ENTREVISTA A MIGUEL AYUSO, REFERENTE DEL TRADICIONALISMO HISPANICO

“Al sistema no se lo puede combatir infiltrándose en él”

El notable jurista y escritor español revisa la situación del cristiano en el mundo de hoy, analiza la pedagogía contradictoria de la Iglesia y evalúa posibles respuestas ante el avance acelerado de la revolución liberal y progresista.

Pocos intelectuales quedan como el profesor Miguel Ayuso, acaso la figura más representativa del tradicionalismo español, con la mente más lúcida y el verbo más acerado. Incisivo, provocador, sus intervenciones en los más espinosos debates del momento demuestran un orden, una claridad y una falta de complejos hoy desusados. El jurista y escritor español, que es un asiduo visitante de la Argentina, donde tiene numerosos discípulos, volvió en estos días a nuestro país y durante su visita conversó con La Prensa. El motivo de su viaje, el primero que realiza después de la pandemia, fue su designación como académico correspondiente de la Academia del Plata en Madrid, España, acto que tuvo lugar el martes último en el porteño Colegio San Pablo.

-Nos interesa conversar con usted sobre la situación del cristiano en el mundo moderno: auscultar los signos de los tiempos y ver qué hacer respecto de eso. Vemos que la revolución anticristiana está muy avanzada y que, con un carácter totalitario, se va derramando en dimensiones políticas, sociales, educativas. Hay pasos acelerados hacia un gobierno mundial, algo que hemos visto también a raíz de la pandemia, cuando se decidía quién podía salir a trabajar, ir al cine, al colegio o a un banco. El mal parece desatarse cada vez más. Y entonces recordábamos esa frase latina motus in fine velocior (“el movimiento se acelera hacia el final”). Porque este cuadro de situación, que en líneas generales se daba hace diez años y hace cincuenta años, ha dado un salto hoy, cuando el avance de esa revolución anticristiana se observa ya con toda claridad dentro de la Iglesia misma. La pregunta concreta es: ¿pone usted estos elementos en una perspectiva apocalíptica? Y no nos referimos a la vana curiosidad del “día y la hora”, sino a la perspectiva.

-Quisiera hacer algunas precisiones de su interesante y aguda introducción. En primer lugar, sin una observación de las causas es muy difícil dar respuesta atinada a las circunstancias presentes. Porque no es igual que las causas sean unas o sean otras a la hora de hacer el análisis de la situación y sobre todo evaluar las respuestas que han de darse. Y porque, si no se atina en las causas, probablemente las respuestas no serán atinadas.

En segundo lugar el Apocalipsis no es un libro sólo de los últimos tiempos. Es un libro de la entera historia de la Iglesia. De tal manera que ver en clave apocalíptica lo que ocurre es lo más normal del mundo. Porque la historia de la Iglesia remite al Apocalipsis, de tal manera que todo lo que vivimos desde los primeros siglos de la historia se puede ver en esa clave. Ahora bien, si usted lo que me pregunta es la idea de Apocalipsis en el sentido más usual de la palabra, es decir, aquello que tiene que ver exclusivamente con los “últimos tiempos”, pues naturalmente todo lo que ocurre ha de verse también desde ese ángulo. Yo en general he sido poco partidario de verlo todo exclusivamente desde el ángulo relacionado con los “últimos tiempos”, porque no sabemos exactamente qué quiere decir eso. Nuestro Señor dice “Vengo pronto”. Ustedes han gozado de una figura como Castellani, que explicó el “tipo” y el “antitipo”, es decir, aquello que puede ser una nueva concreción de una realidad que se puede reproducir más veces a lo largo de la historia. Luego, por tanto, yo, si puedo, procuro dar explicaciones que se desenvuelven en el orden de la naturaleza, no porque excluya el orden sobrenatural, sino porque creo que si hay algo que tiene una explicación de orden natural, pues esa explicación, en general, es suficiente para el análisis.

-¿Y con respecto a la aceleración de la revolución anticristiana?

-Es cierto que hay una aceleración. Pero estas aceleraciones yo creo que son congruentes con lo que a lo largo del tiempo han sido las circunstancias en las que los distintos acontecimientos se han desenvuelto. Por ejemplo, León XIII en el número 10 de Inmortale Dei o en el número 1 de Rerum Novarum, hace ese dictamen famoso de que la revolución religiosa dio lugar a una revolución política y que la revolución política se derramó en lo social y lo económico. Evidentemente estaba marcando un proceso de profundización, que se va extendiendo a todos los ámbitos sociales. Y eso ya lo observaba León XIII en 1885 y 1891. ¿Qué es lo que ha ocurrido para que, por una parte, eso se haya consolidado y por otra parte se haya acelerado? Creo que la consolidación es natural, es un producto del proceso, y ese proceso lleva a que, si no se atacan las causas, los efectos y las consecuencias encadenadas a que da lugar, naturalmente van concretándose y van alcanzando mayores ámbitos de la vida. De otra parte existen circunstancias que son estrictamente de orden humano. La técnica, por ejemplo, multiplica los efectos y los acelera, como ocurrió cuando se pasó de las armas de fuego a las atómicas y luego a las bacteriológicas.

-Tampoco la Iglesia es ya lo que era.

-Probablemente, lo último que quedaba era el ámbito religioso. Era un ámbito que había quedado relativamente fuera del desarrollo de este proceso. Más aun, la Iglesia en esos siglos se opuso a la revolución liberal, porque en el ámbito político y social la revolución liberal es el momento cumbre. Se opuso teológicamente. Los documentos del magisterio antimoderno de la Iglesia son impresionantes. Su lectura hoy resulta increíble casi, por el lenguaje, la contundencia, el análisis. Alguien que no haya frecuentado esos textos en el pasado no podría creerlo, diría “esto es imposible, es algo de un conspiracionista”. Son los Papas del siglo XIX y principios del XX los que han explicado claramente ese proceso y lo han refutado.

Es verdad que esa refutación en el ámbito doctrinal, no ha venido siempre acompañada de una paralela asistencia desde el punto de vista operativo. Esto es un tema muy claro. Los Papas del XIX condenaban cosas y a continuación intentaban acordar con los gobiernos que sostenían las tesis que habían condenado. Esto es evidente desde Gregorio XVI y las independencias hispanoamericanas, Pío IX y el Concordato español, León XIII y el “ralliement” por doquier, salvo la cuestión romana porque eso le tocaba a él. Lo que hay es una línea de la secretaría de Estado, que opera paralelamente. Hay una línea que va paralela al magisterio doctrinal y antiliberal, y creo que negarlo es no comprender demasiado las cosas.

-Una línea paralela y contradictoria.

-Es contradictoria secundum quid. Ahora unos dicen “¡lo que ha hecho el papa Francisco con los chinos!”. Pero es lo que hizo León XIII con los católicos antiliberales del mundo. Está claro que el modernismo, que ya San Pío X le da este nombre, y que en el fondo es una concreción del catolicismo liberal, no ha hecho otra cosa que crecer. Y ese crecimiento ha llevado a un momento en el que ha tomado, digamos, a algunos de los centros de decisión. Podríamos discutir cuáles, en qué nivel, si en el máximo nivel. Es evidente que se ha extendido enormemente. Ese es un factor muy importante porque antes el catolicismo resistente al mundo moderno o resistente al liberalismo podía por lo menos tener el apoyo doctrinal y magisterial de la Iglesia. Pero el planteamiento de muchas cuestiones con un lenguaje que no es el de la doctrina tradicional de la Iglesia, y que con frecuencia es el del mundo moderno, condenado por la doctrina tradicional, plantea una dificultad adicional. Podríamos discutir ahora si el uso de ese lenguaje reviste siempre valor magisterial, si implica la asunción, con todas sus consecuencias, del modernismo, y creo que eso nos llevaría muy lejos. Otra cosa distinta es el significado pedagógico, que es un bien para el pueblo de Dios. Podría decirse que ese tipo de opiniones no implican magisterio, son opiniones personales o realizadas en un contexto muy específico, y todo eso es cierto. Pero también es cierto que la reiteración de ese tipo de manifestaciones produce pedagógicamente un efecto demoledor y destructivo, porque lo que hace es debilitar enormemente las resistencias a este proceso.

-Hecha esa aclaración, automáticamente surge la duda de qué hacer. Esta pregunta es muy común hoy, sobre todo entre cristianos, y a veces hasta fuera de ámbitos cristianos. Están las respuestas políticas, las respuestas más de tipo comunitario, las más religiosas. ¿Usted cómo ve esos intentos de respuesta, y a su juicio cuáles deberían ser?

-Es evidente que los ámbitos de acción están mucho más reducidos. Es decir, hay momentos en los que la Iglesia creyó que con la Acción Católica podía hacer frente al liberalismo. Esta fue la ilusión de Pío X y sobre todo de Pío XI: que se podía combatir al liberalismo con la democracia. Porque “somos más” y al liberalismo lo vamos a combatir con el arma de que “somos más” y la acción de los católicos en el mundo dirigida por la jerarquía eclesiástica. Esta estrategia, que en el fondo es la de la Acción Católica, tuvo el recorrido que tuvo y evidentemente era desacertado desde el punto de vista del análisis de la realidad. Ello dio lugar a nuevas búsquedas, por ejemplo la idea de la Cité Catholique en Francia (y yo sigo siendo el director de la revista Verbo en España que viene de ahí), que era el intento de intervención en los cuerpos sociales básicos de acuerdo con la responsabilidad del laico, siempre en línea con la doctrina de la Iglesia pero sin tener que seguir instrucciones operativas, que se habían demostrado que no llevaban a ningún lado. Eso, que surge después de la Segunda Guerra Mundial, tampoco ha tenido éxito. Porque no se aplicó correctamente, o quizás porque el ámbito de los cuerpos sociales quedaba desasistido. Ese es otro tema enorme, la idea de que se puede actuar sobre la sociedad al margen del Estado, del poder.

Pero en nuestros días es peor todavía. Porque no sólo es al margen del Estado, sino también al margen de la sociedad. Ya que si se produjo primero la separación de la Iglesia y el Estado, hoy se ha producido la separación entre la Iglesia y la sociedad...

-Pero puede plantearse una instancia superior. ¿No es que la Iglesia se ha separado de la propia Iglesia?

-Yo he dicho que eso es destructivo pedagógicamente. Porque más allá del análisis textual, contextual, intencional, de cada texto y de cada documento, lo que se genera es una conciencia general de ciertas tesis que son contrarias al magisterio de la Iglesia.

-Podría ocurrir que una respuesta que, naturalmente, esté apegada a la doctrina de siempre de la Iglesia, deba ir en la praxis, en lo operativo, en contra del discurso de la Iglesia de hoy…

-Operativamente, eso es así. Es el problema de cualquier acción de los católicos que defienden la tradición de la Iglesia y de la civilización contra el liberalismo, que es la entraña del problema...Siempre hay alguien que dice “no, porque el comunismo”...¡Pero si no hay comunistas ya! Lo del “marxismo cultural” es una estupidez, ¡es liberalismo! Es que, no identificar el enemigo, ya es un error. La “batalla cultural”... ¿Qué batalla?

-¿No sería más apropiado hablar de batalla religiosa?

-Pero en ambos casos esta batalla se pretende dar a partir de las reglas dictadas por el enemigo. No hay ningún estratega que haya dicho que hay que seguir la doctrina del enemigo. ¡No es ni cultural ni religiosa, no es batalla! Es un modo de hablar más bien vociferante, de ciertos grupos liberales-conservadores que creen que a través de ese lenguaje son realmente muy valientes. Cuando en realidad no han afrontado el problema.

-Ni preguntarle entonces por la “nueva derecha”…

-¿A qué llamamos “nueva derecha”? ¿No a la “nouvelle droite” francesa, pagana y anticristiana de Alain de Benoist, no?

-Es que como parte de esa necesidad, o de esa urgencia que se siente en muchos sectores por reaccionar, por hacer algo, se forman alianzas entre liberales, conservadores, nacionalistas, católicos, no católicos. Son grupos que rechazan el aborto, el matrimonio gay, defienden la familia en algún sentido. Eso es derecha.

-Claro, yo tengo un ejemplo de esto en mi mente, que no tengo por qué explicitar, que me resulta cercano geográficamente, y es el de un líder de una organización defensora de la familia, que está divorciado y vuelto a juntar. No sé si eso resulta muy convincente. Ese tipo de alianzas, contra natura finalmente, son aquellas en las que coexisten los libertarios, que son de un liberalismo extremo, aunque ellos digan que sólo en la economía, lo que no es un sector despreciable. Entonces está el libertarismo completo, con una especie de catolicismo conservador, pero al mismo tiempo un identitarismo populista...La suma de todo eso no suele ser particularmente recomendable.

-El problema es que uno escucha a católicos, incluso a católicos que uno considera informados, que se encolumnan detrás de esas ideas, en lugar de nuclearse, asociarse…

-Porque la ilusión es libre. Es decir, hace decenios, o siglos casi, que el mundo católico ha ido siempre a la búsqueda de una ilusión. Una ilusión que a veces se da en el “hombre providencial”. Eso es algo que está estudiado a lo largo del siglo XIX y del siglo XX. Depende de los países, claro. El caso español es muy singular porque hubo un tradicionalismo político operativo muy fuerte, que era el carlismo, con un arraigo social enorme hasta la década de los ‘60. Y eso determinaba la existencia de un polo de acción política, limitado claro, que en la guerra fue muy importante pero luego Franco lo sofocó, y lo que quedaba ya el Vaticano II lo aplastó. Pero el caso español es un poco singular. En otros lugares del mundo se ha ido un poco a la búsqueda del “hombre providencial”, las dictaduras militares y no militares. Todo eso son ilusiones. En general los católicos han ido a esa búsqueda, sin haberse dado cuenta de la necesidad de un plan operativo, pero en función de una doctrina. Y, en general, la doctrina hoy es siempre una doctrina oportunista. Se va a pequeñas cosas que al final terminan siempre en defensa del statu quo liberal. No se daban cuenta de que la democracia, aparte de ser un error doctrinal, una herejía, es un sistema, y ese sistema es un dato sociológico que opera, realiza cosas. A ese sistema no se lo puede combatir pretendiendo infiltrarse en él, creyendo que somos más listos que los que han creado las reglas del juego y que por tanto, como somos más hábiles y más listos, vamos a hacer el “entrismo”.

-¿Y entonces? Porque la pregunta es qué resulta realista en este contexto. Pensemos en la Argentina, donde el régimen democrático está sellado y consolidado. ¿Qué queda? ¿Cambiar de régimen? ¿Por la fuerza?

-Ese es otro problema distinto. Es la idea del “mal menor”, del “voto útil”. Bueno, a la larga, ¿cuál es el mal menor? ¿El mal menor es la consolidación del mal a través de los sistemas conservadores, que estabilizan frente a los progresistas, que progresan en la destrucción? ¿Cuál es el mal? Una cosa es que uno no pueda hacer el mal buscando el bien. Esto en moral siempre se dijo. “Para que esto se destruya todo”, o “Cuanto peor mejor”. No, no se puede actuar en esa línea. Eso es inmoral. Pero desde el punto de vista del análisis intelectual, el asunto es otro. El asunto es, ¿qué es lo peor? Y yo no tengo repuesta para eso. Porque eso hay que analizarlo en cada país, en cada coyuntura histórica. No es lo mismo hace diez años que ahora, una votación que otra, un candidato que otro, un partido que otro.

-Queda pendiente la pregunta por el comunitarismo…

-Esa es una tentación política del liberalismo conservador, a veces bajo apariencia de tradicionalismo. Es la idea de que no existe ya el bien común. Pero el bien común no puede dejar de existir. El Estado liberal puede intentar destruir el bien común, pero siempre queda algo de bien común, porque en tanto hay algo de social, hay algo de bien común. Entonces es la idea de que lo que tenemos que hacer es retirarnos completamente, y dedicarnos exclusivamente a la capilla y a la familia, con unos curas que nos pastorean y por otra parte la familia a la que pastoreamos nosotros, aunque también la pastorean los curas. Hay una especie de hierocracia clerical en el fondo de la idea comunitarista, que no siempre emerge. No. La retirada, que es la idea de pequeñas comunidades hechas por nosotros, es un debate anglosajón, típico de los gringos. Que esto haya llegado al mundo latino es sorprendente.

-Se entiende su negativa a la opción comunitarista, pero para lo otro, siendo realista, no se ve materia.

-Son dos cosas distintas. Una es la legítima defensa: uno hace lo que puede cuando se defiende. Y otra cosa es la postulación teorética de que eso es lo que hay que hacer. Si uno no puede hacer otra cosa, hace lo que puede. Debe aclararse que ese mundo del comunitarismo tiene mentalidad sectaria, es la idea de que “nosotros solos estamos muy a gusto”. Eso es una ingenuidad, porque, ¿quién hace las leyes de género que bombardean en las escuelas? Dicen: “Vamos al home schooling”. ¿Quién impide que se pueda hacer la enseñanza en casa, quién la dificulta, la restringe? La idea de retirarse no es la solución. Ahora, que uno pueda pensar en retirarse en un momento de su vida o de la vida de los suyos, es diferente. Eso es legítima defensa. La posición no es la comunitarista, es la comunidad.

Un hombre de letras y de acción

El profesor Miguel Ayuso (Madrid, 1961), jurista y filósofo del derecho, es además un académico y escritor prolífico, autor de más de veinte libros y director de la célebre revista Verbo, dedicada a la formación cívica y la acción cultural según el derecho natural y cristiano.

Ayuso, referente del tradicionalismo católico, es doctor en Derecho, fue letrado del Tribunal Supremo español (1993-2000) y presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos hasta 2019.

Desde hace 36 años es docente en la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas, donde imparte asignaturas correspondientes al área de conocimiento de Derecho Constitucional. Pero además es un hombre de acción, con una militancia de décadas en las filas del carlismo y contacto cotidiano con todos los actores de la política europea e hispanoamericana.