Algo huele a podrido en Vigàta

El cocinero del Alcyon

Por Andrea Camilleri

Salamandra. 238 páginas

 

En 2009, Andrea Camilleri (1925-2019) recibió un encargo de una productora italoestadounidense. "Maestro, necesitamos un guión con el comisario Montalbano". Quizás, le encargaron que incluya una o dos mujeres despampanantes, un empresario malo como un terremoto y una trama en la que nuestro héroe se enfrente a los esbirros de poderosos narcotraficantes.

La película no se hizo. Don Andrea no quiso desperdiciar el argumento. Lo recicló unos años después para un nuevo libro de la saga de Salvo Montalbano, que consta de treinta y dos gemas y convirtió a su demiurgo en el escritor más leído de la Italia contemporánea. Así describe a la serie la eminente Enciclopedia Treccani:

"En 1994, con La forma del agua, A.C. inauguró una serie de novelas y cuentos centrados en un personaje fijo: el comisario de policía Salvo Montalbano, que en la imaginaria (pero inequívocamente siciliana) ciudad de Vigàta debe desentrañar numerosos casos de asesinato y malversación, animado por un sentimiento de justicia tan sustancial como ajeno a las preocupaciones de su carrera y, en todo caso, propensos a procedimientos que no siempre son formalmente impecables".

Camilleri reconoce en la nota final que El cocinero de Alcyon muestra sus costuras innobles, es decir su origen no literario. Se queja además de que los capítulos no se ajusten exactamente a su lecho de Procusto: las habituales diez páginas de computadora. Pero en la "nota a la nota" sentencia que la actualización redondeó una "buenísima novela de Montalbano". ¿Y quienes somos nosotros, modestos escribas del séquito, para desmentir a su majestad, el escritor talentoso? Otra de las proezas de Don Andrea es que su ciudad natal -Porto Empedocle, provincia de Agrigento, en Sicilia- haya decidido agregar el término "Vigàta" a su nombre histórico, como consecuencia de la legión de admiradores de la serie que visitan todos los años la urbe para caminar por los mismos escenarios que fatigaba el comisario. Sí, amigo lector, la literatura fomenta el turismo nacional. Ya es hora de que Pringles cambie su nombre por César Aira.

La historia comienza con un conflicto sindical en un astillero. Un obrero despedido se ahorca. El patrón -hijo del fundador de la empresa- es un canalla de primera categoría, de esos que desperdician la herencia familiar en gustos extravagantes, mientras descargan sobre los hombros de los trabajadores el peso del ajuste.

Los policías sicilianos, naturalmente, simpatizan con la rebeldía obrera (¿dijimos que A.C. tenía simpatías comunistas?). Uno de los deméritos de la novela y de la serie policial de esta época es que el detective y sus ayudantes suelen coincidir forzosamente con la ideología de sus creadores; es decir, por lo general pertenecen a la prometeica familia de la izquierda progresista. Por eso las llamamos “ficción”.

La aparición en la soleada Vigàta de una escort texana, veintiañera, rubia, de más un metro ochenta de altura ("Llevaba unos vaqueros tan ajustados que más que una prenda de vestir parecían la piel de una fruta"), doce mil euros la noche, ofrece a Montalbano la punta de un ovillo. Descubrirá que el cretino de Giovanni Trincanato no es solamente el propietario de un astillero. Es alguien mucho más siniestro. Al mismo tiempo, los jefes de la policía intentan apartar al comisario del servicio. ¿Qué diabólico caldo se está cociendo en el sur de Sicilia?

Si hay algo que puede criticarse del texto es cierta propensión al estereotipo. El agente del FBI, por ejemplo, parece una marioneta, es indigno de un escritor de la talla de Camilleri. Todo hay que decirlo: el libro carece de profundidad psicológica. Pero es un entretenimiento formidable. Una última rareza. He aquí a un sicario argentino, un tal Juan Bartocelli. Tiene ojos de serpiente, más fríos que el Polo.