Al Gobierno le toca bailar con la más fea

Estamos viviendo los coletazos de un sistema que hundió al país durante muchos años. La gente, cansada de la persistente inestabilidad le dio al actual presidente una oportunidad para dejar atrás el orden económico- social que nos resignaba al subdesarrollo.

La vía del nacionalismo cerrado, del estatismo, del intervencionismo económico, de la libertad a medias ya no es confiable. La inflación mostró el irremediable fracaso, es el más apremiante de los problemas actuales. Hizo que la mayoría de los argentinos acepte la inevitabilidad de un cambio y en eso estamos.

La tarea será larga y difícil, no es pan comido como dicen los chicos. El Gobierno tiene una responsabilidad enorme, deberá atravesar fuertes resistencias que pondrán en peligro su acción en pos de un futuro mejor.

El tiempo es una dimensión importante de la vida, la falta de paciencia de la gente es común cuando deben enfrentar una evolución que lleva meses. Por ello mismo es dura la situación de quienes, con responsabilidad, apuestan a promover el cambio.

Nos falta una mentalidad democrática. Lo notamos no sólo por las grietas sociales, también en los tres poderes, en los medios de comunicación y en las Universidades. Toda comunidad democrática se basa en la convicción de que cualquier diversidad de intereses es susceptible de solución, de que es posible hacer frente a cualquier experiencia nueva con un esquema general de acción.

Se requiere una actitud empírica ante la vida, donde todos confíen en la razón como factor de equilibrio, auxilia para comparar cosas, establecer diferencias e identidades, presupone un alto grado de flexibilidad mental, permite adaptarse rápidamente a un período de cambio y novedad.

CAMBIOS

Los nuevos acontecimientos exigen nuevas relaciones y en consecuencia una adaptación, ir de la economía dirigida a la economía de libre mercado, es colocar la vida económico-social de los argentinos sobre una nueva base.

Si bien el Gobierno está decidido a dar batalla para conseguirlo, es imprescindible que no pierda el equilibrio ante los problemas que lo acechan, evitar desconcertarse ante las continuas turbulencias provocadas por sindicatos y movimientos sociales.

La sociedad, por su parte, debe tener en cuenta cuál fue la situación de partida cuando se tomaron las riendas del país. Se deberán tomar medidas difíciles en el camino de eliminar el influjo directo de la burocracia en la economía.

Varios son los políticos que todavía no entienden que ello implica, en la mayoría de los casos, no reformar leyes y reglamentos sino eliminarlos, abolirlos. Aquí la lucha será por liberar los mercados contra las fuerzas persistentes de la economía dirigista.

Necesitamos que el presidente deje de responder con tanto apasionamiento a las críticas malintencionadas y se dedique a gobernar y a explicar, como bien sabe hacerlo, los ejemplos de países que demuestran el mejoramiento del nivel de vida logrado con una política de amplia libertad.

Es engañoso creer que se puede vivir bien en un país que se achica. Uno de los ejemplos paradigmáticos utilizado en varias oportunidades por el presidente es el de la Alemania de 1948. El propio Ludwig Erhard, responsable del cambio que levantó a ese país, señaló que la pobreza del pueblo alemán lo había convencido de abrir las fronteras, cortar las tarifas aduaneras y comenzar una política de liberalización cuando todos creían que era una locura.

Hoy tenemos muchos más ejemplos que indican que, como Alemania entonces, Argentina se encuentra ante la misma disyuntiva de recuperarse mediante un tiempo de sacrificio o ser condenada al atraso económico y social.

Las elecciones, con el triunfo de Javier Milei, mostraron que un importante sector social cree que el financiamiento de la industrialización, con déficit o gastos excesivos, está condenado al fracaso, y que la superación del dirigismo monetario es condición necesaria para conseguir estabilidad económica.

Es fundamental para que ocurra lo que el presidente pidió a los grandes empresarios en Bariloche. Sólo van a invertir si pueden tomar decisiones empresariales con miras al futuro. Es la libre empresa la que debe ser responsable del desarrollo de la economía, no el Estado. Hay que abandonar para siempre la idea de planificación central, tan popular en variados sectores.

Las políticas estatistas llevaron a que el desnivel entre las diferentes empresas y los contrastes de productividad entre las diferentes ramas de la industria, fueran mucho más grandes que en los países con economía de mercado.

Se debe ser cuidadoso en esta época de cambio: el desarrollo económico no se debería realizar con rupturas demasiado abruptas porque la gente no podrá soportar excesiva presión. El Estado deberá desempeñar un papel decisivo en el nuevo sistema que proporcionará mejores posibilidades y mayores grados de libertad para todos, dar seguridad y amparar a los más débiles que se ven en situaciones críticas y no pueden superarlas por sí mismos.

LIBERTAD

La diferencia tan grande entre ricos y pobres muestra que no sólo es necesario fomentar la libertad empresaria sino también debe ser objetivo fundamental aumentar el consumo atacando los monopolios y privilegios estatales para que no impidan la producción y la productividad, distorsionando la distribución de la renta.

La realidad exige dejar atrás los controles de importación y cualquier medida de tipo autoritario que opaque el orden liberal exigido por la Constitución, también las tarifas aduaneras excesivas que equivalen a una prohibición. La protección aduanera siempre ha debilitado la competencia, lleva a la autarquía industrial, no abandonarla aumentaría las penurias de la gente cuya capacidad adquisitiva ya es muy limitada.

La producción agropecuaria es la más eficiente y no evita la competencia internacional, pero en otros importantes sectores se mantiene la devoción a políticas keynesianas. Se piensa que el crecimiento impulsado a toda costa es más importante que la estabilidad, se cree que el Estado mientras no tenga auténtico capital puede crearlo artificialmente a través de la emisión.

Apuntan a la falsa creencia de que impulsar industrias útiles no genera inflación: se equivocan, hasta que las inversiones de tal tipo llegan a aumentar el producto nacional destinado al consumo, la inflación no detiene su marcha, no puede ser frenada.

La economía de mercado se basa en el concepto liberal de un mundo libre, no permite correcciones diarias. Por eso debemos aplaudir el interés del gobierno en reformas económicas y financieras, bregar porque se acepten en el Congreso lo antes posible. Por nuestra idiosincrasia bastarán pocos trastornos para debilitar la adhesión.

Es fundamental que el Gobierno se fortalezca estableciendo contactos duraderos con grupos y dirigentes que participen de las mismas inquietudes, con quienes representan políticamente a los partidarios de las libertades individuales y de las prácticas democráticas adaptadas a las exigencias de la sociedad moderna. El ministro del Interior, Guillermo Francos, está haciendo todo lo posible.

El Gobierno quiere atacar el sistema que transformó a un país rico, con numerosos recursos, en un país estancado. Tiene la agotadora tarea de convencer a los sindicatos de que los aumentos nominales de salarios, si no se producen dentro de una economía auténticamente en expansión, no resuelven en manera alguna sus problemas: lo que obtienen hoy lo pierden mañana a través del aumento de precios.

Aumentos masivos de salarios no se pueden financiar sino a través de la emisión monetaria y de la expansión del crédito, eso significa incrementar los medios de pago sin un correlativo aumento de la producción, provoca una acentuación artificial de la demanda, conduce a aumentar la inflación. Si se apoyara la reforma laboral los resultados demostrarían, como en otros países, que el trabajo no es sólo necesario sino también algo ventajoso y productivo.

Sólo mediante un aumento de la productividad, libre competencia y estabilidad monetaria se podrá alcanzar una buena posición en el mercado mundial. Para ello el Gobierno tendrá que desechar la idea de pleno empleo, unida a la expansión forzada y artificial propuesta por diversos sectores, en vez de una meta de leal intercambio en el comercio internacional.