UN TEMA QUE EXCEDE LA MERA REFERENCIA SOCIO-ECONOMICA
Aclaraciones acerca de la conciencia social católica
A primera vista podría llamar la atención plantear la existencia de una “cuestión social” en tiempos de Jesucristo. ¿Acaso la Doctrina Social de la Iglesia no responde a problemas sociales concretos y ella, entonces, comienza en 1891 con la carta encíclica Rerum novarum (15 de mayo de 1891) de León XIII a propósito de la “cuestión obrera”?
Podría decirse, en cambio, que, dado que el hombre es social por naturaleza, siempre existió una potencial “cuestión social” a partir del pecado original. Porque dicha “cuestión” o “cuestiones” sociales no son otra cosa que la falta de conformidad de las acciones y estructuras sociales con la Revelación divina y la ley moral natural.
Hecha esta aclaración, puede hablarse de más de una “cuestión social” en los años de Jesucristo. Basta repasar los Evangelios para comprobarlo. Valgan algunos versículos: “Buscad primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33); “Entonces Jesús les dijo: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios»” (Mc 12, 17); “Después, levantado los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que a nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir»” (Lc 21, 1-4); “Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz»” (Jn 18, 37).
RESPUESTA
De esta manera, como puede apreciarse, la temática de la Doctrina Social de la Iglesia es algo más amplia que la mera referencia a lo socio-económico, en particular lo atinente a la riqueza o la pobreza. En este sentido, un texto de san Pablo VI en la carta encíclica Populorum progressio (26 de marzo de 1967) es ilustrativo como respuesta a una mirada reduccionista: “Se puede también afirmar que el crecimiento económico depende, en primer lugar, del progreso social; por eso la educación básica es el primer objetivo de un plan de desarrollo. Efectivamente el hambre de instrucción no es menos deprimente que el hambre de alimentos: un analfabeto es un espíritu subalimentado” (PP, 35; las negritas son mías).
En la carta encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), Benedicto XVI señala que “…se ha de subrayar que no basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre…” (CinV, 23).
Por otra parte, en todo conocimiento y acto de amor, “el alma del hombre experimenta un «más» que se asemeja mucho a un don recibido, a una altura a la que se nos lleva. También el desarrollo del hombre y de los pueblos alcanza un nivel parecido, si consideramos la dimensión espiritual que debe incluir necesariamente el desarrollo para ser auténtico.
Para ello se necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese «algo más» que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguir aquel desarrollo humano e integral, cuyo criterio orientador se halla en la fuerza impulsora de la caridad en la verdad” (CinV, 77; las negritas son mías).
MIRADA SALVIFICA
Esta temática integral de la que se ocupa la Doctrina Social de la Iglesia, a su vez, es considerada desde una mirada salvífica, es decir, teniendo en cuenta que ella es “instrumento de evangelización” (CA, 54), como enseña san Juan Pablo II en la carta encíclica Centesimus annus (1° de mayo de 1991).
A partir de lo dicho, puede entenderse mejor qué significa “conciencia social católica”. Ella se forma a partir de los principios sobrenaturales y naturales de la vida social. En un hombre con conciencia social católica conviven el espíritu de justicia con el de caridad, el amor por el bien común con el afecto por la iniciativa propia, el espíritu solidario con la búsqueda de la excelencia en las obras, el respeto por las capacidades del prójimo y de las familias con la actitud de auxilio en la necesidad.
Al fin de cuentas, un hombre con conciencia social católica contempla en su prójimo, pobre o rico, rústico o instruido, salvaje o cultivado, al mismo Jesucristo. Ver a Jesucristo en su prójimo lo aleja de todo prejuicio racista o clasista, de todo a priori condenatorio que no profundiza en las causas de la miserable condición humana. Deudores antes que acreedores, obremos la justicia animados por la caridad.