LA BELLEZA DEL ARTE

Acerca de aljamias y efectos droste

Por Danilo Albero

Un tipo de narración, que no tiene un género para definirla, es la historia recurrente. De ella hay dos relatos muy conocidos; uno, habla de un perro que robó un hueso y el cocinero lo mató de un cucharonazo, los perros amigos lo enterraron llorando y en su lápida grabaron: “Un perro robó un hueso y el cocinero lo mató de un cucharonazo, sus amigos perros…”.

El otro, ya en forma de canción con variantes en alemán y en inglés, es Hay un agujero en mi balde, la versión de Harry Belafonte de There’s a Hole in the Bucket dear Liza es para escucharla.

Ya en narrativa, “Continuidad en los parques” de Julio Cortázar es la forma más acabada de relato usando esta técnica, que en diseño gráfico es conocida como “Efecto Droste”; en heráldica, pintura y literatura, mise-en-abyme (puesta en abismo) y, en el campo de las matemáticas, Cinta de Möbius; el artista Escher la incorporó en muchas de sus obras.

Desde niño, me llamaron la atención las ilustraciones con el efecto de mise-en- abyme, aunque por aquellos años ignorara su nombre, y la relacioné con el mundo de los sueños recurrentes. Es la figura que se repite a sí misma una dentro de otra, como las matrioskas rusas; efecto semejante se da cuando nos vemos reflejados entre dos espejos enfrentados. Y esta imagen vertiginosa aclara, per se, el significado; el vocablo “abismo” deriva del griego ábyssos (sin fondo) y, por ende, insondable.

Mi primer contacto con estas imágenes fue el, por aquellos años, marbete de aceite Cocinero ─”De todos el primero”, decía la propaganda radial─ donde, si no me fallan los recuerdos, se veía un cocinero con sombrero de cocinero, sosteniendo una botella de aceite Cocinero en cuya etiqueta tiene un cocinero con…

Otra marca famosa con este esquema es la todavía vigente propaganda de quesos francesa La Vache qui rit, diseño lanzado hace ya un siglo. También por aquellos años la firma holandesa Droste lanzó su cacao en polvo, en cuyas cajas se veía una monja con una bandeja que tenía su imagen usando el mismo tipo de diseño, por lo cual la puesta en abismo también es llamada “Efecto Droste”.

Todos anticipados en el siglo XV, cuando el pintor belga Jan Van Eyck, se adelantó al utilizar este recurso en Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa.

VIAJES ONIRICOS

Ya en el mundo de los sueños recurrentes, aparte de ser miembro activo del club de sus cultores -mis viajes oníricos harían las delicias de más de un profesional si me acostara en el diván y empezara a hablar-, mi ignorancia sobre sus mecanismos, estudios e interpretaciones sobre el impacto en la sique humana es enciclopédica.

Hay relatos de sueños e intérpretes desde la época de Homero, y antes, y en todas las culturas de las que se tenga conocimiento; entre otros herederos, hoy tenemos el significado de los números en la quiniela, así, si a uno mientras duerme lo visita el nono fenecido, ya sabe que tiene que jugarle al 48.
Mi gallináceo vuelo del mundo de los sueños -jugarle al 25, “la gallina”, al igual que el 48, en la quiniela- se remite al universo con el cual me relaciono, literatura e imagen; hay infinitos casos de su influencia en el arte.

Sueños tuvo el bíblico faraón, que supo interpretar José, y el Rey Rojo en Alicia a través del espejo. Ya menos mitológico y poco literario, es conocido el caso de una pesadilla de James Cameron que lo llevó a filmar la segunda parte de Terminator -con lo cual la pesadilla resultó en otra con el bodrio resultante en la pantalla; muy al estilo de los que suele frecuentar este director-.

Otras pesadillas inspiraron a Robert Louis Stevenson para escribir El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde y a Mary Shelley de la cual resultó la novela Frankestein. En “La noche boca arriba” y “El sur”, Cortázar y Borges incursionan en el mundo onírico; los pintores surrealistas llevaron al lienzo este mundo, de todos ellos me acude Sueño causado por una abeja alrededor de una granada, un segundo antes de despertar, de Dalí.

En Metamorfosis, Ovidio cuenta que Morfeo, dios de los sueños tuvo muchos hijos y ellos rigen nuestro mundo a la hora de dormir, de ellos se destacan: Icelón que se convierte en pez, ave, fiera, insecto o reptil; Fántaso, que tiene artimañas diferentes, asume la forma de tierra, fuego, roca, agua, madera y todo aquello que no tiene aliento vital; Morfeo quien remeda el timbre de voz, palabras, vestidos y manera de andar de los humanos. Los tres llamarán la atención de Borges quien dio sus características en el poema “Proteo”:

“Urgido por las gentes asumía
la forma de un león o de una hoguera
o de árbol que da sombra a la ribera
o de agua que en el agua se perdía
De Proteo el egipcio no te asombres,
tú, que eres uno y eres muchos hombres”.
 

ESQUIVA FORMULA

Mi universo onírico literario me remite a los años de ingeniería, concretamente a Química Orgánica, y los dos sueños recurrentes de August Kekulé. Él, junto con sus pares buscaba, determinar la esquiva fórmula del benceno, cuya molécula tiene 6 átomos de carbono y 6 de hidrógeno y no correspondía a ninguno de los enlaces químicos conocidos hasta ese momento. En 1855, luego de conversar con un colega del problema sin solución regresó en tranvía a su casa; durante el viaje, echó una cabezada y vio un baile en forma de ronda de átomos de carbono y de hidrógeno.

Siete años después, viendo danzar las llamas de la chimenea, hizo una pequeña siesta y retomó aquel distante viaje al reino de Morfeo, ahora, los átomos entrelazados bailaron una cuadrilla -similar a nuestro Pericón Nacional-, sólo que el de Kekulé fue de tres parejas. Resultas de estas flâneries oníricas, él pudo esquematizar la fórmula de la estructura circular de la molécula del benceno.

Por otros rumbos, el mundo de los sueños es parte de mi infancia cuando leía el cómic El pequeño Nemo en el país de la duermevela (Little Nemo en Slumberland) de Winsor McCay, que recuperé, en los años que viví en Brasil en una bella edición en portugués.

En el universo de la palabra escrita y la imagen, la relación de Simónides: “La poesía es pintura que habla y la pintura poesía muda”, nos lleva a un punto de cruce de dos formas posibles de narrar, con el pincel o la pluma, otro término que me acude de esta relación es derivado de una palabra árabe y de allí adoptada en español en los siete siglos de la ocupación árabe de la península.

Agamiyya (entre otros matices: “lengua extranjera”) alude a la lengua hablada por los cristianos, pero ─mucho más interesante por aquellos siglos, a composiciones en español, escritas en caracteres árabes o hebreos, y estrechamente relacionada con los sueños y l mise-en- abyme.
Hoy la llamamos aljamía.