El rincón del historiador

Almagro en un simpático testimonio

El doctor Edmundo Saimovici es un médico, psicoanalista y psiquiatra de reconocida trayectoria en entidades de su especialidad. Ha trascendido en su tarea profesional los límites de este país que lo recibió en 1948. Natural de Iasi en Rumania, en el seno de una acomodada familia, vivió los horrores de la gran conflagración, y después de pasar con sus padres por Budapest, Praga, Zurich, Milán, París, Burdeos, “embarcamos en Bordeaux en un buque de carga adaptado para transportar en sus bodegas sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. El Formose hacía uno de sus últimos viajes antes de ser enviado a desguace, la marcha era lenta y demoró 28 días en hacer el viaje hasta Buenos Aires. Tardó 14 días en cruzar el Atlántico”.

SACERDOTE JESUITA
En ese viaje en las vísperas de cumplir 13 años, después de cruzar el Ecuador, su padre le pidió a un rabio si podía prepararlo, falto éste de tiempo; “ni corto ni perezoso” recurrió a un sacerdote jesuita, que había estado en un leprosario en Indonesia que viajaba a La Plata si lo ayudaba con el castellano. Una hora por día estudiando con el Manual Berlitz los verbos irregulares, amenizadas las clases con “algunas aventuras de este sacerdote mundano que se ordenó de grande y tuvo mucha calle antes de ser ordenado”.
Llegaron al puerto de Buenos Aires, el 12 de abril de 1948, era “un día soleado cerca del mediodía” y los esperaba una hermana de la madre, de allí fueron a la casa de la abuela Rebeca en la calle Bulnes, y a poco alquilaron un departamento en la calle Sarmiento 3815, frente a la casa de esta señora. A pocos pasos estaba la Plaza Bulnes escenario de encuentros con los futuros amigos del muchacho, mientras que el sábado y domingo siguiente conoció el Zoológico y el magnífico Rosedal de Palermo. Del primer lugar conserva una foto que reproduce en su libro, con traje y como correspondía pantalones cortos, altas medias claras tres cuartos y corbata, todo el conjunto familiar vestido acorde a las circunstancias como se vestía habitualmente, cosa que ha caído en desuso.
Lo anotaron en una escuela de la calle Valentín Gómez a siete cuadras de su casa, donde le tomaron una prueba escrita de admisión, con el tema ‘Que querés ser cuando seas grande’. El puso que ingeniero, porque pensaba que podía ser útil para este país, aunque en realidad sabía que su vocación emulando a un tío que había quedado en Rumania era la medicina. En matemática no le fue mal, e ingresó a 6º grado, y su dedicación por el idioma hizo en que a fin del curso lectivo se hiciera acreedor al Premio Martín Fierro “por ser el mejor en la conjugación de verbos irregulares".

TRABAJO
Sus padres pronto consiguieron trabajo en en ese momento “la Argentina estaba en un buen momento económico. La plata de las exportaciones de granos a la hambrienta Europa llenaba los pasillos del Banco Central. En las carnicerías se regalaban los bofes y el hígado”. Su padre decía que de haber tenido un capital podía colocar un millón de pañuelos impresos con la figura de la mujer del presidente.
Dos pasajeros del ‘Formose’, un italiano y un polaco, armaron una empresa de fabricación y arreglos de radio. Tres veces por semana Edmundo iba dos horas y armaba dos radios. Cobraba dos dólares por hora y con ese dinero comían toda la semana, y él era el único que tenía los sábados a la tarde la distracción del Cine Medrano, en el que se daban dos películas por función. El dinero que entraba a la casa los padres lo ahorraban para pagar un préstamo que les habían hecho, sin salir a ninguna parte para no gastar.
Entró al secundario en el Mariano Moreno después de dar libre primer año, con una divertida anécdota con el profesor de Historia Antigua, sobre la campaña de Trajano, ocultando su origen rumano y diciendo haberlo leído en el libro de Astolfi. Fundó con algunos amigos el club de ajedrez Miguel Najdorf el que tenía como cuota de ingreso “dar pruebas de habilidad atlética, como correr 800 metros (dos vueltas a la plaza) y una vez por semana jugar al fútbol”. Hincha de Independiente, que salió campeón ese año, conocía al bombero Delfo Cabrera, vecino del barrio que ganó la maratón en las Olimpíadas de Londres.
Recuerda a los muchachos, casi como lo hizo Alberto Castillo en ‘La Barra de la esquina’, entre ellos a Belisario Dominioni, muy fachero y pianista, que en Europa fue un conocido compositor de música de revista y otros muy divertidos.
Escrita en tiempos de pandemia, a instancias de sus hijos y nietos con la colaboración de Susana, su mujer, los recuerdos de Edmundo abundan. Podría llenar muchas páginas, tiene el valor de los dibujos que agregó, junto con fotografías de época. El año próximo para rescatar estas historias la Junta de Estudios Históricos de Almagro que preside Elena Maurín de Raffino realizará una sesión, en la que Edmundo Saimovici rescatará tanos recuerdos. Si Tolstoi dijo “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, seguramente con sus evocaciones Edmundo rescatará buena parte de la historia barrial de mediados del siglo XIX, unas pinceladas que no pueden perderse y es necesario preservar en la memoria colectiva.