LAS DOS CAMPANAS

Alguien enfrente

Hasta fines del primer trimestre, todos los análisis políticos se hacían la misma pregunta: “¿Por qué Javier Milei es capaz de hacer desde su gobierno lo que ningún gobierno anterior se atrevió a hacer, aún queriéndolo?”. Y todos se daban la misma respuesta: “Porque no tiene a nadie enfrente.” Bueno, ahora, desde fines del segundo trimestre, lo tiene y, contra cualquier pronóstico, se llama Cristina Fernández de Kirchner.

Si bien el gobierno de Milei estaba necesitando algún tipo de oposición potente, capaz de obligarlo a pensar dos veces algunas de sus propuestas más disruptivas, lo que en definitiva redundaría en beneficio de todos, el hecho de que esa oposición se encarne en la señora de Kirchner tal vez no sea lo más deseable para quienes recuerdan el autoritarismo sobrador de sus dos turnos presidenciales.

Pero los hechos son los hechos, y ya hay quienes en el círculo rojo están pasando revista a la década cristinista, tratando de olvidar los furibundos editoriales que ciertos periodistas militantes proferían en su contra, y posando una mirada más desapasionada sobre los indicadores económicos y sociales de la época, en comparación inevitable con el desdichado presente. ¿Y si encuentran que contra Cristina estaban mejor?

La luna de miel de la sociedad con el gobierno libertario se había terminado ya hacía rato, para dar lugar a un hondo desaliento, a un desasosiego que no encontraba manera de expresarse, mucho menos de aglutinar voluntades. El “hay que darle tiempo” comenzó a desaparecer de las respuestas a los cronistas inquisitivos, reemplazado por cada vez más frecuentes “está difícil” y “no llegamos”.

El no pequeño universo de los jubilados, particularmente en la capital y sus alrededores, se convirtió en el ejemplo más claro no ya de la falta de empatía sino de la crueldad lisa y llana del gobierno para con los sectores sociales en peores condiciones para defenderse de un ajuste brutal, que sacrifica vidas en el altar de la jactancia del Presidente sobre su capacidad para domar la inflación.

El Gobierno había planteado como punto de inflexión el acuerdo con el Fondo; ese acuerdo llegó, y nada de lo prometido se produjo. Ahí la gente se dio cuenta de que le estaban tomando el pelo, que sus sacrificios eran inconducentes, que no había plan ni programa ni punto de inflexión, sino apenas un ir tirando a como diera lugar hasta llegar a las elecciones.

Algunos creyeron que las protestas semanales de los jubilados frente al Congreso, y la saña desmesurada con que la ministra Patricia Bullrich se empeña en reprimirlas, iban a funcionar como chispa para encender reclamos más amplios. Pero nunca ocurrió nada parecido: la gente no quiere violencia, quiere trabajar y vivir dignamente y en paz, algo muy simple que ni el Gobierno ni los agitadores que lo enfrentan logran entender.

ESPERADO E INSOLITO

Entonces ocurrió algo a la vez esperado e insólito: la Corte Suprema rechazó los recursos presentados contra un fallo que la había condenado en una causa por corrupción, y Cristina quedó legalmente presa. Esa era la parte esperable; lo insólito fue que esa decisión judicial tan dura para ella, restrictiva de sus libertades, la convirtió de hecho en la única figura significativa de la oposición, la figura que Milei tiene ahora enfrente.

Se conjugaron allí dos factores. Por un lado, esa parte de la población más golpeada por la recesión, la perdida de empleos y el costo de la vida vio reflejadas sus propias penurias económicas en las penurias judiciales de la ex presidente, consideró que tanto unas como las otras eran igualmente injustas y habían sido arbitrariamente decididas, y sobre esa identificación emocional comenzó a revalorizar los años kirchneristas.

Por otro lado, Cristina, que esperaba el fallo y estaba preparada para afrontar sus consecuencias, emergió del trance entera, serena y políticamente más sabia, descolocando a quienes esperaban reacciones airadas, insultos y desafíos, pero fascinando en cambio a sus simpatizantes con sus llamados a la unidad de acción “sin violencia pero con coraje, sin miedo pero con claridad del momento histórico.”

En efecto, la ex presidente pareció evaluar mejor que nadie en la oposición el estado de ánimo de los votantes, encontró la manera de sintonizar con ellos y se convirtió, al menos por el momento, en su intérprete excluyente. Su respeto a las restricciones que le impone el arresto domiciliario sugiere que no quiere malograr ese lugar. Su demanda al peronismo para que reconsidere críticamente su pasado sugiere que está pensando en el futuro.