El rincón de los sensatos

A.F. se cierra el saco

Felizmente, después de habernos provocado tanta vergüenza ajena, el Primer Mandatario ha llegado a un estado que le permite abrocharse el saco. No es que logre así un inalcanzable aspecto distinguido; pero al menos escapa a esa vulgaridad del abdomen prominente que quiere consolarse con un cinturón cada vez más bajo -allá por las verijas, se diría en el campo- que surje de no agregar un solo ojal para convencerse de que se mantiene la línea.­

En fin, sea por dieta, sea por gastritis crónica, tenemos un Presidente más presentable. ­

Así y todo, aunque crea que convence a las autoridades de otros países con esos manoseos de papelón que les propina, a nadie escapa su triste empeño en la sumisión, su inaudita sujeción a la perversidad de la Vicepresidente que lo ha ungido y cascotea con frecuencia implacable.­

El actual senador Parrilli parecía el prototipo máximo de esa degradación, por encima del legendario Héctor Cámpora. Pero Fernández lo ha superado. Sin duda va a quedar en la historia como campeón; pero -nadie se engañe- no es el sufrimiento que debería acompañar a ese tipo de rebajes el que provoca gastritis crónica. La medicina psicosomática ha atribuído las úlceras -en particular las duodenales- a las diferentes categorías de stress. La gastritis crónica es distinta y responde habitualmente a otras etiologías.­

Por lo común, detrás de una gastritis crónica hay abusos medicamentosos (analgésicos, corticoides.) o alimentarios (condimentos excesivos y, muy particularmente, alcohol). A eso apunta en primer lugar un médico de guardia cuando atiende a un enfermo con gastritis crónica que se ha reagudizado con sangrado. Y, siguiendo con los paralelos automovilísticos, a ese tipo de control alude cuando aconseja -como pasó con el Presidente- que ``se baje un cambio''.­

Bienvenida entonces la sugerencia que, de seguirse, reducirá el riesgo de hígado graso y después cirrosis, favorecida por la mala absorción debida a la gastritis. ­

Que el Presidente pueda seguir abrochándose el saco. Algo es aunque por otro lado, no se vaya a creer: del bochorno de la pública y reiterada sumisión no se vuelve.