EL RINCON DEL HISTORIADOR

Alfonsín y Menem: dos miradas sobre la democracia

Hace cuarenta años que se restableció en el país el funcionamiento de las instituciones de la democracia constitucional, poniéndose fin al régimen militar instalado en 1976. En otra ocasión, intentamos trazar un balance de la gestión gubernativa iniciada el 10 de diciembre de 1983 evaluándola como un todo. Hoy nos interesa especialmente referirnos a las distintas miradas que, el experimento democrático de la Argentina albergó en su seno desde el principio, y cuyo entrecruzamiento y sus periódicas alzas y bajas condicionaron significativamente el desarrollo del mismo.

Casi la primera mitad del lapso politico-institucional que mentamos estuvo dominada por dos figuras alternativas, las de los presidentes Raul Alfonsín y Carlos Menem, cuya influencia –aunque declinante- sobrevivió a su retiro del Poder Ejecutivo.

La perspectivas históricas de uno y otro fueron significativamente diversas. Si bien Alfonsin tenía una personalidad mucho más inclinada a la teorización que la del riojano, los actos y decisiones de éste último permiten claramente inferir su concepción general y confrontarla con la del hombre de Chascomús.

Lo haremos en tres campos de notorio poder configurativo sobre la impronta que ambos dejaron en el devenir político de los ’80 y los ’90. Ellos son: el juicio sobre la etapa dictatorial que concluye en 1983, el régimen económico a sostener y la política exterior que distinguió a uno y a otro.

EL PROCESO

Siempre se habló sobre cierto nivel de “protección” de que el radical gozó a partir de 1976, confrontandolo con la dilatada prisión a que fue sometido Menem. Pero, aunque resulte paradojal, la actitud de cada uno respecto del significado del “Proceso de Reorganización Nacional” fue, en la práctica, inversa.

Alfonsín se negó obstinadamente a ver, en el cotejo entre guerrilla terrorista y represión la naturaleza de una verdadera guerra, librada sobre el suelo argentino como proyección del conflicto bipolar de nivel global. Por eso quiso juzgar a los actores a partir del Código Penal, como si fuesen simples malhechores que irrumpían abusivamente en un espacio de paz.

En su perspectiva, 1976 no era, en todo caso, sino una reiteración corregida y enormemente aumentada de 1930. Le nueva democracia, como consecuencia, debía edificarse culturalmente en la continuidad del dilema “democracia vs. fascismo”, con el supuesto implicito de que “a la izquierda no hay enemigos” y con todo el descrédito necesariamente anexo de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.

Menem, por peronista realista, comprendió existencialmente que lo que habíamos vivido era la consecuencia de una serie de odios anteriores sobre los que se había montado la infiltración ideológica y, por vía del indulto a unos y otros, procuró abrir una política de conciliación nacional que estaba pendiente desde más de treinta años atrás.

VIEJOS MANUALES

En el orden macroeconómico, tras la política absolutamente errática del régimen militar, Alfonsín volvió a los viejos manuales de la sustitución de importaciones, la “inflación moderada”, el estatismo y el dirigismo, a los cuales intentó timidamente corregir en la fase final de su gobierno sin resultados apreciables. Menem, por su parte, siguió tres ejes: convertibilidad, privatizaciones e integración regional, persuadido de que el unico sistema económico que sobreviviría era el capitalismo y que había que modernizar la estructura tecnoproductiva del país para no dejar pasar las nuevas oportunidades.

Finalmente, en el rubro de la política exterior, Alfonsín persistió en el sesgo de la última etapa del régimen castrense, centrando nuestras alianzas en el área de los No Alineados, precisamente cuando el mundo se encaminaba hacia una unipolaridad que duraría al menos dos décadas, y que sería rápidamente percibida por el riojano , cuya diplomacia –encabezada por Guido Di Tella y Andrés Cisneros- nos convertiría en “aliado extra OTAN” y miembro del G-20.

NUEVO LIDERAZGO

El nuevo siglo traería consigo un nuevo liderazgo. El kirchnerismo comportaría una radicalización de la visión alfonsinista, al menos en los tres campos a que hemos aludido, llevándola del área socialdemócrata a la del populismo de izquierda Entiéndase bien: no atribuimos en manera alguna al jefe radical los aspectos cleptocráticos ni los atropellos institucionales que caracterizaron a este nuevo avatar del peronismo. Pero ni Moreau, ni Santoro ni Palazzo son oximoron. Es una similar visión del mundo y de la historia la que, básicamente, permeó a la Coordinadora y a La Cámpora, aunque –por el obvio desgaste de las reservas nacionales- la catástrofe a la que ésta última ha servido de comparsa sea notablemente mayor.