A propósito de Cornelio Saavedra

Para el lector de La Prensa, que a veces me considera bien y otras no, a consecuencia de algunas notas sobre la actualidad, hoy voy a defraudarlo. El presente artículo remite a la historia, sin la menor intención de proyección al presente. De modo que, o para aquí la lectura o se sumerge, ahora mismo, en los tiempos pasados.

Resulta que el 30 de mayo apareció en este matutino una nota de mi amigo, Pablo Vázquez, sobre la figura del presidente de la Primera Junta de Gobierno, don Cornelio Saavedra. No pretendo un debate con el autor de marras, sino, que su aporte me sirve de disparador, pues su artículo y sus citas de autores me permiten omitir lo ya dicho y avanzar con mis ideas.

Vázquez, evidentemente saavedrista, realiza un barrido historiográfico de aquellos hombres, que, en sus libros, trataron bien a Saavedra y de otros que lo trataron mal. Sin nombrarlos, pues no es el objetivo de esta nota, podríamos sintetizar lo observado por Vázquez del siguiente modo: los historiadores liberales del siglo XIX, los nuevos liberales del XX, los marxistas clásicos y los de la izquierda nacional, más los neo revisionistas, no lo quieren a Saavedra y ponderan a Moreno, como la expresión más clara de la Revolución de Mayo. Por su lado los revisionistas clásicos, nacionalistas, se identifican con Saavedra.

La primera cita que Vázquez utiliza para llevar agua al estanque farragoso de los que valoran a Saavedra, es la de Hugo Wast, un nazi confeso. ¿Que irradia Saavedra que un nazi exaltado lo pondera? ¿Hay características de Saavedra asimilables al nazismo? En principio diría que no, el nazismo fue un movimiento de masas revolucionario que destruyó las instituciones. Saavedra, por el contrario, participó en ellas, las creo. ¿Entonces? Lo que nos queda es que la exaltación de Saavedra, por los nacionalistas, tiene más que ver con el espanto que provoca Moreno, que con el amor a don Cornelio, pues equivocadamente, el nacionalismo, asocia a Moreno al liberalismo iluminista de impronta jacobina. Un Robespierre criollo. ¡Gran error! Desarrollar en plenitud el tema es imposible en un artículo periodístico, ya lo traté en un libro de mi autoría, de modo que diré solo algunas cosas para encuadrar lo que creo corresponde.

 

ANTES DE LAS INVASIONES INGLESAS

Existía en Buenos Aires, allá por 1804, un grupo de hombres que se reunían en el café de Marco. Eran espías británicos, que fungían como comerciantes: James Burke, Tomás O´Gorman, Guillermo White, y porteños como Juan J. Castelli, Saturnino Rodríguez Peña, Aniceto Padilla, Juan Martín de Pueyrredón y Santiago de Liniers, entre otros. Conspiraban para alcanzar la independencia de España con apoyo británico. El asunto era delicado, en virtud que siendo el Virreinato del Río de la Plata parte de España, debíamos guardar la misma política exterior que la península, esto es, una franca y abierta enemistad con Inglaterra, porque esa era la política exterior de los Borbones, al menos, en los últimos cien años. Cuando los ingleses llegaron en junio de 1806, el grupo de conspiradores, excitados por la proximidad del poder, pues aspiraban a ser las nuevas autoridades, con apoyo británico, procuraron conocer las intenciones de los ingleses: ¿apoyarían la independencia o nos tomarían como colonias? Castelli y Pueyrredón pidieron a los jefes militares británicos que aclararan la situación. Los ingleses mismos estaban trabajados por estas diferencias puesto que no tenían la misma opinión los Tories y los Whigs (los dos partidos ingleses). Los primeros pugnaban por la independencia americana y los segundos transformarnos en colonias. La oficialidad británica, en la primera invasión, estaba dividida: Beresford opinaba como los Tories; Pophan y Pack como los Whigs.

La actitud de Liniers, frente al conquistador, variaba según que postura prevaleciera en los invasores. En los primeros cuatro días su conducta fue ambigua, hasta tal punto que participó en la recepción que Manuel de Sarratea le ofreció a la oficialidad inglesa dándose cuenta allí de las intenciones coloniales de los británicos.

 

DURANTE LAS INVASIONES

Desde el primer momento del avistaje británico, el alcalde de Primer Voto del Cabildo, don Martín de Alzaga se puso a organizar la resistencia, mientras observaba la duplicidad de Liniers y su grupo. Como el virrey Sobremonte desconfiaba de Liniers lo apartó de la jefatura de la flotilla del Rio y lo mandó a la fortaleza de Ensenada. No podemos desarrollar aquí los detalles mínimos que revelan la inconducta de don Santiago, pero pondremos nombres para que pueda verse más claro. Alzaga era uno de los comerciantes más poderosos de Buenos Aires que se acomodaba tanto al comercio monopólico como al librecambio. No había controversia en este punto, la mentada lucha entre monopólicos y liberales es una falacia. Por lo tanto, la conducta de Alzaga no puede ser explicada desde sus intereses económicos. Esta monserga continúa repitiéndose hasta nuestros días. Merece un desarrollo más extenso, no podemos hacerlo. Católico militante,

Alzaga, contaba con un abogado de su extrema confianza, Mariano Moreno, otro católico de armas tomar. De modo que, frente a las Invasiones, dos bandos se constituyeron. Por un lado, Liniers y su grupo al que hay que adicionar dos personas que urge nombrar, su “abogado” y asesor, Bernardino Rivadavia, que era al mismo tiempo abogado de White, el espía nombrado, Martín Rodríguez, luego gobernador de Buenos Aires que llevó a su gabinete a Rivadavia, dando inicio al partido unitario, y en ese grupo estuvo Saavedra.

Las líneas partidarias porteñas, esto es unitarios y federales, se gestaron en las Invasiones y por causas que tuvieron que ver con política exterior y con formas de gobierno.

Vencidos los británicos, en agosto de 1806, un Cabildo Abierto nominó para Virrey, a don Santiago de Liniers. ¡Al fin había llegado! Por un camino distinto, pero llegado al fin. Alzaga se retorcía de bronca pues conocía al personaje y sus picardías. Mariano Moreno había inventado la palabra linierado como sinónimo de frívolo y tarado.

El nuevo Virrey, que logró engañar a todos -menos a Alzaga y a Moreno- además de los asesores, antes nombrados, tenía a su lado a Saturnino Rodríguez Peña, agente y espía británico a sueldo, mil libras esterlinas al año cobraba. Y como si esto fuera poco, rápidamente Liniers, hombre de juerga, timba y guitarra, se relacionó con Madame Vandeuil, la Perichona, en condición de amantes. ¿Fue esto un problema? En sí mismo ninguno, es que ella había sido la mujer de O’Gorman, espía británico, y ella misma lo era. ¡Sorprendente! la defensa del Virreinato quedaba en manos de un militar que estaba rodeado de espías de Inglaterra. Por eso Alzaga envió una carta a las autoridades españolas: “Esa mujer, con quien el Virrey mantiene una amistad que es el escándalo del pueblo…Su casa ha sido almacén y depósito de innumerables negociaciones fraudulentas; las que abrió huellas al extranjero para posesionarse de la ciudad e imponernos el dominio británico en las comarcas rioplatenses; la que ha servido de hospedaje y refugio a los verdaderos espías.” Cuando Alzaga escribe negociaciones fraudulentas hace referencia al cambio realizado por Liniers, a pedido de su amante, de las condiciones de rendición británica. Esta segunda rendición, trucha, realizada entre gallos y media noche, ya no tenía la palabra Incondicional.

 

UN NUEVO CRUCE

El 1° de enero de 1809 se produjo un intento de Junta Popular, aquí en Buenos Aires, similar a los que ocurrían en España. En el levantamiento contra el Virrey Liniers y formando parte de esta Junta estaban Alzaga y Mariano

Moreno que aspiraban a un gobierno más cercano a formas democráticas, como fueron las Juntas. ¿Quién reprimió este levantamiento popular? Saavedra, Martín Rodríguez y Rivadavia para consolidar el poder monárquico y autoritario de la figura de un Virrey.

Para ir concluyendo, con esta historia que tiene ribetes más escandalosos, el mentado jacobinismo de Moreno se acerca más a la rigidez ética y moral de un catolicismo extremo, que al ateísmo de Robespierre. No podemos desarrollarlo en esta nota, pero las cartas de Guadalupe Cuenca de Moreno a su marido revelan el clima religioso que envolvía a esa familia. Finalmente, la matriz ideológica de Moreno se encuadra en el pensamiento del ministro liberal de Carlos III, Gaspar Melchor de Jovellanos, enemigo del jacobinismo, como lo reveló el historiador Enrique de Gandía en sus trabajos.