Absolutismo democrático
Señor director:
Dos hechos recientes parecen indicar que el gobierno está cada vez más convencido de que su poder es omnímodo y que las invocadas fuerzas del cielo convierten al Presidente en un nuevo mesías si no de la humanidad (como pregona a veces) por lo menos de la Argentina.
Con un intempestivo decreto pretendió borrar de un plumazo cualquier intento de investigar los hechos históricos que difieran de su sesgada concepción de la realidad del pasado de la Argentina.
Se olvida el Presidente que una básica regla impide derogar mediante un decreto lo establecido por las leyes, que en este caso son las que crearon la mayoría de esas instituciones.
No dudó en demoler toda investigación sobre San Martín, Belgrano, Rosas, Perón, para adueñarse del pasado acontecer de la Patria poniendo bajo la órbita de su gobierno los Institutos que así podrá censurar a su gusto.
No le basta a Milei la Historia de Mitre que desechó y tergiversó en su momento varios documentos aportados por Balcarce para escribir su historia oficial, ni las mentiras “a designio”, que Sarmiento confiesa impunemente al general Paz, haber escrito en su Facundo, con aviesos propósitos para denigrar al caudillo. Esta flagrante medida dictada a la vista y paciencia de toda la sociedad parecería prueba de que su autor cree que está amparado por una impunidad absoluta, tal como lo hizo el kircherismo apropiándose de los grandes próceres como si fueran ejemplo del populismo socialista que pregonaban.
El otro hecho, que no afecta al pasado sino al presente, se refiere a una medida tomada por quien proclama la libertad a ultranza, al poner condiciones incomprensibles a los periodistas acreditados en la Casa de Gobierno, al punto de no permitirles circular por los pasillos o vestir sin cumplir los códigos de etiqueta arbitrariamente estipulados, aun cuando la elegancia del primer mandatario no es precisamente la de un dandy.
También se determina cuántos y quiénes podrán asistir a las conferencias de prensa, mientras el propio Presidente se da el lujo de pasarse seis horas en el programa de Gordo Dan, su más fiel adulador, despotricando, insultando y descalificando de manera vergonzosa a quien se le da la regalada gana.
No hay duda de que estas medidas son más propias de un déspota que la de quien se proclama libertario, aunque si cuadran al calificativo de anarco, como él mismo se define.
Todo esto me recuerda a aquel que vociferaba diciendo: “El librepensamiento proclamo en alta voz y muera el que no piensa igual que pienso yo”.
Juan Martín Devoto
DNI 10.625.501