuda al “progreso”, está permitido. No digo que las personas de izquierda piensen explícitamente de este modo, pero también considero que el hombre de hoy es especialmente acrítico, manipulable, vacío y sin profundidad, y que, por ello, en muchos casos no es consciente del significado ni de las consecuencias de las ideas que defiende. Las ideologías eliminaron la capacidad de razonar, formando personas maleables, egoístas y capaces de dañar al otro sin sentir arrepentimiento.

Durante años se sembró la idea de que se debe odiar a los hombres, a los blancos, a los cristianos, entre otros “colectivos opresores”. Pero lo que simplemente parecía ser retórica revolucionaria, hoy enseña sus resultados: el reciente asesinato de Charlie Kirk -una de las voces más influyentes del conservadurismo, famoso por sus diálogos con universitarios progresistas-, a manos de un militante demócrata; el terrible caso de Irina Zarutska, asesinada a sangre fría por un hombre negro (consideremos que la cuestión racial está ideologizada en Estados Unidos), o el del activista lgbt que mató a dos niños en una parroquia de Minneapolis. Casos que los medios hegemónicos, cuando pudieron, ignoraron, y cuando no, parcializaron. Noticias que muestran un sesgo ideológico y que se minimizan si el victimario es de una “clase oprimida”. Por ejemplo, tras la muerte de Kirk, algunos simplemente se centraron en la cuestión de la portación de armas, casi nadie resaltó el hecho de que murió por causa de sus ideas, y otros tantos aprovecharon para hablar del “discurso de odio” que promovía. Pero lo que es más grave aún, se vio a muchos jóvenes alegrarse del hecho. Eso es evidencia de una sociedad corrompida que, a medida que deja de pensar, deja de amar.

Hannah Arendt descubrió cómo las mayores abominaciones pueden surgir no de hombres malvados, sino de personas mediocres, los que dejaron de pensar. Así lo expresó Kirk: “Cuando la gente deja de hablar, empiezan cosas realmente malas. Cuando los matrimonios dejan de hablar, llega el divorcio. Cuando las civilizaciones dejan de hablar, estalla la guerra civil. Cuando dejas de tener una conexión humana con alguien con quien no estás de acuerdo, se vuelve mucho más fácil querer cometer violencia contra ese grupo”.

Es verdad, vivimos tiempos oscuros. Pero también es en la oscuridad en donde se puede ver con más claridad un destello de luz. Una época llega a su fin y otra nueva se asoma.

REGRESO AL AMOR

Durante mucho tiempo, la derecha, muy preocupada por la economía y por el resguardo de la libertad individual, se olvidó de la cultura y de la importancia del cuidado de la comunidad. La nueva derecha, en cambio, se hizo consciente de la necesidad de encarar estas luchas políticas: pues, la economía se da en una cultura, y el individuo, en la comunidad. También es notable como en algunos sectores hay un resurgimiento en el anhelo de lo bello, lo firme, lo durable. Hay una cierta conciencia de que hay algo en la realidad que es digno de ser defendido, pero no siempre se identifica con claridad qué es. Por ello, encuentro una nueva alarma: el riesgo de caer en otra ola de odio.

No digo que los buenos se deban dejar vencer. Nada más alejado de eso. Tanto el iracundo como el pacifista caen en el vicio. Está bien enojarse cuando la causa lo amerita, está bien señalar el mal y luchar con fuerza para evitarlo, pero lo que no es correcto es negar la dignidad del otro. Si estamos en contra del totalitarismo progresista, es porque ataca a la dignidad humana, dada por Dios. No podemos, entonces, odiar ni despreciar a ningún hombre, ni siquiera al que despierta la indignación del justo. Hacer política es una forma de amar y amar es buscar el bien del otro. Por eso, preguntémonos qué nos mueve: ¿el amor o el odio?

Recordemos que el bien recibe su mayor traición cuando, para triunfar, se sirve del mal.

Seguí a Buena Data en:

YouTube: /BuenaData

Instagram: @buenadata