¿A quién le puede importar? Mozart no sirve para nada

Por José Militano *

Poner un espectáculo de música clásica en el circuito comercial no es una idea fácil de defender, menos aún en contextos de incertidumbre y malhumor. Pero si un lunes están paseando por Avenida Corrientes, se desvían por el Pasaje Discépolo y se acercan al Teatro Picadero, encontrarán una feliz excepción. Digo esto con vanidad, porque la idea de salir airosos de una quijotada es muy satisfactoria.

Hace unos meses, la pianista Fernanda Morello me propuso armar, con producción propia, una obra dentro de un concierto, o un concierto dentro de una obra. Nos inspiraríamos en la amistad del absurdamente famoso Wolfgang Amadeus Mozart con la tristemente olvidada Barbara Ployer, una estudiante a quien le dedicó dos conciertos para piano y orquesta. El actor Marcos Montes sería Mozart y ella tocaría uno de estos conciertos (el número 17) junto a un ensamble de ocho músicos.

Lo que al principio era un delirio tuvo luego una forma, un equipo, un escenario. Y a pesar de un panorama que no aclaraba, ensamblamos finalmente nuestra fantasía musical. Le pusimos ‘Mi querido Señor Mozart', logramos estrenarla y la gente vino (y todavía viene). Pero en la vanidad del recuento quijotesco estoy obviando un lugar que muchas personas atraviesan cuando se embarcan en un proyecto: hay momentos en que no sólo pensamos que no es posible sino también que no vale la pena. Nos desanimamos al punto de afirmar que lo que estamos haciendo no tiene ningún tipo de valor, que no sirve para nada. ¿A quién le puede interesar venir a ver esto? ¿A quién le puede importar Mozart en este momento?

Pero la cultura es una conducta involuntaria, un acto reflejo común a todas las sociedades. Y persiste aun cuando pueda parecer, en tiempos difíciles, un gesto fútil. Pensamos: ¿por qué insistir en aquello que no es meramente útil? ¿No es la belleza, al fin y al cabo, un modo de frivolidad? Y, sin embargo, cada día alguien insiste en ponerse ropa distinta para ir a trabajar al lugar de siempre. Alguien insiste en cocinar durante horas un plato que desaparecerá en minutos. Alguien insiste en recrear la Viena del siglo XVIII para traer a Mozart y Barbara a la vida.

En cada función, cuando comienza la música, nuestras dudas desaparecen; es evidente que hay en ella una lumbre esperando ser encendida. Si un lunes de otoño la ven de lejos, ojalá puedan acercarse. Su cobijo dura sólo un momento, luego hay que seguir camino. No sirve para nada. Pero brillar, brilla.



* Dramaturgo y director de ‘Mi querido Señor Mozart’, que sale a escena los lunes a las 20 en el Teatro Picadero (Pasaje Discépolo 1857). Localidades por Plateanet.