Alegres y descreídos por las elecciones

POR JOSÉ LUIS RINALDI

Cada cierto período, debemos elegir a nuestros representantes, ya sea en el orden nacional, como en el provincial y municipal.

El ciudadano responsable estudia a los candidatos, los compara entre sí, trata de averiguar acerca de su idoneidad, única condición que exige la Constitución Nacional. También se interesa por su honestidad, a la que considera parte integrante de su capacidad para ejercer un cargo público; analiza las propuestas que se le ofrecen a la luz de las suyas propias y toma la decisión de votar a tal o cual.

Es cierto que el sistema de lista sábana le impide elegir a los mejores de cada partido o movimiento, pero se esfuerza porque así sea dentro de las escasas posibilidades que se le permiten.

Así el ciudadano se siente partícipe del sistema político que rige en su país, y muchos hasta consideran al acto eleccionario como un ritual cuasi sagrado, con el aditamento de que por cierta alquimia o magia que desconoce pero en la que cree, las cosas cambiarán para mejor y al fin podrá verse representado y se le facilitará su realización personal y social, ya que las nuevas autoridades trabajarán para brindarle no meras expectativas sino realidades tangibles que le den confianza y esperanza de un futuro mejor para sí y sus seres queridos.

EL VOTAR NOS IGUALA

Por otra parte, sienten que el acto de votar nos iguala. Todos comprobamos en qué mesa y número de orden nos corresponde emitir el voto, nos sorprendemos si en la misma mesa o escuela que nosotros un escritor famoso o un distinguido científico o mejor aún un representante de la farándula cumple también con su obligación, llevamos nuestro documento, hacemos la cola, recibimos el sobre, elegimos la boleta, la introducimos en la urna, y por un momento al menos creemos que realmente somos iguales como lo proclama nuestra Carta Magna, e importantes como nos halagan los candidatos. Y por ello los medios de comunicación lo consideran un día de fiesta, aunque al siguiente nuestra rutina nos mostrará que nada ha cambiado.

LA ALEGRIA DE VOTAR

Sin embargo, para otros ciudadanos la razón de alegrarse con el acto eleccionario poco o nada se relaciona con lo antes expuesto. La alegría comienza algunos meses antes, cuando se fijan las fechas de su realización. ¿Es por la expectativa de que podremos vivir mejor y experimentar las emociones señaladas en los párrafos anteriores? No, no. Estos ciudadanos están descreídos de la importancia de su participación en un sistema que consideran por lo menos manipulado y tramposo, que unos pocos lo han diseñado para poder gozar y mantener beneficios, prebendas y privilegios que de lo contrario nunca llegarían a tenerlos; un sistema que hasta el día de las elecciones los trata como personas valiosas, los estimula a participar, los busca atraer con cantos de sirena y promesas imposibles y al día siguiente los vuelve a ignorar.

LITURGIA LAICA

¿Y entonces donde está la empatía con esa “liturgia laica” que se suele desarrollar un día domingo? La felicidad para este otro grupo de ciudadanos reside en que iniciadas las campañas electorales, los gobernantes del momento, no porque les interese el bien común sino su propio interés (si se presentan a reelección) o el de sus amigos si ellos no son candidatos, se esmeran por realizar todo aquello que en los cuatro (o seis u ocho…) años anteriores no llevaron a cabo.

Se obtienen fondos de algún lado (seguramente por cambio de finalidad de las partidas) y entonces con gran rapidez y una inusual eficacia, se arreglan las veredas, se pintan los cruces peatonales de calles, se arreglan los pozos, se plantan árboles y flores, se mejora la señalización, se hacen algunos metros de asfalto, se inauguran algunas canillas, se extienden por una cuadra las cloacas, se amplía algún horario de atención en oficinas públicas, se limpia la ciudad, hay preocupación por el nivel educativo, la salud y la seguridad parecen ser temas prioritarios, se ponen piedras fundamentales, se prometen nuevamente las obras de más envergadura que desde hace tres elecciones anteriores se vienen proponiendo y nunca se inician.

Entonces estos ciudadanos se alegran pues al menos en algún momento son reconocidos como tales, y pueden gozar de la apariencia de un país en marcha, cuyos gobernantes durante la campaña electoral actúan como tales y hasta prometen algunas de las obras que están en el imaginario colectivo.
Estos ciudadanos se alegran por las elecciones y más aún, propician que sean más seguidas, así al menos algunas autoridades por unos días gobiernan de verdad y algún progreso se logra. ¡Vivan las elecciones entonces!