Aciertos y errores de la “zarina de la sovietología”

El recuerdo y el paso por la Argentina de Hélène Carrère d'Encausse.

Los intelectuales rusos exiliados durante la existencia de la URSS habían acusado reiteradas veces a los sovietólogos occidentales de superficialidad e incoherencia en el análisis de la situación allende la Cortina de Hierro.

Yo había pensado que Hélène Carrère d'Encausse, recientemente fallecida, iba a ser la excepción a esta regla. Porque a su solidez como investigadora la catedrática sumaba su conocimiento del alma y la cultura rusa “desde adentro”, dada su condición de hija de emigrados georgianos rusos. Sin embargo, así como acertó con su predicción sobre el desmoronamiento de la URSS, -lo cual le valió amplia fama en el mundo académico- erró crasamente en su evaluación de Putin como político racional.

Profundamente arraigada en Francia (al punto de negarle al escritor Alexander Solzhenitsyn la documentación familiar que poseía sobre la historia de la Rusia Zarista, por considerar que esos archivos pertenecían al país que le dio asilo a sus padres) Carrère d'Encausse, nacida como Zourabishvili, (la actual presidente de Georgia es su prima, Salomé Zourabishvili) llevaba empero su alianza en la mano derecha, a la usanza rusa, y no podía evitar un dejo de orgullo al deslizar que sus tres hijos también dominaban el idioma.

Conocida como “la zarina de la sovietología”, secretaria perpetua de la Academia Francesa, (siendo la primera mujer que ocupó este puesto), eurodiputada, directora del Instituto de Estudios Políticos de París, profesora de La Sorbona y autora de obras como “El Imperio Estallado”, “El Hermano Mayor” y “Ni paz, ni guerra”, fue invitada en 1987 a la Argentina por el profesor Julio Cirino. Oportunidad que aproveché para entrevistarla.
 

LA ENTREVISTA

-Usted tiene una pronunciación rusa muy límpida…

-Lo mismo me señaló Gorbachov, cuando en una recepción en París le dije que él se expresaba con acento aristocrático petersburgués, algo que evidentemente lo halagó e hizo que me retribuyera el cumplido. Su esposa Raisa, en cambio, habla en jerga soviética, lo cual, después de todo, no es de extrañar, por cuanto su título universitario es el de propagandista.

-Hablando de acento petersburgués, mucha gente en Rusia evita mencionar a la ciudad de Leningrado por su nombre actual y prefiere referirse a ella utilizando la denominación histórica de San Petersburgo.

-Es cierto. Y más aún. Yo conocí en Moscú a un profesor de historia medieval rusa, de unos 45 años de edad, que sólo admitía en calidad estudiantes suyos a aquellos que pronunciaban el ruso a la manera de la época de los Zares; quienes tuvieran acento soviético eran defenestramos por este docente.

-¿Se inscribe todo esto, a su juicio, en el mentado fenómeno del renacimiento de la conciencia tradicional rusa, que se abre paso a pesar del internacionalismo oficial?

- Si. Y es un fenómeno que realmente existe. Piense que en el último congreso de la Sociedad de Escritores cuyas jornadas fueron tan sólo parcialmente reflejadas en la “Literaturnaia Gazeta”, literatos que hasta ahora nunca atacaron al régimen comunista, como el poeta Andrei Voznesensky o el historiador Lijachov, dijeron que había que retomar el curso de la historia rusa que fue violentamente alterado en 1917 por una revolución importada, inspirada por extranjeros como Marx y Engels e instrumentada por hombres como Lenin, que aunque era un gentilhombre ruso, tenía una mentalidad totalmente apátrida. Si esto lo hubieran dicho los escritores tradicionalistas como Víctor Astafiev o Valentín Rasputin, no llamaría tanto la atención. Pero que lo haya sostenido un Voznesensky, que antes siempre fue acomodaticio, plantea un interrogante de si a Gorbachov ciertas cosas no se le están escapando de las manos.

-¿Esto vendría a implicar que el régimen comunista no logró crear, como se lo proponía, un nuevo hombre, una suerte de Homo Sovieticus?

- No, de ninguna manera ha podido modificar las esencias del hombre ruso, aunque es indiscutible que lo ha recubierto de una cierta pátina, típicamente soviética, que desaparecerá si las condiciones de vida en Rusia se tornan algún día más soportables. Esta pátina se nota mucho en los emigrados que han salido del país, vía Israel, en los últimos quince años. La característica principal de estos emigrados es la arrogancia, y al mismo tiempo la desconfianza. Como salen de un sistema en el que reina la delación, tienden a ver un agente de la KGB en cualquier otro emigrado que piense distinto, están todos peleados entre sí y no se adaptan en ningún lado. El escritor Siniavsky, por ejemplo, obtuvo una cátedra de literatura en La Sorbona, pero enseña exclusivamente en ruso, ya que en 20 años de residencia en París no se molestó en aprender el francés. Y son gente de trato muy áspero. En Nueva York, en la zona de Brighton Beach, donde muchos de ellos se han radicado, han ahuyentado del barrio a los negros y portorriqueños que allí residían. No cabe duda que las condiciones de vida bajó el socialismo los han encallecido. Pero repito: esto podría variar si cambia el régimen.

-Si cambia el régimen, si llega el fin del comunismo, esto significaría el fin del imperio, dice usted en “L’ empire eclaté”. En particular usted afirma que Ucrania se separaría del tronco ruso. ¿Cómo puede ser esto posible si los ucranianos comparten con los rusos la misma procedencia étnica, la misma religión, la misma historia milenaria y casi el mismo idioma?

- Paradojalmente, el fenómeno del separatismo ucraniano es una consecuencia directa de la política del gobierno soviético, que a partir de la revolución de 1917 fomentó de todas las maneras posibles un sentimiento nacionalista ucraniano, hasta entonces inexistente. El gobierno bolchevique llegó incluso a enseñar el dialecto ucraniano a maestros de la anteriormente llamada Pequeña Rusia, que lo desconocían, para que estos pudieran propagarlo. Esto se hizo siguiendo la célebre fórmula de “divide en impera”, en esos años en que el gobierno soviético no estaba todavía suficientemente consolidado. Pero ahora la situación amenaza con desmembrar al antiguo imperio ruso, en caso de que la dictadura comunista desaparezca. Es que Ucrania, o la Pequeña Rusia”, tiene todo lo que necesita para el autoabastecimiento. La Gran Rusia, en cambio, necesita de las ubérrimas tierras ucranianas.

-¿Cual es la actitud del gobierno central frente a estas tendencias centrífugas?

- Le doy un ejemplo. El famoso proyecto de invertir el curso de los ríos siberianos para irrigar las tierras del Asia Central fue abortado no porque fuera una aberración desde el punto de vista ecológico -que lo era- sino para evitar dar mayor fuerza política a esas regiones. Al gobierno soviético le importa no compartir el poder; la ecología lo tiene absolutamente sin cuidado.

-¿Y que piensa el ruso medio con respecto al potencial separatismo de la periferia?

-Yo escuché decir a más de un ruso que, en realidad, los colonizados son ellos, y no Uzbekistán o Kazajistán. Y hasta cierto punto tienen razón, porque es un hecho que en la Rusia central se vive peor que en las repúblicas de la periferia. Esto es así, porque permanentemente el gobierno soviético está trasvasando recursos desde la Gran Rusia hacia la periferia; particularmente a las regiones de Asia Central, que tienen una tasa de natalidad muy alta. Esto sigue pasando ahora, en la época de la “glásnost”.

-Incidentalmente, ¿podría decirme por qué en Occidente “glásnost” se traduce en forma errada como transparencia, siendo que en realidad significa “hacer públicas las cosas”?

-Muy simple. Occidente aceptó dócilmente una falsa traducción proporcionada por los mismos soviéticos. ¿Por qué? Porque los soviéticos quieren hacer creer al mundo exterior que están en los de cambios mayores de aquellos a los que en realidad se han abocado, que consisten en informar a los habitantes del país -es decir “hacer público”- el estado calamitoso de su economía. Gorbachov permite esto, entre otros motivos, porque sabe que, de todas maneras, el ciudadano soviético se entera igual, ya que escucha permanentemente, a pesar de las interferencias, las radios occidentales como “Voice of America “, “Radio Liberty”, la BBC o la Deutsche Welle. Para Gorbachov es relativamente fácil dejar que los diarios hablen de “perestroika “ y de reformas. Lo difícil va a ser implementar realmente esos ajustes que van a aparejar mejoras salariales para unos pocos y bajas en los sueldos para la inmensa mayoría, así como producirán también una gran cantidad de desocupados.

-¿Por qué las reformas? ¿Por qué Gorbachov se propone cambiar las cosas?

-Por empezar, no fue Gorbachov quien decidió encarar las reformas. La necesidad de realizar cambios profundos ya había sido planteada a principios de la década del 80 por el finado Brezhnev, quien en una asamblea plenaria del partido comunista reconoció que todo funcionaba patas para arriba. El admitió que los resultados económicos no eran para nada brillantes, al revés de lo que aseguraba la propaganda oficial, y dijo que el crecimiento económico estaba descendiendo al 1 por ciento. Pues bien, cualquiera que sepa como se “cocinan” las estadísticas soviéticas comprenderá que, en realidad, Brezhnev estaba diciendo que el índice del crecimiento rondaba el cero. De ahí que llegó a la conclusión de que había que cambiarlo todo.

-Pero murió poco después…

-Así es. Sin embargo, su sucesor, Andropov, hizo el mismo tipo de análisis y reelaboró la cuestión de las reformas. Fue bajo su gobierno que en Georgia de llevó a cabo el experimento de reconstruir la economía al estilo húngaro. Pero Andropov se enfermó gravemente y, en general, todo el grupo que estaba en el poder ya era demasiado viejo. Así y todo, Andropov tuvo tiempo de apuntalar la estrella ascendente de Gorbachov, para que los cambios se llevaran adelante de todos modos.

-¿Qué tipo de análisis llegó a hacer Andropov?

-Encargó un estudio a un grupo de economistas de Nobosibirsk, cuya principal redactora fue Tatiana Zaslavskaia. Sus conclusiones fueron muy radicales. En primer lugar, se arrribaba a la conclusión de que centralizar todo era un mecanismo que quizá podía aplicarse en un país atrasado y arrasado, pero que, en definitiva, a fines del siglo XX, no era otra cosa que un sistema imbécil. En segundo lugar, se aseveraba que, si la Unión Soviética desea entrar al siglo XXI siendo algo más que un país apenas desarrollado, había que reformar todo el sistema. Pero en tercer lugar se llegaba a la conclusión de que reformar el sistema era algo menos que imposible, por cuanto la burocracia del partido comunista perdería el poder, pero también porque la oposición mayor provendría de la sociedad, que a lo largo de todas estas décadas de había acomodado de alguna manera a un estado de cosas donde todo funciona al revés y que había aprendido a resarcirse económicamente “por izquierda “.

-Con este cuadro de situación asume Gorbachov…

-Asume el poder con un mandato buen claro: debe poner en orden un sistema donde la corrupción es enorme, lo empapa todo, de pies a cabeza, y donde todos se han acostumbrado a esa corrupción. Esta trágica corrupción está comenzando a invadir incluso la esfera militar, y si sigue así, el colapso total sobrevendrá en no más de 10 o 15 años.

-La cuestión es ¿hasta que punto es posible tomar medidas correctivas sin destruir el socialismo?

-Exactamente. Porqué Gorbachov fue elegido por los jerarcas soviéticos justamente para reconstruir el sistema, pero salvando al socialismo. La pregunta es: ¿hasta que punto él mismo está de acuerdo en no pasar ese límite, o sea no tocar la economía centralizada y la colectivización? Los economistas Zaslavskaia y Aganbeguián sostienen qué hay que diferenciar la lógica económica de la lógica política. Pero si se hace esta separación, a la larga el partido comunista va a perder la mayor parte de su poder. Si se admite esta dicotomía, las personas que manejan las actividades económicas van a constituirse en un poder paralelo. O sea que el poder no sólo se dividirá, sino que habrá una confrontación.

-Pero Gorbachov no adoptó todavía la postura de las “dos lógicas”…

-Todavía no. Gorbachov comenzó las reformas por lo más coherente: tratar de minar a la burocracia. Asumió en marzo de 1985 y menos de un año después tuvo lugar el congreso del partido comunista que él aprovechó para relevar a una masa de gente que no respondía a las necesidades del momento. Hay que pensar, había en los cargos gente que superaba los 60 y hasta los 80 años. Eran generalmente personas de una formación intelectual muy primitiva que habían trepado en los años en que Stalin masacró a miles de miembros del partido - así como a millones que no lo eran.

-¿Ofrecieron resistencia a Gorbachov?

-No. Fue fácil echarlos, porque había una gran ansia de las nuevas generaciones de dirigentes por pasar a ocupar los puestos de mando y reinaba la convicción generalizada de que los reemplazados eran simplemente unos imbéciles. Sin embargo, a pesar de que el gobierno se renovó, ya el mes pasado Gorbachov salió a vituperar públicamente a la nueva camada por su inoperancia. Es que una cosa es cambiar a los funcionarios y otra, muy distinta, cambiar los hábitos. En definitiva, las cosas no han mejorado, pero con el agravante de que ahora en los cuadros dirigentes ha aumentado la cantidad de personas que tienen fundadas razones para temerle a Gorbachov, ya que saben que él no está satisfecho con su desempeño. Por eso ahora Gorbachov está pasando por su momento más difícil, yo diría que por un punto de inflexión decisivo.

- ¿Y cuál es la situación en las capas más bajas de los estratos directivos?

-Es adversa a los planes de Gorbachov. El cambió a todo el Politburó, con la excepción del ucraniano Scherbitzky, a quien no se animó a tocar, renovó ampliamente las filas del Comité Central del PC y las del gobierno, pero le cuesta mucho más renovar a los dirigentes de segunda línea que están abroquelados en sus distintas localidades. Una situación parecida fue la causa de la defenestración de Nikita Kruschev, cosa que, empero, no le puede suceder por ahora a Gorbachov, puesto que cuenta con el apoyo de la KGB.

-Hasta ahora el poder en la Unión Soviética siempre se ha sustentado sobre un trípode, cuyas patas eran el partido, la KGB y el ejército. ¿Sigue vigente ese esquema? ¿No se ha debilitado acaso la posición del ejército al no tener ahora a ninguno de sus miembros en el Politburó?

-El ejército también apoya a Gorbachov, porque necesita que las reformas se lleven a cabo. Y no ha perdido fuerza. Es cierto que fue echado el ministro de Defensa Sokolov, a quien reemplazaron por el ignoto general Iazov. Pero las fuerzas armadas tienen ahora en el Politburó a alguien que las representa mejor que cualquier general: Zaikov, un especialista en industria bélica que viene a ser ahora lo que antes era el ministro de Defenda, Ustinov.

-¿Las reformas de Gorbachov apuntan también al sector agrario?

-No. Se piensa que ya es demasiado tarde para poder reconstruir la vida agraria, tan desmantelada está. Solo se pretende incentivar a los campesinos para que vendan sus productos en los mercados oficiales. Sin embargo, Gorbachov reconoce que lo que se hizo con los campesinos al introducir coercitivamente los “koljozes” fue una aberración. Después de todo, Gorbachov es hijo de unos simples campesinos.

- ¿Y en cuanto a la industria?

- Se le quiere dar autonomía, que haya menos centralización, pero al mismo tiempo se pretende salvaguardar la planificación central. Esto es una paradoja. La economista Papkova ha explicado recientemente en un trabajo que la alternativa es: el plan o el mercado. Que una cosa no es compatible con la otra, y que en una sociedad socialista lo que corresponde es la planificación y no el mercado.

-Pero en Hungría de alguna manera coexisten…

-Por empezar, allí las escalas son muy pequeñas, lo cual permite un control muy ajustado, que sería imposible en la inmensa Rusia. Además en Hungría el comunismo se estableció casi treinta años más tarde que en Rusia y la situación está allí menos anquilosada. Por otra parte, Hungría tiene como reaseguro la existencia de un hermano mayor: si las cosas se van de las manos, siempre están los tanques de la Unión Soviética para reencauzarlas. En cambio si las cosas se escapan de las manos en la propia Rusia, es el fin del comunismo.

-¿Y la experiencia china?

-Es justamente el mejor ejemplo que citan aquellos funcionarios soviéticos que no quieren las reformas. Ellos señalan que la liberalización económica desembocó allí en las manifestaciones estudiantiles de Shanghai y otras ciudades. Toda la nomenklatura soviética está de acuerdo en que hacen falta cambios, pero la cuestión es: ¿de qué alcance? Cuál es el límite?

-Hagamos un poco de futurología. ¿En que termina todo esto?

-Yo veo cuatro escenarios posibles. El mejor de todos, a mi juicio, consistiría en que el proceso desemboque en la dictadura unipersonal de Gorbachov, con la consiguiente eliminación de la función directriz del partido comunista. Es la mejor variante porque toda dictadura personal termina con la muerte del dictador y cedé pasó a algún tipo de transición hacia un régimen más o menos normal. En tanto que las dictaduras del partido comunista, ya se sabe que, son incapaces de evolucionar. La segunda posibilidad es que, al ir Gorbachov demasiado lejos en sus reformas, sea echado. La tercera es que se quede corto con las reformas internas, pero que asiente su permanencia en el poder con logros en el frente externo. La cuarta posibilidad es que lo Brezhnevicen”, lo transformen en un Brezhnev, colegiando el poder.

-¿Y la más probable de todas ellas?

-Lamentablemente, la tercera.

AMO DEL KREMLIN

Aquí Carrère d'Encausse pifió, ya que la respuesta correcta resultó ser la segunda. Como también pifió años más tarde en su analísis de Putin. Fallecida a los 93 años de edad, la historiadora alcanzó a rectificar su postura sobre el actual amo del Kremlin, a quien habia tratado con benevolencia en años anteriores. La invasión a Ucrania - que ella calificó de aberración - la llevó a la vereda de enfrente y hasta llegó a canalizar ayuda financiera de la Academia Francesa para la ciudad ucraniana de Chernigov. Su explicación por la marcha atrás fue: “En los últimos tiempos Putin evolucionó hacia el Homo Sovieticus”. En realidad, chère Madame, Putin nunca había dejado de serlo.