En la última semana, particularmente después del encuentro en la Casa Blanca de Javier Milei con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se reiteraron las intervenciones del Tesoro americano en el mercado cambiario argentino, destinadas, según la opinión de la mayoría de los comentaristas, a mantener el valor del dólar lejos del límite superior de la banda cambiaria convenida por el gobierno argentino con el Fondo Monetario Internacional.
Para esa visión de los hechos, el mercado argentino habría desafiado reiteradamente el juicio de Scott Bessent de que el peso está injustificadamente infravauado y lo habría doblegado, hasta el momento, absorbiendo rápidamente los dólares aportados por el Tesoro de Estados Unidos.
Un agudo analista del diario Clarín, Ignacio Miri, sugirió ayer otra interpretación: “Scott Bessent -escribió Miri-, se hizo cargo de la tarea de emprender una devaluación administrada del peso. En los mismos días en que los funcionarios argentinos negaban en Washington una y otra vez la devaluación, Bessent, con intervenciones quirúrgicas que ofrecían dólares en las pantallas a unos pocos pesos menos que la cotización de ese momento, fijaba el precio del cierre, que siempre quedaba un poco por encima del día anterior”. Así, el secretario del Tesoro de Trump empezaba a hacer lo que el gobierno no puede admitir durante la campaña electoral.
Cualquiera sea la lectura que se dé a este fenómeno, permanece firme el hecho de que el Tesoro de Estados Unidos ha adquirido un papel sustitutivo de funciones que normalmente corresponden al Estado argentino, con la anuencia de éste determinada por su debilidad y su escasez de recursos propios. El rescate ofrecido por la administración de Donald Trump es un revelador de los graves problemas en que se encontraba la gestión de la administración argentina.
RECORDANDO CON IRA
Cuando estalló la crisis de 2001 la Argentina experimentó el vértigo de un país en crisis terminal, “al borde de la anarquía”, como describiría Eduardo Duhalde después de hacerse cargo de la presidencia.
Por esos días, dos economistas vinculados académicamente al prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT por su sigla en inglés) y, profesionalmente, a importantes bancos de inversión, Rudiger Dornbusch y Ricardo Caballero, difundieron un paper bajo el título “La Argentina: un plan de rescate que funcione”. Escrito un cuarto de siglo atrás, el texto se lee hoy casi como un desafío a la idea de Heráclito de que nadie se baña dos veces en el mismo río.
El rescate de la economía argentina que el presidente Javier Milei y su equipo del Palacio de Hacienda solicitan y agradecen a la administración estadounidense, aunque hasta ahora se expresa en algunos gestos y palabras prometedores y estimulantes y unos pocos hechos (esencialmente la “compra de pesos baratos”, que conduce Scott Bessent), insinúa rasgos de familia con aquella propuesta de Dornbusch y Caballero.
Centralmente, el rescate actual, ante la pérdida de confianza espontánea de los mercados en el programa económico del gobierno, procura en primera instancia convertir a la administración de Trump en el “ancla” (como describen algunos analistas) o, si se quiere, el síndico de la situación argentina.
“La verdad es que Argentina está quebrada -escibían Dornbusch y Caballero a principios de 2002-. Quebrada económica, política y socialmente. Las instituciones no funcionan, el gobierno no es respetable, su cohesión social ha colapsado”. El dramático diagnóstico que trazaban los autores, del que estas líneas son sólo un botón de muestra, daba lugar a su propuesta de “rescate que funcione”. ¿En qué consistía?
Veamos: “La Argentina -recetaban- deberá reconocer humildemente que sin una masiva ayuda e intervención externa no podrá salir del desastre. ¿Qué clase de ayuda externa? Se deberá ir un poco más lejos del financiamiento. En el corazón de la crisis argentina hay un problema de falta de confianza como sociedad y en el futuro de la economía. Ningún grupo desea ceder a otro el poder para resolver los reclamos y arreglar el país. Alguien debe empuñar el poder con fuerza. Una dictadura no es probable ni deseable. Pero mientras todos piensen -a menudo con acierto- que todos son egoístas y corruptos, ningún pacto social podrá alcanzarse. Sin dicho pacto social la destrucción del capital social y económico proseguirá día a día. Hay más resultados espantosos en el horizonte. Argentina debe abandonar buena parte del control soberano de su sistema monetario”.
Proseguían: “El resto del mundo debe proveer de apoyo financiero a Argentina (los autores pensaban, principalmente, en dinero del FMI). Pero lo debe hacer condicionado a la aceptación por parte de Argentina de reformas radicales y que manos extranjeras asuman el control y supervisión del gasto público, la impresión de dinero y la administración tributaria. Los argentinos deben entender que sin asistencia masiva e intromisión externa no pueden salir de este desastre”, señalaban Dornbusch y Caballero.
No trepidaban en dar detalles: “Específicamente, un consejo de banqueros centrales experimentados debería tomar el control de la política monetaria argentina (…) Los nuevos pesos no deberían ser impresos en suelo argentino…otro agente extranjero es necesario para verificar el desempeño fiscal y firmar los cheques de la nación a las provincias. Gran parte del problema fiscal tiene que ver con el federalismo fiscal, con el diseño y la aplicación de un pacto fiscal que lleve a compartir responsabilidades y recursos de una forma financieramente sostenible”.
La propuesta incluía la necesidad de una reforma laboral y una reforma tributaria (“La economía argentina ahora necesita un inmediato incremento de la productividad de la mano de la tan postergada inversión y la erradicación de la corrupción como una manera de vivir. El mecanismo de incentivo en el nuevo sistema tributario debería contribuir a controlar la corrupción a nivel provincial”).
POLITICA DE PRIVATIZACIONES
También preveía una política de privatizaciones: “una masiva campaña de privatización de puertos, aduanas, y otras medidas claves para la productividad deberían ser adoptadas. Las medidas de desregulación en los sectores de comercio mayorista y de distribución son esenciales. Otros agentes externos experimentados deberían controlar estos procesos así como también asegurarse que ellos acaben bien para que luego los beneficios puedan ser compartidos por todos los argentinos, presentes y futuros”.
DE DORNBUSCH A BESSENT
Quizás el plan de Dornbusch y Caballero se adelantó a su tiempo. Quizás contenía, junto con algunas observaciones lúcidas, prescripciones crudamente explícitas, poco tolerables tanto para el sistema político de entonces como, probablemente, para la sociedad, aunque Dornbusch aseguró ante de su muerte, en julio de 2002, que alguna encuesta había medido un apoyo a sus ideas por parte del 50 por ciento. En todo caso, aquel documento fue una semilla fértil en algunos medios políticos y económicos de la Argentina y del exterior.
La operación de rescate emprendida por la administración Trump no responde al esquema de una intervención institucional y colectiva como la que sugería el paper de Dornbusch y Caballero: es una gestión decidida por Washington unilateralmente (o, si se quiere, con el consentimiento jubiloso del gobierno intervenido) y más interesada por por el interés geopolítico y por el fortalecimiento electoral de Javier Milei que por la suerte del país receptor: “Si Milei no gana no seremos generosos”, aclaró con suma franqueza Donald Trump en la Casa Blanca, en presencia del presidente argentino y su cortejo.
Que Milei gane o no (se debate en qué consiste “ganar” para Trump) es algo sobre lo que no tendrá incidencia directa ningún “agente externo experimentado” como los que invocaban Dornbusch y Caballero o de índole semejante: ese es un punto que define la sociedad argentina, que en julio del año próximo celebrará 21 décadas de su declaración de independencia.
Tal vez de ese trayecto pueda extraer la inspiración para construir su propio anclaje (que en modo alguno excluye la ayuda de los amigos) y para emprender su propio rescate basado en la unión nacional, la inserción internacional, el diálogo y la capacidad de acordar.
El economista alemán Rudi Dornbusch (1942-2002).