Adolescencia: ¿la nueva alarma?

La adolescencia es el período de transición entre la infancia y la edad adulta, en el cual se busca una identidad propia, y muchas veces aparecen, con confusión y ansiedad, algunas preguntas: ¿quién soy?, ¿quién fui?, ¿quién llegaré a ser? (J. Roy Hopkins; Adolescencia, Años de transición). Es precisamente esta búsqueda de identidad un período de exploración e incertidumbre. Se observa una creciente importancia del grupo de pares, un progresivo distanciamiento de los padres, una mayor autonomía y un interés creciente en investir a un objeto amoroso; el desarrollo psicosexual hace que el deseo irrumpa con mayor intensidad. En conjunto, estos factores convierten a la adolescencia en un momento de redefinición personal.
Durante décadas, la adolescencia ha sido retratada como un territorio emocional de extrema vulnerabilidad. Desde manuales de psicología hasta medios de comunicación, han mantenido la narrativa dominante: el adolescente sufre. Esta construcción cultural no surgió por casualidad, sino que se forjó a partir de estudios realizados mayoritariamente en poblaciones de pacientes -es decir, adolescentes que ya presentaban padecimientos psíquicos con frecuencia-, lo que generó una visión un tanto sesgada de esta etapa evolutiva. Así, se consolidó una creencia generalizada: el adolescente padece.
Sin embargo, reducir la adolescencia al sufrimiento es una visión algo parcial. Numerosos estudios, como los de Daniel Offer, desmintieron esta idea. Offer fue pionero en estudiar a adolescentes fuera del ámbito clínico. Sus investigaciones revelaron que la mayoría de los adolescentes no vivía esta etapa con un sufrimiento extremo, sino que la transitaba con relativa estabilidad. “La adolescencia normalmente no constituye una experiencia psicológicamente debilitadora. Investigaciones con adolescentes nos muestran que no expresan la sensación de estar en medio de una década turbulenta. En lugar de ello, se ocupan de los asuntos propios de la transición adolescente con el mínimo estrés psicológico” (Offer y Offer 1975).
La narrativa cultural dominante ha hecho (y hace) énfasis en patologizar esta etapa, mostrando al adolescente como un ser que sufre o agrede, que alterna entre ser víctima o agresor y omitiendo el predominio de experiencias placenteras (el placer del primer beso, de las primeras experiencias amorosas, del descubrimiento de sí mismo y de una creciente libertad). Sin embargo, el enfoque que predomina podría alarmar en exceso, logrando que se asocie una etapa de desarrollo al malestar psíquico.
VÍCTIMA O AGRESOR
Mientras los casos puntuales de suicidios adolescentes o de violencia escolar capturan la atención mediática y se vuelven temas de la ficción, los datos estadísticos más recientes muestran otro panorama. 
Según el último informe de estadísticas vitales del DEIS, con datos actualizados hasta 2023, el grupo etario con más suicidios no es el adolescente, sino el de 20 a 24 años. Otro dato preocupante es que en el grupo de 30 a 34 años se ha registrado un aumento del 48% en el número de suicidios entre 2021 y 2023. En los jóvenes de 20 a 24 años, el aumento fue del 30%, y en el segmento de 25 a 29 años, del 36%. En cambio, los adolescentes de 15 a 19 años son el grupo con menor cantidad de suicidios dentro de esta extensa etapa vital, con un promedio de 319 casos anuales entre 2021 y 2023.
En cuanto a la delincuencia juvenil, cuya presencia en escuelas aparenta ser una nueva alarma, especialmente en Provincia de Buenos Aires, los datos del Ministerio Público bonaerense indican que la participación adolescente en el delito representa apenas el 2% del total provincial, siendo el robo el delito más frecuente. 
A pesar de los datos cuantitativos, tanto la ficción como los titulares tienden a representar a los adolescentes como el grupo etario más sufriente y conflictivo, como sujetos en conflicto con la ley o con la vida. Sin embargo, si tomamos al suicidio como un indicador de haber atravesado una depresión mayor, vemos que este acto tiene mayor prevalencia después de los 20 años, en personas que ya no acuden a la escuela. Por tanto, la hipótesis de que el bullying escolar está generando un aumento de suicidios adolescentes podría ser un tanto inconsistente. Deberíamos buscar la presencia de otros factores.
Cabe preguntarse si podría existir alguna relación entre el incremento en la prescripción de psicofármacos y esta tendencia. Un artículo publicado en 2022, titulado “Risk of Suicidal Behaviors and Antidepressant Exposure Among Children and Adolescents”, concluye que “los principales hallazgos de este metanálisis proporcionan cierta evidencia de que la exposición a antidepresivos parece tener un mayor riesgo de suicidio entre niños y adultos jóvenes” (Li et al., Frontiers in Psychiatry, 2022).
Ya a partir de 2004, la FDA ordenó a los fabricantes de todos los antidepresivos que revisaran el etiquetado de sus productos para incluir una advertencia que alertara a los profesionales de la salud sobre un mayor riesgo de suicidio (pensamientos y conductas suicidas) en niños y adolescentes tratados con estos agentes. 
“El riesgo de suicidio con estos fármacos se identificó en un análisis combinado de ensayos clínicos a corto plazo (hasta 4 meses) controlados con placebo de nueve antidepresivos, incluyendo los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y otros, en niños y adolescentes con trastorno depresivo mayor (TDM), trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) u otros trastornos psiquiátricos. Se incluyeron 24 ensayos clínicos con más de 4400 pacientes. El análisis mostró un mayor riesgo de suicidio durante los primeros meses de tratamiento en quienes recibieron antidepresivos. El riesgo promedio de estos eventos con el fármaco fue del 4%, el doble del riesgo con placebo (2%)” 
A pesar de la presencia de estos efectos adversos, cada vez se consumen psicofármacos a edades más tempranas y con cuadros más leves.
CAMPAÑAS DE PREVENCIÓN
Como consecuencia del surgimiento de esta nueva alarma -la adolescencia como etapa conflictiva, marcada por la violencia escolar o la depresión-, se planea proyectar en escuelas porteñas la serie ‘Adolescencia’ como espacio de reflexión y prevención. La mayoría de los episodios de violencia no son sólo sorpresivos para la víctima sino también para el mismo agresor, un impulso se apodera de él. Por tanto, cuando se detecta este tipo de tendencias impulsivas y antisociales en determinados sujetos, las intervenciones deberían ser individuales, en un espacio terapéutico. Es poco probable que una reflexión grupal logre inhibir rasgos de personalidad de tipo antisocial en un individuo. Por el contrario, la proyección de la serie ‘Adolescencia’ podría terminar ofreciéndoles a ciertos sujetos un modelo de identificación con el protagonista, reactivando fantasías latentes.
Hace décadas se consolidó la imagen mediática del adolescente como amenaza o víctima, pero la realidad suele ser mucho más simple: lo más frecuente en esta etapa es el surgimiento del primer estado de enamoramiento, no de la violencia.