Indica el Diccionario de la Real Academia Española que banal es algo “trivial, común, insustancial”, en el sentido que es algo que no merece especial atención. De manera que, en principio, lo banal pareciera algo del orden opuesto a la condición humana que tiende o -para decirlo con mayor precisión, debiera tender- a generar humanos únicos e irrepetibles. Empero, no es eso lo que encontramos en la actualidad donde una uniformidad globalizada es lo imperante.
Se trata de un fenómeno único en la historia de la Humanidad pues abarca desde recién nacidos hasta ancianos arrastrando con ellos a niños, adolescentes, jóvenes y adultos. El instrumento utilizado para este logro está constituido por la televisión y el ciberespacio.
La herramienta es la privación del uso del tiempo por parte de cada individuo. ¡Allí está la causa por la que tanta gente sostiene que le parece que el tiempo pasa más rápido! Mas no es así. De lo que se trata es que le están manejando su tiempo llevándolo a tomar decisiones basadas en deducciones erróneas.
La primera de ellas -y muy evidente- es que a través de los insistentes estímulos que recibe desde la televisión y el ciberespacio la persona asume actitudes y hace cosas que no ha pensado, que no necesita y que -en más de una ocasión- ni siquiera le sirven para su progreso intelectual o espiritual, ni mejoran a la comunidad.
EL UNICO DIOS
Si fue cierto que la Ciencia y la Técnica sustituyeron a los dioses durante el Siglo XX, en este Siglo XXI se ha operado un nuevo cambio, y reina un único dios que es la posesión de bienes materiales; para decirlo de manera más adecuada: la inacabable lucha por la acumulación de bienes materiales.
Esa tarea obliga a desatender aquellas que fueron siempre esenciales para el cumplimiento de la condición humana como lo es tener tiempo suficiente así como la serenidad necesaria para pensar, deducir, buscar los conocimientos y saberes necesarios sobre un tema antes de definirse al respecto. Tener tiempo para uno mismo en la soledad reflexiva, para la contemplación que abre a la proacción creadora y -no menos importante- espacio suficiente para la conversación.
Llegado a este punto, adviértase que escribí “conversación” en lugar del término que desde fines del siglo XX se puso de moda que es “charla”.
Volviendo al DRAE, charla es una conversación sobre temas triviales e intrascendentes. O sea, banalización. Tanto se ha extinguido el humano acto de conversar - ese al que los filósofos griegos atribuían la mayor riqueza de la ancianidad- que hoy proliferan los humorismos sobre que la gente se reúne en torno a la mesa pero cada quien sigue atento a los mensajes que desde su celular recibe o envía. A más, hay quienes se sinceran explicando que por mensaje de texto pueden comunicar cosas que cara a cara no podrían.
La necesidad de contar con objetos materiales por la acumulación misma llega a tal punto que ni aún quien cuente con el dinero suficiente para comprar cuanto desea podrá darle utilidad ya que para él los días igualmente tienen 24 horas. Serán sus asistentes, secretarias y empleados de mayor confianza quienes aprovechen parte de esos bienes. Los cuales tendrán la característica peculiar de tales, que es la de caer en pronto desuso. Se esconde una conducta psicopatológica, autodestructiva, en ésta forma que se está utilizando de construir la estructura sociocivilizatoria.
Para alcanzar su concreción en cuanto persona cada humano necesita tiempo dedicado a sí mismo. Allí viene a nuestra mente la obra de Santo Tomás de Aquino (1) cuando enseña que la pobreza ayuda para la buena contemplación porque quita muchas preocupaciones que pueden impedir la serenidad que es tan necesaria ese fin. No se trata de pobreza leída como la falta de lo necesario sino de estar dispuesto a la carencia de lo superfluo. Tal inexistencia guía necesariamente hacia concreciones que jerarquizan la condición humana.
LA UNIVERSIDAD
En marzo de 2016 se hizo en Dubai el Foro Mundial de Educación y Habilidades (Global Educacion & Skills Forum) (2) donde quedó en evidencia que la universidad allí imaginada era aquella que sólo respondía a los requerimientos del mercado laboral; una formadora de futuros empleados acordes a las necesidades empresariales. Surge, así, de inmediato, una distorsión más provocada por este proceso de banalización. La universidad que deja de cumplir su función característica y varias veces centenaria que es la de formar pensadores libres, gente dispuesta a la crítica racional, a la producción de conocimientos nuevos, capaces de aportar otras formas de comprensión a la sociedad actual. La autonomía del conocimiento brilló por su ausencia en este foro mundial. Se produjo el debate, pero los disertantes no tuvieron respuestas para este aspecto central de la educación superior.
Traemos este ejemplo por su característica de reunión mundial; pero alcanza con ver los avisos que en la Argentina suelen aparecer desde hace años promocionando carreras universitarias para darse cuenta que la competencia –salvo honrosas excepciones– es por atraer a un alumnado que al egresar pueda conseguir empleo más rápido.
EL PARAISO PERDIDO
Esta banalización generalizada de la condición humana conlleva acciones impensables hace sólo algunas décadas. Entre éstas la más evidente es una inusitada e intensa presencia de lo que Carl G. Jung denominó el Arquetipo del Paraíso Perdido. Simbología ésta que remite al deseo –vinculado al Arquetipo del Puer Aeternus- de inmortalidad o, más propiamente, de la eterna juventud.
La Fuente de Juvencia hoy no hay que buscarla en peligrosas selvas o riesgosas montañas como hicieron algunos europeos en los tiempos de la colonización de América. Ahora se encuentra en el quirófano del cirujano plástico o en el botiquín donde se atesoran medicamentos de los que se esperan milagrosos efectos. Ya no se trata de acudir al bisturí para eliminar la marca de una herida de guerra o provocada por un accidente. Ahora lo que se busca -y que no es sino otra manera de acumular lo innecesario- es modificar la figura externa (el Arquetipo de la Máscara) con procedimientos quirúrgicos, químicos y similares. Lo importante es engañarse y engañar. Esto forma parte de lo que algunos estudiosos han llamado la conversión del humano en artefacto producido por la técnica.
Sobre esto Nicolás Mavrakis (3) escribe:
“Desde una perspectiva filosófica, una de las conclusiones de Peter Sloterdijk es que si los hombres son artefactos producidos por la técnica que ellos mismos han elaborado, la pregunta sobre el sentido de lo humano no puede excluir -como hacía Heidegger- la pregunta sobre el sentido de la ciencia. Pero eso es, también, lo que ante los inminentes descubrimientos de la neurociencia, la genética y la física habilita una puerta abierta a toda clase de manipulaciones, una irrupción en la cámara de los secretos de la naturaleza en la que los hombres se vuelven técnicos de lo monstruoso”.
Santo Tomás de Aquino, en De Veritate, hace de esto casi ochocientos años, dejó bien en claro que “toda la razón esencial de la libertad depende del modo de conocimiento”. Ese “modo” es el tema a que cada quien debe atender si su intención es no dejarse cubrir por las grises y mediocres aguas de la banalización de la condición humana. Por eso, para finalizar, una vez más recurrimos a Tomás de Aquino: “Si el juicio de la facultad cognoscitiva no está en poder de alguien sino que es determinado desde fuera de él, tampoco el apetito estará en su poder, y por consiguiente tampoco el movimiento u operación.” (4)
(1) Tomás de Aquino, ‘Summa Theologica’, II-II, 186, 3, ad 4.
(2) Los cinco ejes que definirán la educación ejecutiva del futuro. Diario Clarín (Buenos Aires) del 27 de marzo de 2016. Suplemento de economía. Págs. 6 y 7.
(3) Mavrakis, Nicolás. ‘Filosofía Vs. Ciencia’, nuevo round. Diario La Nación (Buenos Aires) del 10 de abril de 2016. Suplemento Ideas. Pág. 6.
(4) Tomás de Aquino. Esencial. (Introducción y antología Eudaldo Forment.) Ediciones de Intervención Cultural. Madrid, 2008. Pág. 142.