Claves de la comunicación

Adiós a un periodista que defendió la buena escritura y el amor a los libros

Lo bautizaron Pingüino por su exagerado perfil y por aquella forma curiosa de caminar que muchos imaginaron era muy parecida a los torpes pasos que el actor Burguess Meredith daba en la serie televisiva Batman allá entre 1966 y 1968. Alfredo Serra se había acostumbrado a ese apodo y casi aseguraría que le gustaba, se sentía identificado, además sonaba a cariñoso, amigable. Ni siquiera en estos tiempos podría decirse que se tratara de bulling. Lo conocí en 1970 en la redacción de la revista Gente donde era ya un redactor con mucha experiencia. Fueron catorce años siendo compañero y amigo del Pingüino. Era un personaje dentro y fuera de la redacción. Ya se conocen sus grandes logros periodísticos, muchos de los cuales han vuelto a circular tras la publicación de las numerosas y elogiosas necrológicas que se han publicado desde su muerte a los 81 años, el pasado 22 de octubre.
 
Alfredo era un tipo que sobresalía por su enorme cultura bibliográfica y por una especie de incredulidad manifiesta que a veces lo hacía parecer un niño. En la redacción había muchas máquinas de escribir Olivetti, pero la del Pingüino era intocable. Preocupado porque siempre estuviera la cinta de dos colores, negro y rojo, porque a él le gustaba marcar las palabras que debían resaltarse (negritas) con color rojo. Entonces después de pasar por los correctores, las carillas tipeadas llegaban al linotipista encargado de pasar a plomo aquellos textos y el color los ayudaba a distinguir entre una y otra tipografía. Entre las muchas historia que Serra solía contarnos había una que ayudaba a definir su personalidad bohemia y hasta algo excéntrica. Contaba que él y su amigo de juventud, también convertido en periodista y crítico de cine, Rómulo Berruti, habían decidido comprarse un coche, con la particularidad que ninguno de los dos sabía conducir. Finalmente compraron el vehículo y le pidieron al vendedor que se los dejara estacionado en la puerta de la casa de Alfredo. Aquella maniobra que suena un poco rara tenía un objetivo, Rómulo y Alfredo usarían ese coche para irse a leer a paz, como un refugio literario. En invierno se arropaban con frazadas y alguna botella de ginebra. Un episodio que bien podría haber sido protagonizado por Macedonio Fernández, autor de extravagancias varias y mucho talento como escritor. 
 
El periodismo y Serra fueron casi una sola cosa. Lo suyo era pasión, verdadera vocación de contador de historias y un hábil detective de aquellos casos que tenían muchas sombras por iluminar. El Pingüinovbfue uno de los dos o tres mejores redactores que tuvo y tendrá el periodismo gráfico de nuestro país. Imaginativo y certero, sus entrevistas eran diferentes, les quitaba a los personajes cualquier coraza defensiva para dejarlos al desnudo y conseguir su propósito profesional. Obsesionado por la buena redacción, una vez corrigiendo el texto de un novato, se levantó de su silla, se puso colorado y gritó: "¿Quién es el animalito que tira las comas con salero?''.
 
NO ES PARA TODOS
Este texto no es homenaje, ni una crónica necrológica, es un repaso rápido por la vida de un tipo al que admiré y del que aprendí que ser periodista no es para todos, que hoy cualquiera se carga el título, pone la cara y ya está. El Pingüino me enseñó que el periodismo se sufre, se padece, es un castigo, pero también es una de las formas de vida más estimulantes que hay. El decía siempre "el que no lee no puede ser periodista'' y muchas veces sorprendía a los nuevos en la redacción y cigarrillo en mano, casi como distraído y les preguntaba cosas como estas: "¿Usted sabe quién es Chesterton?''. Y según la respuesta se iba murmurando: "Otro que va a terminar vendiendo camisas en Modart''. No toleraba que un periodista no leyera, él sabía que en los libros estaba la mejor escuela de redactores y parecía empecinado en que todos lo escucharan.
 
Recordar sus logros periodísticos es casi una reiteración, pero puedo enumerar algunos como su viaje a Vietnam, el encuentro de los rugbiers uruguayos perdidos en la cordillera, la entrevista en una cárcel boliviana al criminal de guerra nazi, Klaus Barbie, donde le hizo admitir sus crímenes atroces y elogiar la figura de Hitler. Después de un gran trabajo persuasorio consiguió reunir en la mesa de un bar de San Telmo a Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato, hasta ese momento, adversarios literarios. Serra tenía verdadera pasión por Borges a quien entrevistó varias veces y a quien leía y releía con verdadera fruición. 
Aunque insistía en repetir la frase que según él definía a los periodistas: "Somos plumas alquilonas'', se tomaba muy en serio su trabajo como comunicador. Hablaba poco del amor, salvo algunas pasiones que lo conmovían salidas de los clásicos rusos o de Gabriel García Márquez. Y un día supimos que tenía un amorío con una joven que comenzó como productora y luego incursionó como redactora, Marcela Lovey. Ella era más joven y a él no le gustaban muchos las bromas que le hacían en la redacción. Pero hasta hubo fiesta de casamiento que hicimos en casa de otra de las grandes redactoras del periodismo argentino, Renee Sallas. Fue un noche inolvidable en la que Samuel Chiche Gelblung, entonces jefe de redacción de Gente, mostró sus dotes de showman, Algo que le permitiría ganarse la vida cuando dejó el periodismo gráfico.
 
INCREIBLE INOCENCIA
Aquella redacción tuvo, a no dudarlo, los mejores redactores de toda una generación y sobre ellos, Alfredo, Renee y Mario Mactas. Hay muchas anécdotas donde el protagonista fue Serra y todas se basaron en su increíble inocencia para muchas cosas. Un día me llama Gelblung a su escritorio y me dice: "Vamos a hacer que Fidel Castro lo invite al Pingüino a ir a Cuba''. Chiche haría de Fidel y yo de un secretario cubano que le pasaría la comunicación. Suena el teléfono en el escritorio de Alfredo, lo atiende y yo pregunto en tono caribeño: ``¿Es usted don Alfredo Serra?''. El Pingüino lo confirma y le digo: `"o se quite usted del aparato que le paso la comunicación con el comandante Fidel Castro''. Toca el turno de Gelblung quien imitando a Fidel le anuncia más o menos con estas palabras: "Mucho gusto señor Serra, le llamo para invitarlo a visitar Cuba y tener un encuentro conmigo. Mi gente allí me dio las mejores referencias suyas y quisiera que los argentinos supieran algo más de Cuba y de mi a través suyo. Ya se pondrán en contacto con usted para arreglar los detalles del viaje. Encantado de conocerlo''.
 
La euforia del Pingüino no pudo disimularla. ¡Me llamó Fidel, me voy a Cuba!, repetía mientras corría hasta la oficina del Chiche para contarle la noticia. Gelblung lo felicitó y le dijo que había que ver si la editorial lo autorizaba. La alegría de Serra era demasiada y ahora había que ver quién le decía que era una joda. Se lo dijeron y renunció absolutamente ofendido. Unas horas después todo estaba arreglado y compartíamos un café en nuestro reducto favorito, el Florida Garden. 
Varios libros con sus historias periodísticas y alguna novela, profesor en la UCA, sábados jugando al futbolín con botones junto a Berruti y el repaso incansable por su biblioteca. Tenía 81 años, casi todos como un gran comunicador de sensaciones, su último trabajo fue en Infobae, cuando Daniel Hadad su propietario y alumno de Serra en la UCA, quiso tenerlo entre sus redactores y se dio el gusto. 
 
Su segunda mujer desde hace muchos años, Mara Sala, fue su apoyo incondicional. Fuimos amigos hasta que el destino me llevó a Europa. El Pingüino no era un tipo fácil, no se sentaba con cualquiera "a jugar al ajedrez'', le gustaba la gente inteligente, los que amaban sus bibliotecas, los que tenían respeto por el lenguaje y seguramente rodeado de esos personajes andará por arriba preguntándole a todos: "¿Usted leyó a Borges?''.