En primera persona

A tres años de la partida del Dr. Badeni

Por Jorge Vanossi

Cuando fallece un amigo las emociones se convierten en lágrimas y en un no entender o no querer aceptar que es verdad que él ya no está. A ese desconcierto y profundo dolor hay que sumarle que mi querido amigo partió, a la Casa del Señor, en plena pandemia cuando la atención médica estaba saturada y abocada a los casos de Covid 19 y por ende resultó muy complejo realizar las atenciones médicas y tratamientos que él necesitaba por otras razones de salud. Pero, ese año ‘negro’ además me privó de poder despedirme de Goyo. Al igual que le ocurrió a ´todos los que sufrieron pérdidas irreparables.
Esa no despedida, ese no poder acompañarlo a su última morada provocó un vacío, una incomprensión, un desconcierto, un dolor que aun hoy perdura en mí y que lo siento con la misma fuerza de negación que cuando recibí la trágica noticia.
Rememorar lo que fue nuestra amistad personal, nuestra vida académica, nuestras largas charlas y ese apoyo mutuo que siempre tuvimos me resulta imposible plasmarlo en este breve artículo dedicado a su memoria a tres años de ausencia física.

LA CASA DE SOLIS
Nos conocimos en la vieja casa de Solís de mí gran maestro Segundo V. Linares Quintana del que fui su discípulo. En una de las tantas visitas a Solís –como acostumbramos a llamar a su casa- y donde siempre veía a su adorada hija Elena, por cierto una joven muy hermosa que irradiaba alegría, El Maestro me dijo: ‘’Te voy a presentar a alguien que promete ser una gran jurista y que es el prometido de mi hija’’.
En ese momento, hace ya más de cincuenta años, lo vi a Gregorio por primera vez alto, elegante, gallardo y de pocas palabras pero siempre justas y en los momentos precisos. De ese noviazgo y posterior casamiento nacieron sus dos hijas Mariana y Alejandra que, como no podía ser de otra manera, son el retrato viviente de Elena y Gregorio.
A partir de ese momento, nos unió una entrañable amistad y nuestro común interés por el constitucionalismo democrático que nos vinculó hasta su final cuando nos encontrábamos plagados de proyectos.
Sólo podíamos hablarnos por teléfono, era lo único que teníamos permitido –en el 2020- más aún nosotros los mayores, pese a que nos separaba no tanta distancia. De repente, cesaron sus llamadas y yo no lograba comunicarme con él hasta que llegó la fatídica noticia. Todavía guardo, en mi celular, su último mensaje.
La última vez que nos vimos físicamente fue en agosto de 2019 con motivo de mis 80 años, quién podía imaginar que no existiría otro encuentro; llegó el verano y cada uno estuvo en su lugar en el mundo Goyo en Claromecó y yo en Mar del Plata, nos hablábamos para comentarnos los vaivenes políticos de nuestro país y del mundo sin darnos cuenta que se venía una pandemia. Uno de los motivos que me impulsó a escribir estas líneas es que este año Goyo hubiese cumplido sus 80 años.
Nuestra amistad estuvo plagada de viajes a simposios, congresos, conferencias, doctorados, clases en universidades, innumerables distinciones, premios académicos, miembros de jurados tanto de concursos como de premios como -por nombrar uno- el de periodismo judicial organizado por Adepa.
Pero nuestra pasión, el lugar que nos permitía desarrollar todas nuestras inquietudes intelectuales, sin lugar a dudas, fueron las Academias Nacionales. Ambos compartimos, en calidad de académicos de número, las Academias Nacionales de Ciencias Políticas y Morales y la de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires en las que ambos fuimos Presidentes como, así también miembros de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y la Real Academias de Derecho y Jurisprudencia de España y tantas otras de queridos países.
Siempre codo a codo, con un constante apoyo mutuo y ausente de cualquier rivalidad sino todo lo contrario sabíamos que juntos éramos mejores.
Gregorio Badeni fue todo: profesor titular, doctor en Derecho, profesor emérito, jurista, académico, autor de quince libros indispensables para el estudio del Derecho Constitucional. Recibió innumerables distinciones y premios tanto nacionales como extranjeros. Para ello sólo basta ver su currículo en Internet. Pero ante todo fue mi amigo.
Ese amigo que amaba profundamente a sus hijas, que hoy siento como propias, fue un gran -creo que el mayor- defensor de las libertad de prensa, lo derechos y garantías.
Goyo querido, un abrazo al cielo y hasta que nos volvamos a ver.